miércoles, 11 de septiembre de 2013

40 años del Golpe y el Chile actual

No suelo escribir entradas tan políticas y contingentes, pero dado lo especial de la fecha, creo que hay espacio para un par de reflexiones en cada medio:


Hace poco tiempo nuestro entrañable y polémico Hermógenes Pérez de Arce hacía un interesante análisis histórico. Basándose en el principio universalmente reconocido de que la historia es cíclica, podemos apreciar que Chile se mueve por ciclos revolucionarios de 40 años. El primero de ellos vino con, obviamente, la revolución independentista de 1810 (propiciada por un tal Napoleón allá en las Europas), algunos dirían que, en la práctica, sólo se reemplazó a la elite española por la elite criolla. Razón que llevó a que unos ilustrados buscaran revertir “40 años de atrasos y tinieblas” para la revolución de 1850. La misma en la que se vería envuelto el joven y ficticio personaje de Alberto Blest Gana, Martín Rivas. De una forma que se volvería tradición, los insurgentes se enfrentarían a las fuerzas del gobierno de turno con barricadas, piedras, y una que otra arma de fuego. Cuatro décadas más tarde vendría la guerra civil de 1891, que buscaba algo que se volvería otro cliché de nuestra hisotria republicana: nacionalizar nuestra principal materia prima de exportación, en ese entonces, el salitre. Por supuesto que el capital extranjero fue más fuerte, y Balmaceda fue derrocado. 40 años después vendría una época de anarquía, azuzada por la crisis económica del ’29 y la huida de Alessandri del país. Tuvimos distintos intentos de gobierno y golpes de estado, varios de ellos no alcanzaron a durar la mitad del año. Entre ellos podemos mencionar a la experiencia de “república socialista de los 100 días” donde el poder real de los idealistas acólitos de Marx no se extendía más allá de las calles Morandé y Teatinos.
Y otros cuarenta años después, saldría elegido el Dr. Allende enarbolando la bandera de la Unidad Popular y del marxismo en 1970. El resto lo conocemos todos.
Pero si bien la historia no es una ciencia que goce de una precisión como la de la “psicohistoria” de Asimov, en verdad nos sirve para hacernos una idea de lo que vendrá. Al fin y al cabo, el hombre es la única especie que tropieza dos veces con la misma piedra.
Con este análisis, Pérez de Arce aseguraba que se venía otro golpe de Estado o revolución. Intrigado por esta posibilidad (no sólo por lo exagerado de su conclusión, sino por su  lógico planteamiento) se lo comenté a un amigo que estudia historia. AL preguntarle si creía posible otra revolución en el Chile actual su respuesta fue simple: “No, no pasará. Ahora tenemos tele”.
Escueto, pero certero. Por un lado, hoy gozamos de la información suficiente para no dejarnos engañar por un “Plan Z” o la idea de que los comunistas se comen a las guaguas. Por otro, la tecnología satisface las frustraciones y deseos del hombre de una forma nunca antes vista en la historia. Tan entretenidos con redes sociales, smarthphones y televisiones pantalla plana ¿Quién tiene ganas de salir a las calles con un fusil a entregar su vida por una causa? Nadie, lo que sí, las mismas redes sociales tienen el poder suficiente para sacar a las gentes a las calles a protestar, tal y como se dio en la Primavera Árabe. Y es que la tecnología sólo sirve para distraernos de nuestra desigual y dura realidad nacional.
Y a pocos días de conmemorar 40 años del 11 de septiembre de 1973, aquí estamos. ¿Por qué tan pendientes del aniversario? Por un lado, quizás, porque don Hermógenes tenía razón hasta cierto punto: las marchas y movimientos sociales son las más fuertes desde el retorno a la democracia (para otros, la prolongación democrática de la dictadura).
Y porque 40 años después, seguimos marchando por lo mismo: exigimos lo mismo, menos desigualdad, menos injusticia, menos corrupción.
La dictadura modernizó al país. Avanzamos en ciertas áreas, pero retrocedimos mucho en otras. Antes teníamos universidad gratis, pero nadie iba a ella, salvo los más acomodados, pues primero venía la titánica tarea de ganarse el pan y asegurarse un empleo. Hoy, el pan, la comida chatarra y el empleo abundan, bajo el neoliberal de la concertación y la administración Piñera. Al igual que las ganas de ir a la Universidad, sólo que ahora nos topamos con otros obstáculos…
Hay menos pobreza en el país, la clase media es la predominante. Pero los ricos son aún más ricos, y las ganancias producidas por la mano de obra van casi íntegramente a los bolsillos de las mismas familias de siempre. Si en la época de Allende eran 90 familias, ahora son 10 familias. Y al estilo del Padrino, les pagamos a los trabajadores con créditos y deudas que les impiden surgir más allá de esa clase media, otrora sueño de las clases emergentes, hoy la agridulce realidad de la que se desilusionaron varios.
Están las condiciones de descontento social, sin lugar a dudas. Con los movimientos sociales que explotaron el 2011, el país despertaba de un largo letargo y apatía en que se había sumido bajo el halo de la Concertación, ¿pero sólo por eso este aniversario del “11” en particular es tan especial?
