domingo, 12 de abril de 2015

La nueva comedia y el cine chileno



Allá por el 2010, Alfredo Casto daría una entrevista en CNN Chile donde comentó la última película en la que había actuado, Post Mortem. Un film de Pablo Larraín (la segunda parte de su “trilogía informal” de “la edad de las tinieblas” en palabras del crítico Héctor Soto) donde recorría algunos de los temas más manoseados por el cine chileno: el golpe militar, la pobreza, la política, escenas de sexo explícito, y diálogos susurrantes, llenos de modismos (más bien improperios) y silencios. Durante la entrevista, se le preguntaría sobre los logros y la baja taquilla del cine chileno. Él no tuvo ningún problema en reconocer que “no vas a poner a una película chilena a competir con Harry Potter”. Una mentalidad un tanto conformista, pero sus palabras serían tangencialmente refutadas dos años después con el estreno de Stephan v/s Kramer. Comedia cuya taquilla de más de dos millones de espectadores superaría a cualquier película estrenada en Chile (chilena o extranjera), superando por mucho a Harry Potter.  

Desde el 2010 en adelante hemos visto cómo se ha reconfigurado el cine de comedia en Chile. Dejando atrás clichés como el abuso de escenas de sexo, lenguaje soez, y cámara mal encuadrada y con poca recepción entre el público. Clichés que, incluso, serían tratados en forma humorística por Ariel Levy para promocionar el mediometraje La vaca atada de Gianfranco Raglianti.
La buena situación económica chilena, las alianzas estratégicas con socios internacionales (principalmente España y México), pero principalmente, una oleada de creativos e ingeniosos comediantes y directores de cine chilenos vendrían a renovar la comedia nacional, marcando un claro antes y un después. Así, Nicolás López poco a poco sacaría adelante todas sus irreverencias y obsesiones al estilo hollywodense; los miembros del exitoso Club de la Comedia de Chilevisión darían el salto a la pantalla grande; también los hermanos Badilla; y por supuesto, también está el ya mencionado Stephan Kramer,  quien llevaría a la octava parte de los chilenos al cine, rompiendo todos los records de audiencia.
La buena taquilla permitiría al público reconectarse con el cine chileno, instalaría en la industria nacional el concepto de “Blockbuster”, y poco a poco iría minando el prejuicio de que el cine chileno es sólo cine de arte o cine excesivamente político y erotizado.   
El 2009 tuvimos un antecedente directo con Súper, todo Chile adentro. Para algunos críticos, no alcanza ni a ser película, sino sólo un comercial muy largo. Lo cierto es que, inconscientemente, marcaría la pauta de un fenómeno cinematográfico en el celuloide nacional: comedias donde todos los actores, a veces hasta el personaje más secundario, es un famosillo o un rostro identificable por el telespectador promedio. Igualmente, el cameo de marcas comerciales reales actúa como aderezo cómico y, al mismo tiempo, como fuente de ingresos para la película.
Sebastián Badilla sabría explotar esos dos recursos para sacar adelante cuatro películas y conseguir así el apodo de “el Woody Allen chileno”. Para algunos, su abuso del avisaje dentro del film raya en lo reiterativo y le quita coherencia a sus películas.
López en cambio, haría un uso más moderado y estilístico de las marcas encubiertas. Recurriendo a estrategias publicitarias y de psicología de masas al estilo “Show de Truman”. De la misma forma, Kramer, fiel a su gran mecenas, la empresa ABC-Din, no podía dejar fuera de sus películas las referencias a sus productos.
En retrospectiva, pareciera ser que los chilenos nos acostumbramos a consumir buenas dosis de comedia en el cine. Fenómeno que también coincidiría con la “comedización” de las teleseries vespertinas de los distintos canales de Tv abierta. Carlos Saavedra, llegaría a afirmar en su polémico libro “Intimidades desencantadas” que el llamado “novísimo cine chileno” es un producto neoliberal empapado de su ideología. Desprovisto de sentido histórico y político, centrado más bien en historias individuales y subjetivas. Afirmación difícil de aceptar, tomando en cuenta que nuestra primera nominación a los Oscar se basó en el plebiscito del ´88. No obstante, podríamos decir que la tesis de Saavedra encaja mejor, no con las películas de autor que analizó (La vida de los peces, En la cama…) sino con lo que aquí llamaremos la Nueva Comedia Chilena: películas más bien desechables, de argumentos disparatados, un tanto absurdos. Casi siempre ambientadas en el barrio alto (como en el caso del cine de Badilla). Y sostenidas con ese consumismo marquero al que estamos acostumbrados los chilenos.  
