martes, 1 de enero de 2013

Chile y el espacio


Corría el año 1954 cuando un ingenioso abogado y poeta chileno, Don Jenaro Fajardo Vera, tuvo la brillante idea de registrar un terreno entre sus propiedades, ni más ni menos que la Luna.
¿Trabas legales? Para la época ninguna, y al alcance de una firma en la notaría, y algunos trámites más, nuestro compatriota era el amo y señor absoluto de nuestro único satélite natural. Incluso cuenta la leyenda que el mismísimo presidente Richard Nixon tuvo que pedirle permiso a este abogado al fin del mundo para realizar el alunizaje del Apolo XI en su propiedad. Realidad o no, no deja de ser una historia curiosa.
Muerto el señor Jenaro donó la Luna al pueblo de Chile. En su testamento se puede leer:
“Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus poemas”
Así, nuestro soñador y poeta se jactó de ser el propietario del cuerpo celeste durante cuarenta y tres años. Hoy en día las leyes de Naciones Unidas prohíben apropiarse de cualquier terreno ultraterrestre.
Pero el coqueteo de Chile con el espacio no termina allí. Nuestro pequeño país, con su limitada capacidad y recursos tiene más de una anécdota que retrata tanto nuestra curiosa relación con las bóvedas celestiales como nuestra idisoincracia.
Contamos con el desierto de Atacama, el lugar ideal para realizar lanzamientos de cohetes al espacio después del famoso Cabo Cañaveral, y para realizar observaciones astronómicas debido a la altura del cielo y lo despejado de este en esta parte del mundo. Lo segundo ha sido ampliamente aprovechado por agencias como la ESO, no obstante estamos lejos tener una lanzadera especial en el desierto.
Sin embargo, un empresario chileno de la ficción no se quedó allí y fundó la CAAT (Central Aeroespacial de Atacama) para la comedia de Boris Quercia Chile Puede. Patricio Rodríguez (interpretado por Willy Semler) era un hombre con el dinero necesario, pero en demasía excéntrico y obsesionado por concretar su sueño de que Chile pusiera hombres en el espacio (de ahí el título de la película) de forma que, sin el apoyo de la NASA, la FACH ni ninguna otra entidad pertinente, funda de manera casi clandestina y con un presupuesto muy ajustado la central, impulsado por el ideal de que el imperialismo yankee no se debía extender hasta el espacio y de que, como reza el slogan de la entidad, “el cielo es para todos”. No obstante, como era de esperarse, todo lo que podía salir mal, salió mal. Todos sus empleados, menos uno renuncian en el último minuto y el cohete, cuando parece que cae en picada… da una vuelta de carnero y se reorienta hacia arriba.
Los gages no terminan allí, finalmente la nave logra volver a tierra, en un turbulento y atropellado retorno, con su piloto sano y salvo (interpretado por el guionista y director Boris Quercia), pero la CAAT arde en llamas en un incendio del que es poco probable que se hayan recuperado. Y esa fue la primera y única aventura de Chile en el espacio.
Junto con ser una divertida e ingeniosa comedia, además de la primera película de ciencia ficción hecha en Chile, juega tanto con la idiosincrasia de nuestro país como con los chichés de los países poderosos, que se juran dueños del espacio.
Nobel 200
La nave en sí está inspirada en el diseño de los autos Nobel 200, el único modelo de automóvil fabricado en Chile, y el nombre “Nobel II” junto con recordar al modelo en sí, también hace presente a nuestra tarjeta de presentación en el extranjero: nuestros dos premios Nobel, los poetas Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Un homenaje doble y bonito para nuestra cultura. No somos un país de ingenieros, pero sí de grandes poetas.
La accidentada trayectoria descrita en el lanzamiento puede asociarse como una referencia a la historia del Fasat Alfa, el primer satélite chileno, que fue lanzado en 1995 desde una lanzadera en Ucrania, adosado al satélite madre Sich 1. Supuestamente debía desligarse del satélite ucraniano en determinado punto de la trayectoria, desgraciadamente algo falló y nunca se desprendió de éste. Hubo que esperar un segundo lanzamiento, esta vez el del Fasat Bravo en 1998, para que nuestro país contara con un satélite de telecomunicaciones, que de una vida útil estimada en diez años sólo logró cumplir tres. Actualmente tenemos al SSOT, también conocido como Fasat Charlie, y hasta ahora no ha dado problemas. Tal parece que la tercera es la vencida.  