No, hay más cosas en juego. No sólo protestamos por las mismas cosas que hace 40 años. Ahora tenemos toda una nueva generación. Nacidos en democracia y ya en edad de votar y trabajar. A la cual, conviene informarla de todo lo ocurrido en su país anteriormente a Patricio Aylwin.
Y tenemos a unos medios de comunicación que saturan la programación con programas, reportajes y sucedáneos que cubren hasta el más mínimo rescoldo de lo que esté relacionado, de una forma u otra, con los convulsionados años de los ´70-´80. Pasado septiembre, no es de extrañar que más de algún televidente promedio se sepa de memoria el itinerario que siguió Salvador Allende, desde las seis de la mañana, en su casa en Las Condes, hasta su suicidio en La Moneda algunas horas después.
Le enseñamos a los más jóvenes, le traemos recuerdos a los más viejos. A otros, les traemos catarsis. TVN, en particular, a emitido todas las noticias de los días previos al golpe de Estado. Reviviendo el temor de las personas que temen otra pesadilla como la del 11/S. Casi como si nos estuvieran preparando para revivir ese día, ¿será que alguien en la estación le encontró la razón a don Hermogenes? ¿Será que los militares están planeando verdaderamente otra intervención?
Para nada, los tiempos han cambiado. Hoy, en un país tan globalizado y privatizado como Chile, un golpe de Estado, no es un buen negocio. Lo fue en su momento, por lo que la derecha empresarial manipuló a los militares para que intervinieran, pero hoy es innecesario.
Y hay más en juego. Son cuadro décadas. Una generación entera que murió, y otra generación de viejos que sigue vigente, recordándonos lo que sucedió. Para muchos les cuesta creer que ya hayan pasado 40 años. Y Chile sigue siendo, en esencia, el mismo. Con una paz y tranquilidad, social e institucional, difícil de relacionar con el ambiente vivido hace cuatro décadas.
Y por supuesto que, recién ahora, los culpables se atreven a pedir perdón. Generando un proceso de revisión mucho más exhaustivo al hecho hasta ahora. Chile es el caso de un país sin Nuremberg. Donde no se enjuició sistemáticamente a los criminales que correspondía. Contreras y Krashnov, los demás, caminan por las calles como si nada. Son protegidos por la derecha, no se arrepienten de nada, e incluso ocupan cargos públicos.
El caso Lejderman-Cheyre, y las armas químicas encontradas junto al Estadio Nacional, sirvieron para darle contingencia al tema, en medio de tanto documental y testimonio de lo ocurrido.
Y hay otro factor en juego, quizás el más importante de todos: es año de elecciones. Coincidió un número redondo, con las elecciones más complicadas que hemos visto desde 1990: primera vez desde que la derecha logra llegar al poder democráticamente desde Alessandri Rodríguez (1964), y arriesgan, con el contexto de las protestas sociales, perder irremediablemente esta elección.
Indudablemente que la Concertación utiliza esto como herramienta política para las elecciones. Su ausencia en el acto a realizar en La Moneda, va más allá de cualquier convicción: simplemente quieren restarle popularidad a este gobierno.
Al paso que vamos, este país no verá una auténtica reconciliación hasta dentro de mucho tiempo más. Hace poco salió en La Tercera una caricatura donde se ironizaba con que “La esperanza de vida de los chilenos es, en promedio, de 80 años. O sea que al Golpe de Estado le quedan aún cuarenta años antes de morir” Más que chiste, no puede ser una afirmación más serie.
En un país sin juicios de Nuremberg, aún dividido en dos posturas, cada uno con sus respectivos extremos, es difícil llegar a un consenso. Sólo una vez que hayan muerto todos los testigos, y todos relacionados, de una forma u otra, con lo hecho por Pinochet y Allende, podremos realizar un juicio histórico verdaderamente objetivo y sin conflictos. Uno donde se recuerde a una Unidad Popular que cometió Errores. Y a una dictadura militar que cometió Horrores. Respaldada por la derecha. Y una prolongación del modelo de la dictadura dividido en dos equipos: la centro-derecha (la Concertación) y la derecha (la Alianza). Coalición por el cambio o Nueva Mayoría, Alianza o Concertación, al final, todo es lo mismo, pero con otro nombre. Basta con ver que los partidos que más plata manejan en Chile, no son los de la alianza, sino el PC y los socialistas. De izquierda ya no queda nada en este duopolio. Son todos empresarios de derecha, pero divididos en dos equipos. Porque la competencia, estimula la productividad, como nos enseñó mister Friedman y los Chicago Boys. Y tenemos nuestro querido Chile, regido durante 40 años por los mismos empresarios de siempre. Esta empresa exportadora de cobre y de frutas, y que le brinda a las empresas, nacionales y transnacionales el mercado más estable e idóneo para hacer negocios.

En 40 años más, quedarán muy pocos o nadie para darle más vueltas a este debate. Este debate social al que llamamos Chile. Para ese entonces ya no estaremos hablando de privatizar o estatizar el cobre, sino el litio. ¿Para estas elecciones? Quién sabe lo que vaya a pasar. Sólo podemos tener dos certezas: no habrá violencia, pero sí más marchas. Y lo que sea que pase, dará que hablar para los historiadores del futuro