lunes, 29 de junio de 2015

Relatos Salvajes



Lejos, mi película argentina favorita (me atrevería a decir que me gustó más que la ochentera Hombre mirando al sudeste). A mi juicio, esta debió ganar el Óscar, pero bueno. Creo que las circunstancias en que la vi hicieron que enganchara mucho más.
Fue en el mes de febrero en Buenos Aires, junto a mi novia. Era nuestro primer viaje a Argentina, qué mejor lugar para ver la obra maestra de Damián Szifron. Fue justo el día de la marcha por Nisman, como estaba lloviendo, no se nos ocurrió nada mejor que ir al cine, en el barrio Recoleta. Tuvimos suerte, el film llevaba meses en cartelera, pero todavía lo estaban dando.
La primera escena, de por sí nos trasladaba a un ambiente muy familiar: una mochila con ruedas siendo arrastrada en un aeropuerto (en un primer plano que me recordó mucho a la primera escena de la chilena Post Mortem). Ya llevábamos algunos días en la ciudad, pero tras una escala de cinco horas en Mendoza,  todavía teníamos muy presente el sabor a aeropuerto en la boca.

Primera historia: Pasternack

Lo que comienza como una curiosa coincidencia, pasa a convertirse en una gran coincidencia. Luego escala a una sospechosa coincidencia, y finalmente el músico (Darío Grandinetti) toma las riendas de la situación y se incorpora para dirigirse a los pasajeros con una pregunta clave “¿alguien más conoce a Gabriel Pasternack en este avión…? ¿Por qué están aquí, ustedes sacaron los pasajes?”.
Van surgiendo historias. Cada pasajero explica su relación con Pasternack. Uno lo reprobó en su examen final de música clásica, la otra es la profesora que le tuvo que informar cuando chico que repetía el año, el otro era su jefe en un hotel…
Lo que hace de ésta mi historia favorita es la forma original (y magistral) en que está contada. Uno engancha de inmediato, te engaña por un minuto. Al comienzo creemos que la protagonista es la modelo, luego resulta que ella es sólo una de las víctimas de Gabriel. Pero es ella también quien, probablemente, significó la gota que derramó el vaso en su larga lista de frustraciones y fracasos: la novia que lo engañó con su único amigo. Ni siquiera su mejor, su único amigo. Luego de esa ruptura inferimos que Gabriel se quedó completamente solo y cayó en la más honda depresión y desquiciamiento. Después de eso vendría su ruptura con el siquiatra, a quién dejó de ver hace meses. Lo que nos da a entender que lleva meses preparando esto.
El mismo siquiatra que es el único con las agallas de golpear contra la puerta tratando de hacer entrar en razón a Gabriel: “Tú no eres el culpable de esto, tu eres víctima de las circunstancias. Es culpa de tus padres que te exigían demasiado…” vale la pena analizar el diagnóstico del experto. ¿Qué clase de siquiatra le va a decir a su paciente que tiene razón al culpar a la sociedad y no a sí mismo de sus desgracias? Uno puede argumentar, que la situación es extrema, todos están a punto de morir, y este tipo sólo le dice a Gabriel lo que quiere escuchar y lo que puede disuadirlo. Pero toda la película parece ir orientada en otra dirección. El diagnóstico del siquiatra es la introducción ideal para sellar esta primera historia y dar inicio a este ciclo de relatos salvajes. La tesis de ésta película es clara y explícita: todos podemos perder el control. Todo hombre o mujer puede portarse como un animal salvaje (idea reforzada por las imágenes de la secuencia de apertura), si las circunstancias lo presionan lo suficiente.
Al final, eso es quizás lo más notable de esta historia: sabemos todo sobre la vida de Gabriel, pero nunca lo vemos en pantalla. Sabemos que, a juzgar por la casa de sus padres, es clase media o media-alta. Que de chico lo exigían demasiado, y esto influyó de sobremanera en él. Que en la escuela sufría mucho, lloraba, reprobó el año, y encima era víctima del bullyng de sus compañeros. Que fracasó en su intento de ser músico (que vocación más ad hoc, los músicos cuerdos son una rareza en este mundo), que tuvo que meterse a trabajar de botones, pero también lo echaron de ahí. Que su novia y su amigo, y así suma y sigue… cada pasajero en ese avión, es un fracaso en la vida de Gabriel. Eso da una buena idea de la magnitud de su dolor.
Conocemos toda su historia, pero no tenemos idea de cómo es físicamente. Ese es quizás otro subtexto notable: todos podemos ser Pasternack. Es el superhéroe enmascarado, tipo Spiderman, con el que todos podemos empatizar.  Cada uno puede imaginarse en su lugar. El individuo que, hastiado de este mundo, decide mandar al diablo a todo y a todos.
Una venganza kamikaze. Un golpe maestro que queda condensado en el tiempo. Justo antes de estrellarse en la casa de sus padres, con toda la adrenalina y emociones que implica, en esa última escena, esa condena agradable, el instante previo, como diría Cerati, que le da la bienvenida oficial al espectador, ya con el corazón palpitante, a esta gran peli nominada al óscar.  
Gonzalo Aguilar en su Ensayo sobre el Nuevo Cine Argentino, ya nos hablaba del rol de lo azaroso y del accidente en el cine argentino “Es como si el impacto que se tratara de procesar con las narraciones viniera del afuera más absoluto y esa es la razón por la cual el accidente no se puede representar y está siempre fuera de campo” (pág. 29). Lo podemos apreciar en films como La Ciénaga, Tan de repente, Sábado, y por supuesto, Relatos Salvajes. En esa escena en que los padres de Gabriel están a punto de ser aplastados por el avión, justo antes de que empiecen los créditos de apertura.
De forma bien sutil, el director invita al espectador a acompañarlo en este viaje sin retorno, y a imaginar que está en los zapatos de Pasternack. Nos lleva a este viaje a la fatalidad cotidiana, donde gente común y corriente se sale de control, como en el mejor episodio de Alfred Hitchcok presents.
Lo más increíble de todo es que, nuevamente la realidad supera la ficción: sólo recordemos el caso del piloto alemán de Germanwings. Que nadie diga que estas cosas no pasan en la realidad.

Los demás relatos, un poco más extensos, no se quedan atrás en su genialidad.

El que viene a continuación, Las Ratas, parte en un aislado restaurant a un costado de la carretera un día lluvioso. Como los mejores thrillers de los ´50. Nos instala también otra máxima del film: la cárcel no es un lugar tan malo, sólo tiene mala fama.
La siguiente, El más fuerte, es una historia de roces entre automovilistas que puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Termina con un irónico final (“un crimen pasional”, según sospechan los detectives).  La historia de en medio, Bombita, es protagonizada por la mega estrella argentina Ricardo Darín. Es el relato de un auténtico Michael Douglas en Un día de furia. El profesional, despedido, y asfixiado por la ineficiente y corrupta ciudad, que literalmente explota, y de la forma más explosiva posible.
La quinta historia, La Propuesta, es la historia de un niño rico que atropella a una mujer embarazada, y los esfuerzos de su padre por tapar el accidente. Imposible no relacionarlo con el caso de Martín Larraín, a este lado de la cordillera. Con una diferencia sustancial, y que nos diferencia un poco de nuestros vecinos: en Chile es más fácil sobornar a la gente mientras más abajo esté en la pirámide social. Pero el trasandino es más pillo, sea del origen que sea. Y eso dificulta bastante que se pongan de acuerdo, lo que hace que la corrupción salga tan seguido a la luz. Llama la atención la serenidad con que el jardinero negocia con su jefe. Demuestra ser igual de tránsfuga que el abogado. Al final, la historia se resuelve con el asesinato del jardinero. Cómo no acordarse de Nisman: estamos en un país donde la corrupción es resuelta, o al menos tapada, con asesinatos. Desde Carlos Menem en adelante.

Yo no pude evitar acordarme de un chiste que nos contaba Dante, un amigo allá en Buenos Aires: La Nasa estaba planeando una misión espacial a Marte, pero era sólo de ida. Así que hicieron un concurso para determinar quién era el más apto para ir. Llegó un chino, con muchos estudios de ingeniería, que pedía un millón de dólares. Quedó registrado. Llegó un alemán, con hartos doctorados, y pedía dos millones de dólares. Quedó registrado. Llegó un argentino, que no tenía estudios de nada, y ni siquiera estaba físicamente preparado. Pedía tres millones de dólares. El que hacía el concurso le pregunta “¿Y por qué deberíamos escogerlo a usted?” a lo que él contesta: “Muy fácil, un millón para mí, un millón para usted, y mandamos al chino”.
Esta sí que es Argentina, como diría Luca Prodán.

 Llega la sexta y última historia, Hasta que la muerte nos separe. Es la historia de una boda, arruinada por el descubrimiento de la infidelidad del novio. Nada del otro mundo, pero la novia es una mujer de carácter. Todo el proceso de venganza, infidelidad, peleas y escándalos, es condensado en una noche. En una agitada e inolvidable fiesta. Finalmente viene la reconciliación, y los novios terminan teniendo relaciones sexuales arriba del pastel de bodas, ante la atónita mirada de los invitados.
Final inesperado, uno ya temía una muerte desde el título de la historia.  


Tras la película, salimos del cine con una conclusión: los argentinos están locos, pero son divertidos. Y que al regreso a casa, preguntaríamos por el nombre del piloto del avión… 


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