Siendo el infortunado Fasat Alfa nuestra primera experiencia real en el espacio, no ha estado exenta de un par de referencias en la ciencia ficción nacional, a pesar de su abortada existencia. En Identidad Suspendida (2008), de Sergio Amira, el empleo de ésta como parte del Novum, del universo descrito por Amira, motivó a los editores a presentarla como “la primera novela de ciencia ficción hecha en Chile” y en el especial de ciencia ficción de la revista Caleuche, también fue el objeto detonante de una de las aventuras de los extraterrestres de “Informe Meteoro”.
Respecto a nuestros astronautas en la vida real, tenemos al piloto Klaus Von Storch (cuyo nombre da una idea que de chileno no tiene mucho) quien ha sido un viejo postulante para ir al espacio por medio de diversos proyectos, que incluyen a la NASA, la agencia espacial rusa y china. No obstante, diversos motivos, entre ellos la tragedia del transbordador espacial Columbia, han retrasado los proyectos a los que estaba postulando, lo que reduce considerablemente sus oportunidades de ir al espacio.
Von Storch también es un estrecho colaborador de la Agencia Chilena del Espacio, entidad gubernamental que coordinó la creación y lanzamiento de nuestros tres satélites. Más allá de eso, en la práctica la agencia cuenta con poco poder y recursos, incluso estuvo a punto de ser clausurada a principios del año 2012 al no estar en la partida presupuestaria de dicho período.
En resumidas cuentas, una suerte no muy distinta a la CAAT del señor Rodríguez en Chile Puede.
Tal como nos habla dicha película, las potencias de la guerra fría se encargaron de inculcarnos la idea de que el espacio era la última frontera, la meta de los campeones, y exclusiva de éstos. Si traspasar la estratosfera era para los mejores, la Luna era para los dioses, el olimpo mismo. Algo muy lejano e inalcanzable para nuestro pequeño y pobre país; pero, como diría alguien a propósito del mundial de fútbol del ´ 62 “porque no tenemos nada, lo queremos todo”. No nos basta con ser pasivos observadores de las grandes ligas transestratosféricas, también nos atrevemos a soñar con llegar a dominar el espacio y la Luna.
Y pareciera ser que el desierto de Atacama es el lugar ideal para aquellos soñadores. Junto con sus cielos y observatorios astronómicos, tenemos el valle de la Luna, y otras zonas idénticas a la superficie de Marte donde la misma NASA va a hacer sus entrenamientos y experimentos. Además, fue aquí mismo donde tuvimos nuestra gran épica nacional analogáble a la odisea del Apolo XI, cuando fueron rescatados treinta y tres mineros por medio de una cápsula que, no los trajo de vuelta de allá arriba, sino que del interior de nuestro planeta. Y la mano de la agencia espacial yankee también se hizo sentir en esta operación.  
Otra ocasión que tuvimos para figurar fue para el impacto de la sonda Deep Impact contra el cometa Temple 1 en 2005, sonda elaborada, entre muchas otras cosas, con quinientos kilos de cobre chileno donado por Codelco a la NASA. No es mucho más lo que se puede decir al respecto, pero por lo menos, gracias a otra de las tantas riquezas que nos da Atacama, nos hicimos la ilusión de formar parte de un gran proyecto.
Nuestra capacidad es poca, nuestros aparatejos a menudo los construimos con chatarra y piezas viejas o sobrantes de la poca maquinaria que alcanza a llegar de importación a este lejano rincón del planeta, sumado a que en lugar de especialistas y técnicos competentes tenemos a “maestros chasquillas” que lo solucionan todo con cinta aislante, clips y mucha improvisación. Pues ni la preparación adecuada se puede dar con la educación de este país. Pero eso no evita que lo intentemos.
Es necesario, pero poco probable, que en el futuro desarrollemos una agencia espacial más grande, pero no por eso vamos a dejar de soñar.
Son muchas las cosas que se pueden hacer con los recursos y gente de este país, pero que por tantas razones, muchas creadas por nosotros mismos, no se realizan. Si el cielo es la expresión máxima del éxito y del desarrollo que podamos alcanzar, por lo menos tenemos la certeza de estar siempre cerca de él gracias a proyectos como el ALMA en Atacama y Paranal, posibles gracias a la colaboración de nuestra nación con las naciones del primer mundo.
Según la tradición, somos un país de poetas, aquellos que no pueden hacer menos que dejarse cautivar por las estrellas, como el personaje de Quercia en Chile Puede, y como Don Jenaro nos legó en su testamento.
De momento, aún no podemos viajar allá arriba, pero podemos observar como siempre el lejano e insondable espacio, desde nuestros privilegiados cielos en el norte de este largo país con forma de telescopio.


También publicado en:
http://anticipacion.blogspot.com/2013/01/chile-y-el-espacio.html

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