/Hace tiempo que no he escrito nada de ciencia ficción dura. El siguiente relato, bastante breve por cierto, es un homenaje a los clásicos cuentos "Anochecer" de Isaac Asimov (Elegido el mejor relato de ciencia ficción de la historia) y "Los 9 mil millones de nombres de Dios" de Arthur C. Clarke, además de otros guiños metidos por allí, y como su nombre lo indica, trata sin mayores pretensiones la temática del fin del mundo/
¿Cómo
debería ser el fin del mundo? Si ocurrirá o no es un tema en el que no suelo
gastar muchas cavilaciones. Lo que siempre me he preguntado es cómo será.
Y no es
para menos. Yo tenía cinco años en mi primera experiencia. Eran las últimas horas
de 1999, y la fiesta de año nuevo se llevaba a cabo como cualquier otra. Es
poco lo que recuerdo, pero estoy seguro de que estuve atento a la ventana todo
el rato. Si el mundo se acababa tenía la certeza de que la destrucción
comenzaría afuera. Que del cielo llovería fuego y azufre, todo se derrumbaría,
casas y edificios se vendrían al suelo, que la tierra explotaría y surgiera
fuego y lava del suelo. Una imagen que debo haber sacado de esa Biblia
ilustrada para niños que me regaló mi abuela, y también de mi propia abuela,
una mujer súper creyente. Haciendo un poco de esfuerzo me paraba en la punta de
los pies para alcanzar la ventana.
En la
televisión comenzaron la cuenta regresiva, en mi casa los imitaron. Luego de
los diez segundos, nada. Para mi parecía el fin del mundo ver a esos gigantes
jóvenes que eran mis padres y sus amigos en ese entonces volverse locos y
bulliciosos por la fiesta, pero más allá de esa impresión, y como todos pueden
comprobar, no pasó nada.