lunes, 15 de mayo de 2017

El Diablo es chileno

Cuando trabajé en el especial 666 del The Clinic, centrado en el Diablo, me tocó hacerle una entrevista a Álvaro Lillo, bajista de Watain, una de las bandas de black metal más importantes a nivel mundial. Lillo, por supuesto, tenía una visión muy especial del Diablo: “El Diablo no es ese seudohombre cornudo que han caricaturizado cristianos desde su porquería de era. El Diablo es energía, una fuente de poder  mística y por ende poco comprendida”, me comentaba el penquista por celular (lo llamé por whatsapp) desde su hogar en Hamburgo. “No es algo intrínsecamente maligno, el Diablo al final es el reflejo de uno mismo. Todos tenemos un diablo interior”, remataba Lillo.  

Para ese especial de la revista, también se entrevistó, desde un exorcista español, pasando por el Divino Anticristo, hasta una innumerable gama de políticos y artistas. Cada uno con una visión distinta sobre el diablo. “La diablada en la fiesta de La Tirana le da colorido a esas comparsas danzantes; El chiflón del diablo, un cuento extraordinario de Baldomero Lillo; Gran señor y rajadiablos, de Eduardo Barrios, rajadiablos travieso, bueno para la talla; Diablofuerte, novela de la picaresca chilena de gran valor sentimental del año 1905; el diablo aficionado al monte, en los campos chilenos. ¿Se le calentará el hocico al diablo criollo? Por supuesto que sí. Entonces, ¿hay una versión simpática del diablo? ¡Positivo! Más vale diablo conocido que diablo por conocer”, afirmó Bruno Vidal, el autoproclamado “poeta facho” en su tradicional columna.

La cita no es casual. Y es que el diablo tiene una relación especial con nuestro país. Basta recordar cierta escena de Al diablo con el diablo, protagonizada por Brendan Fraser, donde el Diablo (interpretado por una guapísima Elizabeth Hurley) le dice a Fraser que se apure en pedir su próximo deseo pues “tengo que ir a provocar un terremoto en Chile”.

Definitivamente, si Dios es argentino, y Jesús es brasileño… el Diablo es chileno. No podía ser de otra forma. Si Jesús pasó cuarenta días en el desierto siendo atormentado por el demonio, aquí en el campo chileno los huasos lo pillan en cada rincón con una naturalidad sorprendente. Si Fausto firmó un contrato vendiendo su alma a Mefistófeles a cambio de conocimiento y poder, sólo para que al final el segundo se saliera con la suya, aquí en Chile Bartolo Lara logró engañarlo con una artimaña bastante simple: “No te llevaré hoy, pero te llevaré mañana”, decía el contrato, sin especificar fecha, a pesar de que siempre va a haber un mañana… Al final, no hace falta la divinidad y pureza de espíritu del Mesías para vencer al cola de flecha, sólo la inocencia del campesino chileno. Ni hace falta el extenso conocimiento y currículum académico del doctor Fausto, simplemente la “chispeza” y pillería del huaso chileno puede engañar al innombrable. Por extraño que parezca, Chile debe ser el único país del mundo donde el hombre no sólo convive, sino que hasta engaña al Diablo. 

Durante la Colonia, la orden de los jesuitas se tomó esto muy en serio y cruzó la frontera del Biobío buscando la Civita Diaboli, la ciudad del Diablo ¿dónde más buscarla sino en el fin del mundo? Quizás la leyenda más popular sobre el tema es la del vino Casillero del Diablo. Si es verdad que el vino es nuestra tarjeta de presentación en el extranjero, esa es la imagen país que estamos proyectando: la de un oscuro viñedo en medio del campo cuya bodega es custodiada por el Diablo. Por lo menos esa es la leyenda que don Melchor de Concha y Toro inventó para evitar que sus inquilinos le siguieran sacando botellas, la cual muchos creyeron a cabalidad. 

Y es que el Diablo es parte fundamental de las leyendas del campo. Según Marcela Paz, el "Chile Diablo" está comprendido ni más ni menos que entre Chillán y Buin, en la zona huasa (Perico trepa por Chile, capítuo XXXV). “Donde el diablo perdió el poncho”, dice el dicho popular, para designar un lugar perdido en medio de la nada. Vale decir, ¡el Diablo usa poncho! ¡El Diablo es un huaso! Y en muchos casos es representado como un huaso elegante, o derechamente como un patrón de fundo. Sólo pensemos en lo común que es ver leyendas atribuidas a familias adineradas en el campo, que supuestamente amasaron tan rápidamente su fortuna "haciendo pacto con el Diablo" (los Brutón en Rancagua, por ejemplo, cuyo castillo estaría habitado por el Diablo). 

