Esta no es una película. Es un
desfile de hombres rudos. Diecisiete leyendas del cine de acción. Diecisiete
ejércitos de un solo hombre. Stallone, en pocas palabras, se fue en volá.
La mayoría de las narraciones, siguiendo
la fórmula aristotélica, se rigen por una presentación de los hechos, un
quiebre en la normalidad, y un punto de no retorno hasta el clímax o la
resolución de la trama. Nada de eso hay en esta película. Desde la primera
escena que sube al espectador al carro de una montaña rusa y no le da respiro.
Cualquier trama de fondo pasa prácticamente a segundo plano. Es un festival de
testosterona pura, adrenalina inyectada directamente al corazón como hiciera
Tarantino en Pulp Fiction. Toda una orquesta wagneriana de balaceras y
explosiones. La obertura 1812 de Tchaicokvsky al más puro estilo de V for Vendetta. Y en verdad se agradece,
cualquier análisis cinematográfico más sesudo no cabe aquí.
The Expendables 3 es posiblemente
la mejor de la saga. Si la primera se enfocó en el drama, y la segunda en la
comedia, la tercera fue el mix perfecto de ambas temáticas. De alguna forma,
todo armonizado con la presencia de tantos pesos pesados de la pantalla grande.
Y es que esta vez no pasó lo
mismo en la primera entrega, en que Rocky
se robaba el protagonismo, y dejaba a Terry Crews y Randy Couture casi como
extras, y de la junta del prometido “Trío de la muerte” Stallone- Schwarzenegger-Willis,
sólo tuvimos una breve escena (Schwarzenegger todavía era Governator en ese entonces). En la segunda, en cambio, vimos
hacerse realidad el sueño de los fanáticos, y pudimos ver al trío pelear hombro
con hombro, ametralladora con ametralladora, y a Schwarzzeneger irrumpir en
gloria y majestad con su “I´m backed”.
Para esta tercera parte, Stallone
hizo malabares con el guión, y logró asignarle el personaje preciso, el diálogo
preciso, y el tiempo preciso a cada miembro del elenco en pantalla.
En retrospectiva, sólo cabe
extrañar a Mickey Rourke, y a Bruce Willis. Es fácil inferir que literalmente
no cabían más famosos. Para esta entrega, la leyenda de leyendas, Harrison
Ford, viene a suplantar el puesto de Bruce Willis. Al tratarse del mismísimo
Indiana Jones-Han Solo-El Fugitivo, era necesario asignarle un puesto
privilegiado en la jerarquía interna de los Expendables: no sólo es un hombre
del gobierno y el jefe de Barney Ross (Stallone). También es piloto, y el que
llega a salvar el día. En esta saga, el líder tiene que ser piloto, como da a
entender Barney. Sale privilegiado, de forma similar a Chuck Nurris, el señor
indestructible por antonomasia, quien participó en la cinta anterior. Stallone,
consciente de que Nurris es el consentido de los memes en internet, no podía
hacer menos que mostrarlo como un hombre solitario, enigmático, y con la banda
sonora de El Bueno, el Malo y el Feo.
Y así, las parodias, chistes, y
autoparodias no paran. Vemos a Weslie Snipes iniciar la película, maniatado
como Hanibal Leckter, luego reírse de sus propios problemas de impuestos, y
hasta afeitarse con un cuchillo a la
usanza de Rambo. Y a un
Schwarzzeneger reducido a un demacrado cuenta-chistes barbudo, casi como
diciéndonos que sigue buscando empleo desde que dejó la gobernación de
California.
En suma, no reclutó un elenco.
Reclutó a un ejército. Y el único enemigo lógico de un ejército, era otro
ejército, de ahí que la secuencia final de la película sea el enfrentamiento
entre los Expendables y las fuerzas armadas de un país asiático ficticio,
enviadas por el villano de turno, Mel Gibson. Sobre esto último, la saga viene
a retomar el tema de la complicada relación entre la CIA y los Mercenarios, los
cuales suelen realizar el “trabajo sucio” por encargo de la agencia en la vida
real. Cosa que claro, si bien es verídica, es sólo una excusa argumental para
mostrarnos explosiones. Y para darle mayor trasfondo dramático al personaje de
Gibson, ex miembro de los Expendables, quien traiciona al grupo y forma su
propio imperio criminal armamentístico. Es bastante notable la analogía que arma
entre el tatuaje que porta cada mercenario del grupo, y el cuadro de Caín (como
todo villano multimillonario y culto, colecciona pinturas), quien fue marcado
por Dios tras el asesinato de su hermano Abel, no para condenarlo, sino para
que los ladrones no le hicieran daño. Un vez expendable, siempre eres un
expendable.
No contentos con estos, los
estudios ya anunciaron que harán una próxima entrega. Con Pierce Brosnan
confirmado. Lo complicado, será armonizar más rudos con la “nueva generación”
que conformó Rambo en esta película
(Kellan Lutz, Ronda Rousey, Glen Powell y Víctor Ortiz). Elucubrando un poco,
podemos deducir que, si el guión de la primera se hizo eco de la contingencia y
mandó al equipo a matar a un dictador caribeño con ciertas reminiscencias
chavistas, la próxima entrega posiblemente mandará al equipo a la única parte
del mundo donde aún no los hemos visto: Medio Oriente. Será mejor que los de
Isis junten miedo.
Stallone parece haber creado un
género nuevo. Uno que comenzó a tantear en el 2007 con el estreno de Rocky 6 y
Rambo 4. Luego Bruce Willis sacaría dos películas más de Duro de Matar. Un
género que tomaría forma con la primera de The Expendables, con Grudge Match
(Ajuste de Cuentas) y Plan de Escape. Donde compartiría escena con De Niro y Schwarzenegger
respectivamente. La idea es simple: reflotar el honor de los héroes de antaño.
Ver a los veteranos desempolvar los rifles y descolgar los guantes. Síndrome
Vietnam, o de Irak mode on.
La idea no es mala, y el público
y los fanáticos abundan. No se trata de recurrir a clichés y refritos, sino de
reírnos un poco de la cultura popular. En esta era posmoderna, en que Hollywood
parece haber agotado hasta su última gota de creatividad, y se dedica a sacar
mano de viejos argumentos con re-makes intrascendentes, y comedias de parodias
baratas y desechables, hechas al pulso de lo más contingente del zeitgesit (al
mismo estilo que El Derechazo, acá en Chile), el trabajo de Stallone destaca.
No es nada nuevo tampoco. Es simplemente un homenaje. Un homenaje a los mejores
tiempos del cine de acción de los ochenta y noventa.
Sly, lo hiciste otra vez.
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