sábado, 10 de noviembre de 2012

Juan in a Million: El Soy Leyenda chileno


Sinopsis

Juan Pablo García se despierta el 19 de Diciembre y va a su Universidad a entregar la postulación para irse un año de intercambio a Harvard. Vuelve a su casa para tomar una siesta y empezar sus vacaciones de verano. Cuando se despierta se encuentra que la ciudad ha sido abandonada y está totalmente solo.  Juan Pablo deberá descubrir porqué la gente se fue de la ciudad, pero aún más importante, porque fue dejado atrás.


Este sábado 10 de noviembre fue el último día del Festival de Cine de Providencia, segunda edición del certamen que reúne lo más desconocido, y al mismo tiempo fascinante, que se produce en Chile sin productoras de peso ni grandes distribuciones. La película que vino a cerrar el certamen fue Juan in a million, film apocalíptico que muestra la odisea de un joven universitario (Sergio Allard, director y protagonista) que, de la noche a la mañana, se convierte en el último hombre en Santiago de Chile, una mañana 20 de diciembre de 2012.
Con un presupuesto reducido (7 mil dólares) y sólo tres meses de rodaje el film presenta una propuesta rompedora y a la vez ambiciosa. Con reminiscencias de las técnicas típicas del cine chileno, apuesta por un narración más propia del estilo yankee (el hecho de que emplee la misma banda sonora de I am leyend no es menor, tampoco que muestre una solitaria cena de Navidad casi calcada de Mi pobre angelito), sumado a largas secuencias habladas en inglés, que en conjunto constituyen un producto hecho con miras al extranjero, a un público internacional más que local.
Y es que el espectador chileno promedio no tiene mucho de que agarrarse para identificarse con el largometraje, filmado en su mayoría en locaciones del sector oriente de Santiago, con un protagonista bilingüe, y estudiante de ingeniería comercial de la Universidad Católica; por mucho que su nombre sea Juan Pablo García es difícil relacionarlo con un chileno clase media.
Esta película no fue hecha sólo para el extranjero. Fue hecha por universitarios de buena situación económica, y para universitarios con buena situación económica (los llamados chicos Puc, que hablan con soltura el inglés cuando buscan desahogar sus problemas, tal cual lo hace nuestro Juan en cuestión), y por supuesto, el público extranjero.
Un caso similar es la película Solos, de Jorge Olguín, la primera película chilena apocalíptica y antecedente directo de Juan in a million. Producción oficialmente “nacional” pero hablada entera en inglés para el público anglosajón (existiendo una versión en español poco difundida). Claro que sus realizadores hace rato que habían salido de la universidad, dejando una producción un poco más objetiva.
El film también presenta algunas fallas técnicas (la secuencia de la Plaza de la Ciudadanía vacía muestra al patio antiguo de La Moneda, ese que era más cuadrado que el actual; y los subtítulos son de color blanco, y en una parte del film el fondo también lo es, lo que dificulta su legibilidad), esperables de una producción de bajo presupuesto.
Además cabe señalar algunas fallas lógicas del actuar del protagonista. Por ejemplo, si al estar tomando consciencia de su condición de único ser humano, y al prender la televisión se extraña al ver sólo estática, que su acto seguido sea ir a Bellavista a hurgar en los estudios del canal no es lo más inteligente que puede hacer. Ya sabe que no están transmitiendo, consecuentemente no debe haber nadie tampoco en el canal, el verdadero misterio ahí, y que se mantiene a lo largo del film es, ¿¿Cómo demonios sigue habiendo electricidad?? Al menos yo en su lugar habría ido a Chilectra a ver quien mantiene las máquinas funcionando.
Aunque si es por decisiones ilógicas, la más destacable es que el protagonista insista en permanecer en la ciudad, recién hacia el final reúne el valor necesario para dejarla. Y es que este film nos muestra a un personaje que libra una batalla interior, que desde antes del Apocalipsis guardaba mucho miedo e inseguridad sobre qué es lo que tiene que hacer, conflicto que se resuelve, junto con algunas pistas del misterioso fin de la humanidad, hacia el final.
Y es que cada película de este tipo de argumentos, simples y a la vez fantásticos, se divide en dos partes. En la primera, el protagonista se deslumbra y explora todos los matices del inexplicable fenómeno (que desaparezca la humanidad, que un avión se estrelle en una isla de misterios-Lost-, o que un grupo de desconocidos despierte repentinamente adentro de un cubo- The Cube-); y en la segunda y final, se da una explicación, o al menos algunas pistas que diluciden el misterio y den algo de sentido a lo que ha pasado.
El guión nos da una explicación, una que encuentra Juan en la torre Titanium, donde descubre que una suerte de multinacional, o simplemente una entidad muy poderosa, ha planeado todo esto, y ha controlado la vida de Juan por lo menos durante el último tiempo, al grado de que su novia no estaba con él porque lo quería, sino porque la empresa planeo que fuera así.
De esta forma, con un desenlace similar al argumento de Los Agentes del Destino, la película trata temas como el libre albedrío, el control, la toma de decisiones correctas, la autoestima y por supuesto, la soledad.
Hasta la escena de esta revelación, la película parece ir por buen camino, pero el cierre es, cuando menos, políticamente discutible. Aboga por un mensaje de resignación, de sumisión ante un Destino todopoderoso que controla nuestras vidas. Juan se asombra con la revelación de la existencia de una conspiración, pero acto seguido no se enfurece como haría un personaje de película yankee que reclama por su libertad (Como le preguntó Morpheo a Neo: ¿Crees en el destino? No, le respondió. ¿Y por qué no? Preciso su mentor. Porque no me gusta la idea de que no controlo mi vida, respondió el funcionario de camisa y corbata que huyó de su realidad) sino que se siente más tranquilo, porque ahora sabe que en realidad “nunca ha estado solo”. Sintiéndose cobijado por una entidad que no alcanza a comprender, y de la cual no sabe nada, es que reúne el valor necesario para salir de la ciudad, buscar más personas en el mundo, y por supuesto respuestas, y así algún día “poder escoger por su propia cuenta”. Un mensaje distinto, sin lugar a dudas. Pero distinto no quiere decir que mejor. Si la última de Batman tenía un mensaje derechista, de repudio a las perversas revoluciones de terroristas extranjeros, este film tiene uno de sumisión religiosa (¿Qué más se podía esperar de un chico Puc?).
Así y todo, Juan experimenta un crecimiento personal, sin lugar a dudas. Y el final queda abierto, pero no deja de ser interesante, y a la vez informativo (al menos más que el final de Lost).
En resumen, el film nos muestra una mirada interesante, y más o menos novedosa del Apocalipsis maya y del argumento del Hombre Omega, combinado con el viejo mito de las conspiraciones mundiales. Otro punto a favor para el cine chileno, que en último tiempo, y en especial este año, se ha mostrado cada vez más prolífico.
Ya triunfó en el festival de Los Ángeles (California) y de Valdivia, ahora tuvo su pequeño estreno en Santiago. Esperemos atentos a su estreno comercial.




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