Esta afinidad entre el Diablo y el campo fue tratada en Julio comienza en Julio, para muchos, la mejor película chilena del siglo XX. María (Schlomit Baytelman), una joven cuyo estigma es haberse “acostado con el diablo”, vale decir, fue violada por un contrabandista, lo que la obligó a irse a vivir con él y dedicarse a la prostitución. De nuevo apreciamos aquí al Diablo como un huaso a caballo. Y un poco antes, al inicio de la película, vemos a una anciana que le cuenta un cuento a sus niños, de cómo un campesino se topó en medio de la noche con el demonio, y se deshizo de él rezando “diez mil millones” de Ave Marías. En paralelo a su narración, el patrón don Julio García del Castaño, se disfraza junto con sus peones de monjes, y se internan en la noche para derribar ilegalmente la cerca que divide su terreno con el de los franciscanos (con quienes mantiene un litigio legal por la tierra). Vale decir, de algún modo el director Silvio Caiozzi nos insinúa que el demonio es ni más ni menos que el latifundista ambicioso. O que el mal se esconde en la misma casona donde éste vive, donde a los ojos del público abunda la religiosidad y los símbolos católicos.

El prolífico Raúl Ruiz también nos dio su particular visión del campo chileno y el demonio en su película La Recta Provincia, donde el Diablo es precisamente un histriónico huaso, que se convirtió en demonio al haber perdido un concurso de payas con el Satanás original. ¿Tiene cuernos? Sí, pero se los tapa con el sombrero.
Isla del Diablo. Foto de Guy Wenborne

No sólo en el norte, con la fiesta de la Tirana, y en la zona central, con las leyendas del campo, vemos la presencia del señor de los infiernos. También en el extremo austral. Recordemos el cuento Cabo de Hornos, del inmortal Francisco Coloane, para muchos el “Jack London chileno”, y cronista de nuestra Patagonia. En dicho texto, Coloane parte hablándonos de un lugar muy especial de Tierra del Fuego, una quebrada llamada “La Sepultura del Diablo”.  Lugar al que le temen los marineros, pues según ellos allí, en el fin del mundo “el Diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas, que él arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar, durante las noches tempestuosas y horrendas, cuando las aguas y las oscuras sombras parecen subir y bajar del cielo a esos abismos”. 

Sin ir más lejos, en el mismo libro, pero en otro cuento, Coloane también describe a "La Isla del Diablo" en el Canal Beagle, "donde los remolinos de las corrientes de lo tres canales hacen muy peligrosa su travesía, de tal manera que los navegantes han llegado a llamarla con ese nombre espantoso". Y es que en torno a esa isla, se ambienta la leyenda del Tempano de Kanasaka, pero eso ya es otra historia.

En un país tan acostumbrado a las tragedias y las penurias, tan alejado del resto del mundo y de la mano de Dios, pareciera ser que el infierno es un lugar más cercano para nosotros. Quizás nosotros mismos nos esmeramos en creernos el cuento de que sólo somos unos pobres diablos, o que nos falta ser más diablos y realizar más “diabluras” para tener éxito en la vida. ¿Por qué será que el Diablo siempre se asocia al oro? en las leyendas, siempre ofrece el dato de una mina de oro a los pirquineros, o es un tipo con dientes de oro, ¡o incluso es un gallo con pico de oro! en otras palabras, el diablo es un prestamista. Es el tipo al que le vamos a pedir plata fácil. Eso habla mucho de la idiosincrasia de un país tan pobre como Chile: una tierra donde impera la desigualdad y la segregación. Donde la única forma de hacer fortuna, no es con ingenio o trabajo duro, sino haciendo un pacto con el señor de los infiernos. 

Quizás es verdad que le vendimos el alma al Diablo, como decía Bruno Vidal, y el Chile moderno es el resultado de eso. Le pedimos riqueza al Diablo, y éste nos dio el modelo neoliberal, con el que nos convertimos en los jaguares de Latinoamérica. El precio fueron tres mil muertos, mil desaparecidos, miles de torturados y exiliados. Y una desigualdad y falta de dignidad que persiste hasta la actualidad. En otras palabras, le vendimos nuestra alma a cambio de fortuna.

Lo cierto es que el cielo y el infierno no están ni arriba ni abajo, sino que aquí mismo, y hemos olvidado que nosotros mismos escogemos qué mundo queremos construir. Y qué clase de personas queremos ser. R. L. Stevenson nos enseñó en El extraño caso de Dr. Jeckill y Mr. Hyde, que todos tenemos un demonio y un alma bondadosa por dentro. O como resumió Lillo: “Todos tenemos un Diablo interior”. 


La Recta Provincia, de Raúl Ruiz

1 comentario:

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