Nuclear Falklands
I
El
camino de tierra apenas estaba iluminado por los primeros rayos del crepúsculo.
El frío carcomía hasta los huesos más fuertes, y Enzo Ripetti, sin otro abrigo
que su uniforme, trotaba para llegar lo más pronto posible a su destino. Cada
suspiro, incluso cada gota de transpiración que exhalaba, se transmutaba en
vapor, el cual se sumaba a la brisa costera que le zumbaba en los oídos.
La
improvisada base se ubicaba en las afueras del pueblo, consistía en una bodega
acondicionada para la situación. Sobre ésta hondeaba desordenadamente la
bandera argentina.
En
el pórtico, un soldado raso efectuaba de guardia.
-Nombre.
-Teniente Enzo Ripetti, rama de tierra.
El
soldado echó una rápida revisión visual a Enzo. Su uniforme corroboraba su
identidad. Su pelo castaño, expresión juvenil y estatura media eran idénticos a
los archivos que le habían mostrado de los militares que podía dejar entrar al
recinto.
-Pase- dijo al cabo de un instante.
Antes
de entrar, le dedicó una última mirada al ambiente matutino. Más allá de las
praderas de hierbas otoñales se distinguía el océano, pero curiosamente ningún
buque.
En
el interior lo esperaban tres coroneles, y un militar que le era particularmente
familiar: el general Andollini, comandante en jefe de la operación de invasión.
Alto, de ojos azules, y como siempre, con su impecable uniforme y gorra.
-General- le saludó, con la mano sobre la
frente.
-Descanse, teniente.
-¿Por qué estamos aquí?
-Ni yo mismo lo sé, dicen que se trata de un
prisionero- contestó, con su marcado acento porteño- Y necesitaremos un
intérprete.
-Eso pensé, mientras no sea un nepalés creo
que podré ayudar.