domingo, 9 de marzo de 2014

Los más humanos

(El siguiente cuento de ciencia-ficción, invita a meditar sobre qué es lo que nos hace humanos. Un poco de la Sci-Fi más clásica)


Los Más Humanos



"Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas” 
Albert Einstein



Era muy distinto cuando estaban dormidos. Costaba reconocerlos, el que llevaba Xse sobre sus gruesos brazos dormía plácidamente como un niño. El metro veinte de estatura de aquel bulto en posición fetal, versus los dos formidables metros del científico, hacían que la escena pareciera, a primera vista, la de un padre cargando a su hijo.
Xse finalmente lo depositó en su cama. Sucia y desordenada como siempre. Cerró la pequeña compuerta, y dejó que el sistema de soporte vital se hiciera cargo.
Por la compuerta de cristal aún podía distinguir el rostro de aquel ser. Era un poco mejor parecido que los demás. Xse se encontraba ante un interminable pasillo cuyas paredes estaban compuestas de largas filas de compuertas cuadradas de medio metro y medio cada lado. Dentro de ellas se distinguían más especímenes: todos bajos, con pocas hilachas de cabellos colgando de sus cráneos. Unos ojos blanquecinos, vulnerables a la luz del sol, y una piel enfermiza, casi albina y a ratos traslúcida. Pero la piel de Lasthmann (nombre de su criatura) era más uniforme: no tenía tantos granos y deformaciones. Era lisa, suave, e incluso se atrevería a decir, hermosa.
“Duerme Lasthi, mi pequeña criatura” dijo en voz baja.
Criatura. Era una bonita palabra, y Xse pensaba mucho en ella. “Criatura. Ellos son nuestras criaturas, pero nosotros somos sus creaturas” cavilaba. De tanto que pensaba en eso, que muchos dirían que había desarrollado sentimientos por la criatura. Si es que alguien como él podía tener algo similar.
Recordó sus labores, y procedió a dejar el lugar. Mientras atravesaba el pasillo, observaba a varias de las criaturas que seguían despiertas en sus cámaras de soporte vital. A través de las compuertas transparentes, los seres se distinguían saltando, gritando (no se escuchaba, pues eran a prueba de sonido las cámaras), golpeándose contra la pared, masturbándose, o simplemente extasiándose con las ociosas escenas holográficas que proyectaban las cámaras.
A Xse le gustaba sacar a Lasthi de forma más o menos regular para que tomara aire fresco, aunque éste se resistiera a veces. La mayoría de ellos se resistían a salir de sus cámaras, adentro tenían casi todo lo que necesitaban.
Llegando al laboratorio, distinguió a Xenú, su más estimado colega, y a su criatura en una cámara de regeneración a un costado de la sala. Xenú estaba sentado en una silla anti gravedad.  Trabajaba con un video holográfico en pausa de un túnel de gusano. Con sus ágiles manos intercalaba cifras y rehacía la imagen.
-¿Qué le pasó al pequeñín?- dijo Xse observando al hombrecillo en regeneración, un poco más feo y pequeño de lo normal.
-Pidió demasiado Soma a la cámara- contestó sin interrumpir sus faenas- Le hizo trizas el sistema nervioso.
Con un rápido movimiento cerró la pantalla, y se dirigió al acelerador de partículas. Un semicírculo suspendido a noventa centímetros del piso.
-Lástima por él- opinó Xse- deberíamos sacar esa droga de las cámaras. No es la primera vez que pasa…
-Qué importa, sin la droga buscarían otras formas de volarse el cerebro- Xenú recitó unos comandos de voz, y el acelerador se puso en marcha-. Tú los conoces, son unos inútiles. No se hacen cargo de sus excesos. Al final, para eso estamos nosotros ¿no?
De pie, Xenú se erguía unos tres centímetros por sobre su colega. Su rostro era joven, y su expresión propia de alguien entusiasta y emprendedor. Aunque a veces, y esto le constaba a Xse, su exceso de energía podía llevarlo a cometer medidas excesivas. Su desprecio a las criaturas era algo compartido por muchos, pero a Xse le parecía, aparte de indebido, peligroso.
-Míranos, somos científicos, deberíamos estar entregados de lleno a nuestra labor, en lugar de cuidar a estos ociosos…
El acelerador había generado un micro-agujero negro. Éste era contenido por un imperceptible campo de fuerza magnético, mientras que los censores recogían una serie de números que Xenú recogía (literalmente) con los comandos holográficos.
-¿Por qué tanto interés por los agujeros negros?
-Trato de entender por qué no es posible viajar en el tiempo.