De este modo, se han abierto muchas puertas en el cine nacional para realizadores jóvenes y deseosos de hacer una película. El cine chileno dejó de ser visto como algo underground, o como un negocio poco atractivo para las distribuidoras o las grandes empresas. Sin lugar a dudas que queda mucho por avanzar todavía; pero el mero hecho de que se haya podido conectar el público con las pantallas, y la oportunidad de contar con buenos auspiciadores, es un incentivo más que suficiente para una industria nacional que, hasta ahora, cuenta con una nominación a los premios Óscar. Y que todavía tiene mucho por explotar.
Todo esto y más han conseguido estas comedias que, aunque a algunos no logren sacarles ni una sonrisa, constituyen en sí una gran muestra de los avances del cine chileno.
Recordemos que la primera comedia hecha en Chile sería Don Quipanza y Sancho Jote de 1921. Mucho después, comenzaríamos los años ´90 más bien con una búsqueda de identidad del cine chileno. Terminada la dictadura, con el apagón cultural que esta significó, y el retorno de muchos cineastas del exilio, se estrenarían en Chile diversos documentales sobre el exilio y la represión bajo el gobierno militar. Se estrenarían clásicos como La Frontera, Caluga o Menta y Johnny 100 pesos. Sería hacia el final de la década que el cine nacional se permitiría salir de la temática política y social con el estreno de la taquillera comedia El Chacotero Sentimental en 1999.
Desde entonces, se instauraría una tradición de comedia cinematográfica chilena dominada por argumentos sexualizados y diálogos soeces. Oleada que podemos ubicar entre 1999 y 2009, con El Chacotero sentimental y Grado 3. Entremedio de eso, Boris Quercia se saldría un poco del género para filmar Chile Puede (2008), la primera película de ciencia ficción hecha en Chile (honor que también podría merecer Malta con Huevo, otra comedia, y del año anterior). Film que, lamentablemente, no lograría emular el éxito de sus películas anteriores: Sexo con amor y El rey de los huevones.
No obstante, no sería el único realizador en hacer cine de género. La última década ha estado marcada por innovadoras creaciones de directores jóvenes.  Inti Carrizo-Ortiz llevaría más lejos la ciencia ficción nacional con su premiado corto Star Wars: Renacimiento. Jorge Olguín (Sangre Eterna) lograría la difícil tarea de consolidarse como director de cine de terror. Fundado de paso el género de fantasía en Chile, que continuará expandiendo con su próximo estreno Gritos en el bosque (mayo de 2015). Ernesto Díaz, por su parte, sería pionero en el género de artes marciales, acción, y de súper héroes. En colaboración con su actor fetiche Marko Zaror, sacaría inconfundibles films como Mirageman y Tráigame la cabeza de la mujer metralleta
Así, podemos apreciar que la tradición un tanto subdesarrollada de hacer cine con los clichés ya mencionados, fue dejada atrás. Y esto se reflejaría muy bien en el cine de comedia. Cine que, desde el 2010 en adelante, logró combinar un poco de los géneros antes mencionados. Principalmente Nicolás López, que ha logrado colar un poco de los recién nacidos géneros de ciencia ficción y fantasía en sus comedias (la secuela de Promedio Rojo es el mejor ejemplo de ello). Lo mismo con el cine de súper héroes (Santos) y de artes marciales, no en vano colaboró con Ernesto Díaz para Fuerzas Especiales, y para su secuela a estrenarse este año. Claramente el género de comedia ha madurado bastante en estos años.
No podemos dejar de mencionar, que el primer director en filmar una trilogía formal en Chile sería López con la saga de Que pena… Siempre a la vanguardia, López también sería el único director a la fecha en grabar más secuelas de sus películas, hablamos de Promedio Rojo y de Fuerzas Especiales (comedia que también espera convertir en trilogía, cerrando la historia con una tercera parte el 2016).
Indudablemente que el último lustro ha sido muy productivo para la industria cinematográfica criolla. Queda la incógnita de hasta dónde nos llevará, o de cuánto más podrá durar este fenómeno fílmico. Fabrizzio Copano, quien participara en la comedia Barrio Universitario (2013) y fuera el cerebro detrás de Héroes (2015) tiene una visión más negativa al respecto. Según declaró en una nueva entrevista a propósito de su próxima película Prueba de Aptitud, a estrenarse el 2016:
“Yo creo que la forma en que se estaba haciendo comedia en cine en Chile se acabó. El modelo que partió con Promedio rojo o incluso después, con Sebastián Badilla (El limpiapiscinas), se acabó. La intención de esta película es ser la primera de esta nueva versión (de cine) que no subestima al público, no le tiene miedo a ser de género” Copano.
