miércoles, 31 de julio de 2013

Pueblo de Indígenas

Pueblo de indígenas

Con un estremeciendo en el alma que nunca antes había sentido, he visto la verdad. Con una acongojada consciencia he buscado el origen hiperbóreo de nuestra raza. Presencié con rabia e impotencia y, por supuesto, desilusión, tanto la matanza del seguro obrero, donde cayeron tantos de nuestros camaradas nacionalsocialistas, como el hundimiento del Tercer Reich. Hoy nada de eso me acongoja. Sé mucho más que antes, mi experiencia me ha calmado mis tribulaciones y me ha abierto los ojos a un nuevo mundo. Uno que no se rige por las ilusiones y golems judaicos, ni se cree las fachadas que dejó el avatara de nuestro Führer poco antes de ascender. De literalmente ascender.

En los pueblos de América del sur he visto la huella de nuestros fundadores arios. De los viajeros vikingos, hiperbóreos y reyes arios que fundaron todas las grandes civilizaciones conocidas. En sus inicios, como todos, me avergonzaba el saber que desciendo, al igual que mis compatriotas, de unos indios descalzos, negros y primitivos. Hoy sé que no podía estar más equivocado. Me aferro a mi sangre visigoda  (goda, viene de la palabra “Dios”) y a mi sangre araucana con la misma fuerza. Como diría nuestro ilustre genio médico, don Nicolás Palacios, esa es la mezcla de sangre que desembocó en esta raza sin igual.


Araucanos y germanos tenemos mucho en común. Para empezar, las dos razas descendemos del mítico rey marino Frisón, originario de la isla Thule. De ahí que ambas razas sean de fieros y nobles guerreros. Adoren el árbol y el bosque, y lleven siempre consigo a sacerdotes-magos con sus ejércitos para leer el devenir de la batalla en las estrellas. Sin mencionar, varias semejanzas idiomáticas.
En mis viajes a la zona mapuche en el sur de Chile, he compartido ceremonias con Lonkos y Machis. Estos últimos que convidaron de unas hierbas ceremoniales que expandieron mi percepción de la realidad. Entre cánticos y el calor de la hoguera de la ruka, abro mis ojos por vez primea.
Mi alma y mi mundo se desdoblan. Veo hacia atrás con claridad cuando se fundó esta tierra. Veo la zona oriente del sagrado río Mapocho, en ese entonces un pueblo de indios, cuando se instalaron nuestros valientes guerreros araucanos. Diviso al cacique Vitacura esconder sus más de ochocientos kilos de oro de los españoles, traídos por el judío Cristobal Colón a América, bajo una Piedra Grande del mismo nombre que el cacique. El oro es una ofrenda para el gigante, el Apu, protector y señor encarnado en el cerro El Plomo. De esa piedra florecería una gran ciudad en esas tierras de araucanos.
Usualmente se le ofrece como ofrenda selectas hojas de coca, como las que he consumido, pero el oro tiene propiedades mágicas mucho más poderosas (de ahí el verdadero interés de los españoles en América).
La zona sería conocida como Apuquindo, en honor al mítico cacique al que diera muerte doña Inés de Suárez, el día del dios Marte once de septiembre de hace tantos siglos. Consumación final del ritual que permitiría al dios blanco Viracocha la edificación de la magnífica ciudad.
Veo con claridad lo que parece ser un paraíso de nuestros héroes nórdicos. Es el Valhalla al que todos los iluminados aspiramos ir. Un mundo ideal donde el tiempo se convierte en espacio, como en el bosque del castillo de Montsalvat. El pasado y el futuro pierden importancia. Es una tierra esplendorosa, guarnecida por los gigantes de la cordillera. Todo es limpieza y pulcritud. Los edificios son altos y magníficos. Hay torres de cristal que se interconectan entre sí con puentes y pasillos suspendidos, también de cristal. Algunas incluso brillan. Reflejan toda la luz del dios Inti.
La noche también se ve iluminada por majestuosas pérgolas, árboles envueltos en luces y fuentes que expelen agua y luz. Estas también refrescan el mágico ambiente en verano, junto con el indomable Mapocho. Y en invierno nieva, como en los países nórdicos.
Los habitantes de éste paraíso son dignos herederos de los altivos príncipes incas e invencibles guerreros mapuches que habitaron el valle en sus inicios. Su raza es idéntica a esta etnia de indígenas australes extintas en mi tiempo humano: altos, rubios y de ojos azules. Sabios y fuertes especímenes merecedores de habitar esta majestuosa ciudad. Cada uno con una espaciosa e iluminada residencia, como se merecen. Los verdes y amplios parques abundan, al igual que la comida. No hay basura, ésta se recicla, y el conocimiento está al alcance de la mano. El lugar ideal para cultivar el espíritu, la mente y el cuerpo.
Los cóndores también abundan y vuelan majestuosos y dignos por los cielos de esta tierra. Sus habitantes los montan, y muchos de ellos vuelan grandes distancias arriba de sus lomos como los antiguos príncipes incas, de forma que recorren en cosa de minutos la larga y mágica franja de tierra que gobiernan: el Reyno de Chile. Es por eso que esta ciudad también tiene el nombre de Lugar de Cóndores, en mapudungun, Manquehue. Hacia el final de la Recta Providencia veo al Rey de los Cóndores, el Apumanque.
Pero no puede existir el sueño sin la pesadilla. En las tierras de Apuquindo habita esta raza superior, que reina por sobre las demás razas inferiores, depravadas y débiles de los alrededores. Esta misma subespecie amenaza con corromper la pureza de la sangre y la alta cultura de esta raza. Estúpidamente regios especímenes nórdicos se atreven a mezclar su sangre con estos bajos, morenos y débiles subhumanos. Lo veo en las tierras del cacique Huechuraba, donde los arios viven prácticamente al lado del hoyo de la perdición en que pululan estas subespecies. Honran a ídolos falsos como la Pincoya, otro golem judaico que trae perdición y ruina a los hombres esforzados. Sólo la raza aria ha comprendido el verdadero valor del trabajo, honesto y duro; en contraste con los usureros judíos, que inflan la economía, y promueven la cultura del consumismo y de la deuda entre las ineptas sub especies. Mezclarse con sus costumbres y estirpes lleva a los nórdicos inevitablemente a su caída. Así siempre ha ocurrido a lo largo de la historia. La mezcla de razas en el pasado nos ha llevado al caos que conocemos actualmente.
Estos son sólo algunos de los peligros que hoy afronta nuestra raza sin igual.

Al final triunfa la raza aria. Siempre ha sido así, desde el principio.

Sieg Heil!

Herr Miguel Serrano, año 65 de la era Hitleriana.


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Este cuento está basada en la cosmovisión e ideología de Miguel Serrano (1917-2009). Chileno, embajador, y escritor nazi. La mayoría de sus ideas son poco conocidas, precisamente por lo extravagante que pueden ser. Pero su retorcida visión de la historia, más su aprecio por las religiones indígenas de América me sirvieron de inspiración para escribir esto. La idea surgió, más precisamente, cuando vi en un paradero de Vitacura el origen etimológico de las palabras "Vitacura, Manquehue y Mapocho"
Se las dejo, más algunas otras palabras de orígen indígena:

En el sector del río Mapocho al oriente, hasta las vertientes de la cordillera, existían varios asentamientos indígenas independientes entre sí y regidos cada uno por un cacique.
De hecho, los nombres de las comunas, avenidas y calles se conservan desde entonces. Como los de los caciques Vitacura y Huechuraba.

Vitacura:    “Piedra grande”
                  Cacique que vivió en paz con la llegada de los españoles, pero finalmente estos
                  Lo mataron. Se rumorea que escondió el oro en la comuna del mismo nombre.
                 Él era el principal comarca de las haciendas de La Dehesa y Las Condes. Le
                Enviaba oro a los incas (los huilliches se rendían, no así las demás tribus 
                 Mapuches) hasta que llegaron los españoles.

Apoquindo: Apu k'intu, “Ramillete de hojas de coca selectas para el supremo (APU)”
                  Cuenca y asentamiento prehisánico posteriormente conocido como “Pueblo de
                  Indios Apoquindo” Hoy es un cerro, y un barrio.
                  Según la leyenda urbana, era el nombre de un cacique a quien dio muerte Inés
                 De Suaréz para el 11 de sep. De 1541.

Apumanque: Rey de los cóndores (centro comercial)

Manquehue: Lugar de cóndores (Cerro, el más alto del valle de Santiago, a sus pies corre el                       
                    Mapocho)

Mapocho: “agua que se pierde en la tierra”

Apu: señor

Huechuraba: lugar de la greda. También era el nombre del Cacique que habitaba la zona a la llegada de Valdivia.

Cerro El Plomo: Fue nombrado Apu (quechua: Guardián) por los Incas, y en sus laderas se han encontrado diversos restos que dan cuenta de su importancia como centro ceremonial. El hallazgo más importante, es la momia de un niño de 9 años, encontrada el 1º de febrero de 1954; el niño habría sido sacrificado para transformar al cerro en un lugar sagrado

Viracocha al igual que otras deidades, fue nómada y tenía un compañero alado, el pájaro Inti, una especie de pájaro mago, conocedor de la actualidad y del futuro, representado en mitos orales como un picaflor de alas de oro (Quri qinqi).
Se da al dios todopoderoso la facultad de dirigir la construcción de todo lo visible e invisible.
En los mitos orales se revela a Huiracocha (Viracocha) como un sabio gobernante de la época de Caral el cual dio las leyes de la economía de la retribución (trueque, sistema de distribución del trabajo) como también del Ayllu o gran unidad familiar andina. Este Viracocha luego ascendió a la categoría divina, al igual que todos los grandes gobernantes preincas e incas.
En el antiguo Cuzco, se le dio gran importancia por ser "el que envió a Manco Cápac y Mama Ocllo a fundar una ciudad".


Y para rematar, el origen de los nombres de cada una de las comunas del Gran Santiago:

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