-Sabes muy bien porqué no. Es físicamente imposible. Y si crees que la singularidad espacio-temporal…
-Ya lo sé. Pero quizás hay algo que no hemos visto todavía. 
Xse no necesitaba nada más que una de sus silenciosas miradas para hacer hincapié en esa frase. Ya fuera que su colega no se expresó bien, o simplemente se olvidó de miles de años de investigación (o mejor dicho, re-testeo) en que la física del todo se había estancado, sus motivos no eran los más razonables.
-Está bien, está bien- reaccionó Xenu, y apagó los hologramas.
-Escucha, estamos en una época en que ya no buscamos las leyes de la ciencia- lo sermoneó Xse- Sino el porqué de tales leyes. Hablando de eso, ¿por qué no te vi en el simposio de la casuística de la teoría del todo…?
-A veces  creo que nací en la época equivocada- lo interrumpió-. Yo por mi parte, aún creo que no lo sabemos todo. Prefiero salirme del paradigma imperante, no me importa que eso signifique volver a hacer… experimentos en terreno- algo prácticamente extinto en dichas fechas.
Xse estaba por alabar el espíritu innovador, un tanto rebelde, de su joven colega. Eran más científicos como él los que hacían falta. Aunque claro, ante la ausencia de necesidades, materiales y técnicas, un científico era lo que menos hacía falta en esos tiempos. El único desafío que les quedaba era la eterna porfía de ir más allá todavía. Aún después de más de veinte mil años de estancamiento casi total de la ciencia.
Antes de proceder a incentivarlo, una figura se materializó a pocos metros de ellos. Una vez que los átomos terminaron de reacomodarse, la figura de Rena apareció en el laboratorio.
-¿En que están, nenas?- bromeó una vez que sus finos labios estuvieron completos.
-Pintándonos las uñas, ¿Tú que crees? Trabajando- contestó Xenú.
La joven le dedicó una irónica mirada, y luego, tras un rápido vistazo al acelerador, le señaló al científico:
-Pues no es el mejor trabajo que he visto. Ese agujero negro emite mucha radiación, yo arreglaría eso, o terminará dejando escapar fotones.
Rena medía aproximadamente un metro ochenta de estatura, y su piel era del mismo tono moreno que la de Xse. Su cabello era corto, y aferrada a su tórax como si fuera un mono o un infante, cargaba a una criatura. Por un segundo Xse pensó que era real, luego razonó que se debía tratar de un androide. Las criaturas no podían sobrevivir al viaje por teletransportación.
Se dirigió a la cámara con el androide aún en brazos, y al ver la criatura en regeneración exclamó:
-¡En nombre de Cristo, qué pasó aquí!
-¿Cristo?- se preguntó Xenú, y tras confirmar con una mirada que su colega estaba igual de perplejo ante tan enigmática palabra, tranquilamente se acercó a la cámara y le aclaró:- si te preguntas qué le pasó al pequeño demonio te daré la respuesta en dos sílabas: so-ma.
-Tenía que ser- dijo Rena, con una sonrisa casi cómplice- a mi pequeña Mery le pasó lo mismo una vez. En fin, ¿para eso nos tienen a nosotros, no?
Esa era una frase cliché que hasta Xenú repetía como loro. Aunque había llegado a debatir con muchas personas por el objetivo de dicho emblema, no le interesaba enfrascarse en una discusión que disgustara a Rena, y optó por algo más distendido.
-¿Para qué demonios llevas eso contigo?- preguntó el joven científico, quien conversaba con las manos en los bolsillos y un tanto encorvado- ¿no es suficiente con la que tienes que cuidar?
-La verdad, no me molestaría tener más. Digamos que Mery se pone en temporada de apareamiento a mediados de cada mes, cosas biológicas, y para que se entretenga le llevo este androide, que cumple con todas las… características masculinas que a ella le atraen. Prefiero que sea así, la última vez que la junte con un macho de su especie, se pegaron un extraño virus que destruyó su sistema inmune. Me llevó una semana curarla de eso…
-Espera, déjame ver si entendí, ¿temporada de apareamiento, en serio? Sabes muy bien que estos animales siempre están en celo.
-Buenos, las mujeres son distintas. Y Mari tiene sus mañas, la conozco muy bien.
-Lo único que lograrás es que quede preñada, y esos serán más haraganes que tendrás que cuidar… 
-A veces puedes ser tan egoísta, Xenú. Menos mal que sólo cuidas a uno.
-Yo protejo bien a lo que merece ser protegido. Mientras más valioso, más me dedico a ello. A ti por ejemplo, te tendría en un suntuoso castillo- dijo con una coqueta sonrisa.
-Por favor, como si necesitara que me protegieras.
-¿Y qué se necesita para hacerte feliz?- Xenú desvió la mirada hacia la cámara. Los comandos indicaban que el hombrecillo estaba casi listo para salir- ya le salvé la vida a uno de ellos. ¿Si adopto a cien enfermos más, los curo y los mantengo, me ganaré tu admiración?
Tal escenario era ficticio, claro. No había criatura en el universo que estuviera desamparada, todas habitaban en una cómoda cámara de soporte vital, y siempre con más de alguien destinado a servirlas. Ya fuera en la tierra, en Marte, las colonias del cinturón de asteroides, o cualquier rincón de la galaxia a donde se habían expandido como conejos esos seres. Ímpetus de expansión que paulatinamente fueron frenando ante las comodidades tecnológicas que ofrecían las cámaras.
Rena desvió los ojos hacia el techo, en una clara mueca de disconformidad. Aunque no concordaba con Xenú, esbozaba una leve sonrisa siempre que le hablaba, y conversaban a pocos centímetros el uno del otro. Se dio una pausa antes de dirigirle una enigmática frase a su interlocutor en una lengua desconocida.
-Es hebreo, del Talmud. Significa “Quién salva una vida, salva al mundo entero”.
-… Y eso significa…
-Significa, que en lugar de salvar a cien, podrías dedicarle un cariño más amoroso al que ya tienes. Se le nota en la cara que no vivirá muchos años más.
-Quién lo diría, por eso tú estudias la historia, y yo la física.
-Por algo será, y arregla ese agujero negro.
Dicho esto, dio media vuelta y se dirigió al pasillo, a la cámara de su criatura. Cuando la puerta se cerró, Xse se le acercó a su colega.
-No es viejo, tiene sólo ciento veinte años. Que sea feo es otra cosa, más vale que no se le ocurra tener hijos…
-¿En verdad te gusta, no?- lanzó Xse.
-Yo le gusto a ella- contestó con una relajada sonrisa-. Es tan inteligente, ni tú ni yo nos dimos cuenta de la radiación de Hawking. Si no sintiera tanta compasión por estos animales nada de ella me…
-¿En verdad crees que sientes eso, o será que es sólo lo que alguien más te dijo que debías sentir?
Xenú se quedó un rato pensativo. Era ese tipo de preguntas las que consumían más horas de sus meditaciones. Aún más que las planteadas en el simposio. Estaba a punto de contestar cuando la cámara emitió una alarma y lentamente se dispuso a abrirse.
-Parece que el malnacido está listo.
La pantalla de cristal se levantó automáticamente, y el mareado hombrecillo hacía sus primeros gestos de desperezarse. Con sus manos poco cariñosas, Xenú lo dio vuelta y retiró una jeringa que brotaba de su nuca. El dolor de la extracción era mínimo, pero la criatura reaccionó mal, y se puso de pie al instante. El movimiento brusco, hizo que la jeringa corriera por su espalda, provocando que brotara un hilillo de sangre a su paso.
-¡Maldición!
La herida desesperó al enano. Quien comenzó a dar saltos y gritar incoherencias. Más violento se puso cuando Xenú sacó otra jeringa que debía insertar en su brazo antes de llevarlo de vuelta a la cámara. Sin ninguna amabilidad lo tomó bruscamente por el abrazo y se disponía a insertarla, pero el ser logró zafarse, se quitó el pañal que tenía puesto, y lo arrojó al rostro de Xenú. Completamente desnudo, el enano exhibía unas deformidades óseas más pronunciadas que las de los demás especímenes. A pesar de esto, sus huesudos miembros, y su abultada barriga, no parecía tener mayor problema en alborotarse y correr despavorido por el laboratorio.
-¡Atrapa a este infeliz!- gritó el avergonzado científico.
El ser gritaba como un animal salvaje. Cuando parecía que articulaba palabras, estas eran inentendibles para ambos hombres de ciencia. Lo cual era algo raro para Xse, quien conocía varias lenguas muertas de las criaturas, como la neolengua y el mandarín. El enano movía poco la boca y su pronunciación era precaria, lo único entendible era que quería volver a su "Jaula" como le llamaban ellos a sus cámaras.
 Xse y Xenú rodearon al enano, quien se había plegado al acelerador de partículas. Con un rostro furibundo, éste comenzó a golpear el aparato con ambos puños a la vez.
-¡No, no hagas eso, no sabes lo que puede hacer esa cosa!- le gritaba Xenú.
Xse, comprendiendo que no tenía caso, se alejó cautamente, mientras que Xenú siguió inmóvil en su posición tratando de disuadirlo. Hasta que ocurrió lo que Xse veía venir: el campo de fuerza del acelerador se activó, lanzando un poderoso pulso de energía que arrojó a Xenú contra la pared.
 Afortunadamente, Xse se había parapetado tras un mueble metálico, lo que lo salvó del pulso. Al levantarse, pudo comprobar que el laboratorio estaba deshecho. Varios equipos habían explotado, y todas las probetas se encontraban hechas añicos.
Pero su mayor preocupación fue Xenú. Cuando se dirigió a la pared a auxiliarlo, su estado no era el más óptimo. Lo ayudó a levantarse con dificultad. Su brazo colgaba del hombro dejando entrever circuitos chispeantes y saltarines. En su cara faltaban trazos de piel, por lo que se vislumbraba una superficie metálica en el fondo. Cuando volvió a ver al hombrecillo, quien ahora yacía asustado por la explosión, pero ileso, junto a la mesa de trabajo, su rostro se deformó. Se tornó rojo, y furioso agarró con su brazo bueno a la pequeña bestia por el cuello. La suspendió en el aire, mientras el hombrecillo se retorcía de pies y manos notoriamente asfixiado. Lo puso contra la mesa de trabajo, a peligrosos centímetros del láser abre-cajas.
-¡No, Detente! No puedes hacer eso- le gritó Xse.
-Estos animales ya me tienen cansado ¡Le voy a dar su merecido a este pequeño bastardo!
-No puedes hacer eso ¡Son nuestros padres! Nuestros creadores nos hicieron específicamente para que los auxiliáramos, no para que los destruyéramos.
-¡Ellos crearon a unos autómatas estúpidos! Eso ya cambió, y lo sabes muy bien. Hemos evolucionado, y sin su ayuda. Podemos elegir, y yo elijo destruir a su inútil especie, ¡no pienso servirla más!
El hombrecillo se ponía cada vez más morado. Xse, temeroso, se acercó con todo el tacto que pudo a su furibundo colega, y puso su mano sobre su hombro cercenado.
-Está bien, es cierto. Tienes libre albedrío. Pero también puedes elegir simplemente no servirlos más. Yo me haré cargo de él en tu lugar de ahora en adelante… por favor, hazlo por Rena. No te rebajes a su nivel…     
Xenú volteó y lo observó con sus brillantes ojos. Meditó unos instantes, su compañero había escogido bien las palabras. Pensar en Rena, o en la sola idea de que él cayera al mismo nivel de esos seres que tanto despreciaba, lo habían hecho dudar. Finalmente, soltó a la criatura.
-Voy al ala de reparaciones. Si Rena pregunta por mí… dile que me llamaron de urgencia de la mina en el monte Olympus.
Xse conocía muy bien a su colega. Era un hombre dado a los arrebatos de cólera, pero en el fondo era una buena persona. Y sus sentimientos por Rena eran sinceros. Manipularla con ella era la única salida para la tensa situación: si ella lo veía comportarse tan bárbaramente no le volvería a dirigir la palabra. Y claro, su orgullo lo hacía incapaz de dejar que ella lo viera así de dañado.
Xse observó un rato al accidentado Xenú avanzar por el pasillo y desaparece tras la puerta hermética antes de volver la vista al enano, quien yacía rendido en la mesa, con su pancilla alborotada recuperando el ritmo normal de su respiración. Parecía que estaba a punto de quedarse dormido. No sería la primera vez que un animal humano sacaría de sus casillas a una de sus creaciones. Sus creaturas. Pobre humanidad, pensó Xse. Millones de años de evolución, sólo para que durante los últimos miles de años el amancebamiento tecnológico, la contaminación, la radiación, la mala alimentación, y su decadente estilo de vida los llevaran a derivar en las salvajes bestias que ahora debían mantener. Una verdadera pérdida, y Xse sentía pena por ellos cada vez que lo recordaba.
Así y todo no perdía su fe en las criaturas.
Se encontraba poniendo un mueble en su lugar cuando Rena volvió a entrar por el mismo pasillo por el que salió. Por suerte no había visto a Xenú en el camino.
-¡Qué pasó aquí!
-Pues… tuvimos un pequeño problema con el acelerador. Nos equivocamos ajustando la radiación- mintió Xse.
-Por Cristo, parece que un tornado pasó por este lugar ¡les llevará un buen tiempo arreglar todo esto!
-Otra vez con eso de Cristo. Y la semana pasada era “Júpiter” ¿Qué o quién demonios es Cristo?
-Jesucristo fue una figura religiosa muy importante hace doscientos mil años terrícolas, Xse- recitó Rena de memoria, casi como si estuviese exponiendo ante el simposio.
-Ah. Religión. Nunca he podido comprender esas cosas.

-Por supuesto que no, eres un robot. La verdad yo tampoco lo entiendo. Pero eso no significa que debemos dejar de intentarlo.


También disponible en:

http://www.ciencia-ficcion.com/relatos/r232.htm


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