Palabras osadas de Copano. De tener razón, posiblemente en el futuro recordaríamos el período 2010-2015 como la “época de oro de la comedia chilena” (quizás debamos extenderlo hasta el 2016, si Kramer y López completan sus trilogías como han prometido). Algunos podrán agregar el adjetivo “segunda época de oro” o quizás la “nueva ola” de comedia chilena. Honrando, de ese modo, al período que atribuyen los cineastas más ortodoxos que va de 1944 a 1965, que incluye películas para el recuerdo como “Flor del Carmen” y “La pérgola de las flores”.  Período que, no obstante, es fácil inferir que se trata de homologar al Cine de Oro Mexicano, y al argentino también. Ambos cines que tuvieron su esplendor entre las décadas de 1930 a 1960 (cuando la industria norteamericana se vio disminuida por la guerra). De ambas tendencias sobreviven varias películas en el inconsciente colectivo de la gente, y siguen siendo emitidas en la televisión. No es el caso del cine chileno, son en realidad sus películas más contemporáneas las que corren esta suerte. “La época de oro del cine chileno es ahora” diría Gastón Pauls, actor argentino y estrecho colaborador de Pablo Larraín. Y razones para su diagnóstico no faltan.
Es por eso que no podemos despreciar el papel de la comedia en esta privilegiada época que estamos viviendo. No sólo el cine de arte, de autor o de género. Todas las distintas aristas del cine chileno han experimentado un boom en los últimos años, pero es con la comedia que podemos saldar la deuda con el público. No olvidemos que la cinta No de Pablo Larraín, logró tan buena recepción entre los espectadores gracias a los ácidos e irónicos diálogos del guión de Pedro Peirano (cerebro detrás de otra joya del cine chileno, 31 minutos, la película), y claro, la comedia inherente a toda la propaganda de archivo que compone el montaje. La dictadura es una parte de nuestra historia que no podemos dejar de contar, es cierto. Pero eso no evita que la contemos de la forma más lúdica posible.
Los realizadores deben tomar en cuenta que las películas se filman no sólo para una casta de críticos, de festivales, y para un selecto público. También para el gran público. En Chile, ha quedado bien clara la falta de habilidad de los audiovisualitas para crear un cine que enlace de forma convincente la masividad con la calidad. Quizás la única película que lo ha logrado ha sido Machuca, allá por el 2003. O Violeta se fue a los cielos, del 2011. Lo cierto es, que la brecha entre el cine comercial y el de arte se ha ido acrecentando. En Norteamérica, en cambio, los ejemplos sobran. Desde Stanley Kubrick a Martin Scorsese. Poniendo un ejemplo más cercano, nuestros vecinos argentinos consiguieron con Relatos Salvajes dejar contentos tanto a críticos como al público. Con historias entretenidas y ágiles lograron record de asistencia y otra nominación a los Óscares.  ¿Cuándo será el día que aquí en Chile podamos fundir los fenómenos de Stephan Kramer con algo de Pablo Larraín? Aún estamos lejos de eso, pero ya estamos tanteando esa senda. Por algo dicen que la práctica hace al maestro, y hoy las condiciones dan para muchos procesos de ensayo y error.
Quizás no tengamos un cine europeo o hollywoodense consolidado del que podamos enorgullecernos. Tenemos algo mejor que eso: la oportunidad de construir algo nuevo. De ir aprendiendo junto con los cineastas, y en el caso de la comedia, de reírnos con ellos y de ellos. Lo que Nicolás López llama “Chilewood”.

Una comedia chilena ya no se pasa la mitad de la película con sus actores ABC1 semidesnudos y tratando de conseguir un sexo con amor (cortesía de Boris Quercia). Ahora es posible ver en una película chilena a un autista en silla de ruedas llegar al futuro en un auto De Lorean, donde un Terminator asesina a su duende mascota (cortesía de Nicolás López).  En este proceso de ensayo y error, claramente algunos saldrán mejor parados que otros. El cine de los hermanos Badilla parece estar en retroceso, mientras que López ha logrado consolidarse tanto en Chile como en el extranjero. Pecando de optimistas, podemos asegurar que el cine chileno va por la dirección correcta. Ya con reconocimiento en festivales internacionales, y con neoliberalistas comedias produciéndose al amparo del libre mercado, inevitablemente iremos perfeccionando la fusión entre ambos. El cine de género (de distintos géneros, arte, comedia, o ciencia ficción) irá volviéndose cada vez más rentable (ya no sirve la excusa de que “somos pocos” y es difícil conseguir financiamiento); y finalmente, el público chileno podrá no sólo hacer a un lado sus prejuicios, sino que reconocerse como parte de las historias que están en pantalla. Y escoger indistintamente entre Harry Potter o un film de Larraín. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario