Ya estaba cansado, un niño de su edad no estaba acostumbrado a dormir tan poco, y es que luego de tantas aventuras consecutivas incluso ya olvidaba a donde se dirigía en esta ocasión.
Había puesto a Ogú a la cabeza de su tribu, precipitó la revolución contra la tiranía de lo Arikis en Rapa Nui, lideró la rebelión de los mutantes contra el tirano Jerfus en el futuro, ayudó a recuperar el trono al califa bienhechor en Arabia, venciendo a la conspiración que se tramó para derrocarlo, y por supuesto, ayudó al extraterrestre Xse y a su pueblo esclavizado en la rebelión contra sus malvados amos verdines, aventura en la cual le regalaron el cinto espacio temporal en agradecimiento.
Pero en esta oportunidad el cinto lo llevó a una ciudad gris, sucia y con militares y balaceras por doquier. La gente que no alcanzaba a huir era detenida y en muchos casos masacrada al instante por los uniformados. Preguntó a alguien que corría qué era lo que ocurría, le contestó que los militares pretendían sacar del poder al presidente, un hombre bueno y bienhechor que no había hecho nada más que ayudar al pueblo.
Por esas cosas que pasan se sumó al grupo de fugitivos del que le contestó a la rápida su pregunta, luego se guarecieron en el subterráneo de uno de los tantos edificios de la ciudad en guerra donde tuvo la oportunidad de ver a varios niños y ancianos heridos por la violencia en las calles. Vieron por una estrecha ventanilla los pies de los soldados que pasaban de largo. Allí dentro vio como las personas leales al presidente, y que no estaban heridas de gravedad, se armaban con lo poco que tenían para defenderse, no obstante el mismo niño les señaló los tanques que se asomaban por las calles. Era poco lo que se podía hacer con tan poco armamento.
Así que volvió en el tiempo y trajo al cavernícola Ogú para ayudarlos. Sorprendidos por el milagro, los hombres le explicaron que quien estaba detrás de esto era un hombre malo y ruin, anteriormente decía estar del lado del presidente, pero resultó ser un traidor tiránico. Como todo villano de turno, este tenía sus rasgos bien caricaturescos, una nariz ganchuda y unos lentes oscuros, además de una forma de hablar graciosa que lo caracterizaba.
El grupo armó a los viajeros temporales con un casco de soldado y una escopeta a cada uno, pero Ogú prefirió portar sólo su maza, pues según él “el palito bum-bum hacía mucho ruido” mientras que Mampato si bien aceptó portar el arma lo hizo sólo para intimidar, pues en la práctica sabía que no era capaz de dispararle a nadie, lo cual le manifestó a los demás.
Así, con ayuda de Ogú y otros insurgentes lograron acercarse a escondidas hasta el palacio de gobierno donde estaba atrincherado el presidente. Era un bonito edificio, rectangular, blanco, y aunque pequeño, de algún modo imponente y elegante. La bandera que tenía en la parte superior ardía en llamas, de modo que Mampato no la pudo identificar. También se elevaban columnas de humo por distintos puntos de la estructura.
Un militar los sorprendió parapetados tras los escombros desde donde contemplaban su objetivo. De un solo golpe Ogú se deshizo de él.
Fue entonces que gritó a todo pulmón su inconfundible: “¡Akarrúuuuuuuu!
Y como una imparable excavadora aturdió a todos los militares que le obstruían el camino acercándose raudamente al edificio, despejándolo para Mampato y sus aliados.
Ya a las puertas del palacio un soldado surgido de un tanque le acertó un tiro al cavernícola. Sollozando, Mampato corrió a atender a su moribundo amigo. Mientras, los aliados del dúo, en lugar de usar sus armas para dispararle al asesino, escogieron acercársele por la espalda y aturdirlo con el mango de sus AK-47 como haría su peludo caído.
Aunque todos lo tomaban por muerto, resultó que efectivamente la bala le atravesó el casco, pero sólo le rozó el cuero cabelludo de modo que le hizo una raya en el peinado. Por lo demás, Ogú estaba en perfectas condiciones.
Así, continuaron su misión hasta el interior del edificio en donde estaba el presidente. Un hombre también algo caricaturesco, de baja estatura, un poco más alto que Mampato, anteojos grandes, un traje formal y una elaborada oratoria que lo caracterizaba cada vez que hablaba. También portaba un casco y un arma en ese minuto, de hecho estaba apuntándose a la cabeza y a punto de disparar. Por supuesto que Mampato corrió a impedirlo. Golpeó el cañón del arma y la bala salió disparada a un candelabro de cristal que cayó sobre unos funcionarios.
Mampato le preguntó en qué demonios estaba pensando, que cómo se le ocurría quitarse la vida, y el hombre gesticuló con todo su repertorio de oratoria que ya todo estaba perdido y no había nada que hacer. El niño lo corrigió diciendo que su grupo y él corrieron muchos riesgos para alcanzar el edificio y poder ayudar, y que la esperanza nunca estaba perdida.
El presidente le contestó que era noble que quisieran dar sus últimas fuerzas en el combate, pero de todos modos ya no tenían armas para hacer frente al ataque terrestre.
En ese minuto llegó Ogú con dos cañones antiguos, uno bajo cada mano.
“Mirar lo que mi traer, Mampatu, dos cañonos, Relámpago y Jurioso” Exclamó el hombre de las cavernas.
Relámpago y Furioso eran los nombres de los cañones, le explicó el presidente. Los tenían en el patio del ala opuesta, pero no los usaban básicamente porque eran muy pesados y antiguos, ya nadie sabía usarlos.
Pero Ogú sabía, no era la primera vez que se obsesionaba con unos cañones (Ver Mampato: El cruce de los Andes) y luego de unas chascarrosas explosiones de pólvora en su cara no tardó en hacerlos funcionar.
Así, los pusieron en las ventanas apuntando a los tanques y comenzaron a repelerlos.
“¡Aún hay esperanza para el pueblo!” Exclamó revitalizado el presidente.
Un grupo de amigos suyos, encargados de su protección lo acompañaban, estos más armados y preparados que él y contribuyeron a seguir disparando desde otras ventanas.
Fue entonces que llegaron los aviones e iniciaron un fuerte bombardeo.
“¡Estamos perdidos!” Exclamó el mandatario y volvió a poner el rifle en su sien. Mampato lo detuvo nuevamente y esta vez la bala dio en el casco de Ogú, haciéndolo girar unas vueltas como un helicóptero. Este no entendió lo que pasó.
Mampato nuevamente sermoneó al hombre por su cobarde intención, este le rebatió que ya no había nada que hacer pues se acabaron las balas de los cañones, discusión a la que se sumaron sus escoltas.
Sin más ideas para remediar la urgente situación, y mientras todos discutían sin previo aviso Ogú saltó desde el piso más alto del edificio hasta caer sobre uno de los aviones. Mampato le seguía advirtiendo desde la ventana que lo soltara cuando él de un solo golpe logró romper el vidrio de la cabina de mando y meterse dentro de ella. Lanzó al piloto original, el cual por suerte calló sobre uno de los naranjos del patio del palacio.
Mampato entonces identificó los aviones, se dio cuenta que eran unos Hawker Hunters, de fabricación inglesa, lo sabía porque había aprendido mucho de aviones en un combate aéreo en la Primera Guerra Mundial (Ver: Ases de combate). Conocía un punto débil que tenían entre la carrocería y los motores. Así, les indicó a las demás personas que acompañaban al presidente que dispararan con precisión en tal punto, lo que le fue fácil a Mampato gracias a que éste tenía buena puntería.
Con esta nueva estrategia y con Ogú fascinado volando el aparato y derribando espontáneamente a todos los aviones que podía, lograron acabar con la fuerza aérea del tirano. Este, muy frustrado, y luego de hacer un berrinche salió del tanque en el que se encontraba, justo antes de que uno de los aviones derribados lo aplastara.
Ahora totalmente solo y únicamente con una pistola se dirigió al interior del palacio a matar al presidente. Para entonces el mandatario, su compañía y Mampato ya estaban celebrando el triunfo, descendieron al patio de los naranjos donde los sorprendió el tirano con el uniforme rasgado por la violencia y hollín en su rostro y manos. “¡Estamos perdidos!” Gritó el presidente. Mampato trató de hacer entrar en razón al atacante, que la violencia nunca era la mejor solución, pero este no le hizo caso. Al estar a punto de disparar miró hacia arriba y vio que caía justo sobre él un bulto peludo. Era Ogú.
El avión que aplastó su tanque era el que manejaba Ogú, pero él saltó en cuanto se dio cuenta que ya no tenía combustible y tuvo la suerte de quedar enganchado en el asta de la bandera consumida. Quedó colgando allí unos minutos hasta que el asta cedió por su pesado cuerpo y tuvo la suerte de caer sobre el tirano.
Así, ya con el villano reducido, Ogú lo llevó al mismo naranjo en donde estaba colgando el piloto del avión que usurpó, y con un solo brazo lo lanzó y quedó colgando de otra de las ramas. “Hola, General. Parece que las cosas no salieron como esperábamos” le dijo su compañero de rama, a lo que le contestó: “¡Silencio, Gustavo!”
Los dejaron allí hasta que llegaron los militares leales al presidente para enjuiciarlos.
De ese modo, Mampato y Ogú salvaron al pueblo, cuyo nombre aún desconocían. Hubo una gran celebración en agradecimiento por sus servicios, el mismo presidente les dio las gracias personalmente y dio varios discursos por su heroica hazaña. Mampato rechazó todo regalo ostentoso, y Ogú se llenó con todo el banquete que hicieron en su honor.
Con la fiesta finalizada el par se preparaba para volver a casa.
Fue entonces que Mampato, al fijarse en los controles de su cinto, se dio cuenta que ya estaba en casa.
Themo Lobos
Borrador del argumento de la edición de octubre de 1973. Nunca se llegaría a realizar.
Publicado en el blog de Chilenia:
http://chileniaucronica.blogspot.com/2011/09/ogu-y-mampato-en-un-golpe-sin-par.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario