lunes, 17 de septiembre de 2012

El Mundo según Germán



La realidad es mucho más compleja de lo que uno cree. Aunque siempre busquemos el lenguaje más simple, siempre estaremos evitando la verdadera cara de las cosas. Y este permanente ejercicio de codificación y descodificación del mundo, no se ustedes, pero por lo menos a mí, me causa jaqueca.
Nietzsche dice algo muy similar en este texto que tengo que leer para la clase de filosofía, y Philip K. Dick me da toda la razón en ese inextricable libro que me prestó el Matías Vicuña en las vacaciones, el mismo  amigo que me consigue el LCD. Ahora que lo pienso, diría que todo lo que me presta me ayuda a pensar.
A diferencia de otras personas, no me causa ninguna sensación en particular leer las delirantes novelas de Dick. No les veo ninguna novedad, hablan de cosas que de una forma u otra siempre he sabido.
Es más, me atrevería a decir que esa amalgama de palabras es lo más cercano a la realidad que he vislumbrado entre mis recuerdos. De algún modo, la plena comprensión, o reconocimiento de lo poco que podemos comprender, quizás, es lo más cercano que he sentido a normalidad. Por lo demás, salgo a la calle y no veo nada coherente.
Es una molestia que llega a su punto culmine en la clase de historia. Mis notas son generalmente malas. Filosofía en la clase que más me gusta y, dependiendo de la materia, donde mejor  notas obtengo. Pero en historia soy un desastre. Los profesores (todos los que he tenido) me han tratado de meter en la cabeza que hay un orden causal y lógico en todo lo que debo memorizar. El problema es que yo veo algo que ellos no, o que ignoran muy bien: no hay orden, no hay lógica tampoco. Es como… como andar en bicicleta, todos sabemos cómo funciona. Todos manipulamos los pasos al revés y al derecho, no es necesario memorizarlos para entenderlo ¿Cómo memorizar algo que no fue hecho para ello?
Veo a unos hombres competir entre sí por conquistar el espacio, en la película que nos hacen ver en la sala de clases. Nadie dice nada sobre algo que no tiene sentido ¿Esto no debería ser en el futuro? ¿O con la tecnología actual?
Aunque sea algo de ciencia ficción, la carrera espacial es algo del pasado, orquestada por un coterráneo de Nietzsche desde el bando ganador.  Veo a este astronauta recorrer el desolado paisaje lunar en un  escenario que podría ser un set de televisión. El vació del espacio se entremezcla con el ambiente oscuro y silenciosamente sepulcral de la sala de clases. Todos parecen haberse dormido, pero yo guardo algo de lucidez para, con los ojos entrecerrados, notar un detalle que parece nadie se ha fijado: el logo de la agencia espacial en el brazo de ese tipo, es ligeramente distinto, hay un detalle crucial que cambia: la “NAZA” tal cual, la “S” remplazada por una “Z”. Casi al mismo tiempo que el sueño me vence, el astronauta despliega la bandera; antes de cerrar mis párpados del todo mi retina alcanza a captar los  colores rojo, blanco… ¿y negro?
He llegado a la conclusión de que los nazis si ganaron la segunda guerra mundial. De nuevo en historia estamos hablando precisamente de ellos. ¿No que el programa de clases es cronológico, profesor? Me trago mi pregunta al vislumbrar el calendario a un lado de la sala. Es fin de semestre, y estamos en fechas de repaso para los exámenes finales. El tiempo pasa rápido también, hacia atrás y hacia adelante, aunque no lo crean. Luego, en clase de biología nos pasan en genética las leyes de Mengele, o quizás de Mendel, no estoy seguro. Y en matemáticas, los ejercicios me son incomprensibles, pero me llama la atención que tengo que hacer cálculos para sacar cuánto se ahorraría el Estado si se eliminara a tal cantidad, y tipo, de personas…
Nunca he entendido la realidad, y con mayor razón no voy a poder entender nunca el pasado. Vuelvo a la calle como en sueño y creo vislumbrar retazos de la verdadera realidad, los autos volkswaggen son mucho más populares, tanto los nuevos como los antiguos. Y esos que incluyen las letras SS en los nombres de sus modelos, aún existen, pero son para cierta clase de personas.
Eso no deja de recordarme a unos soldados yankees en Afganistán que vi en las noticias el otro día. Se tomaron una foto tras una bandera de las SS. Dicen que fue un error, que no sabían lo que significaban en verdad. Yo creo que inconscientemente lo sabían, y ahora buscan ocultarlo.
Así como hay pequeñas pistas que vemos en la calle y en los medios cada día, uno puedo ver las “fallas” que delatan que el mundo no es tal cual lo percibimos. Un presidente de derecha firmar en Alemania con una frase nazi, no es azar tampoco. Y un edificio con forma de esvástica en Washington D.C., capital de la superpotencia, no es coincidencia.
“Hitler ganó la guerra” es el título de un libro. Algunos dicen que era una locura que una sola nación pudiera dominar el mundo entero. Cuando en realidad buscan evadir la idea de que la auténtica locura, era que fuera de otra manera. El mundo libre no es más que una falacia. Y un pueblo escogido, de gente con determinado carácter es quien terminará imponiéndose, como rezaba Zaratustra.
En mi colegio también siento que vivo esa locura en carne propia. Aquí dentro hay toda una confusión de identidades. El establecimiento es grande y emblemático, acoge a alumnos da todas las clases sociales. Se agrupan entre sí, y otros fingen ser de partes que no son. A mí insisten en que me junte sólo con los de apellido vasco o inglés, esos que se dan el lujo de vacacionar en el Caribe o en la archi-conocida e imponente ciudad de Germania.
Yo les digo que es ridículo que miren  en menos a otros compañeros por su color de piel, que lo diga yo creo que tiene un poco de peso.
Todos me dicen el “rucio” pero lo cierto es que en un país europeo paso como castaño simplemente. Mi nombre es Germán Arias, lo que tampoco denota algún origen de alcurnia, pero se puede formar un juego de palabras bastante irónico.
Siempre he querido saber un poco más de mis orígenes. Mi abuelo paterno era todo un misterio. Por lo que me han contado, era un hombre alto, elegante y de pelo claro, posiblemente europeo. Luego de dejar embarazada a mí abuela no se supo más de él. No está claro si huyó o si fue un accidente, todo esto ocurrió en Valdivia y son pocos los testimonios confiables, y contradictorios para variar, que he logrado recoger. Mi abuela materna era de ojos claros, pero desde ella hacia atrás también se torna muy oscuro e incierto el árbol genealógico. Mi familia no le da mayor importancia al asunto. Sólo saben que para salir adelante se valieron de su propio esfuerzo, ningún contacto o vínculo sanguíneo influyó en eso.
Somos mestizos todos, lo reconozcamos o no. En este colegio y en este país. Es ridículo buscar quién tira más para cuál lado.
Pero yo lo veo en todos lados, este complejo de no saber quién es quién y escudarse en discursos añejos y ridículos.

A veces creo que vivimos en dictadura todavía. Caminando como zombie por las calles, como suelo hacerlo, veo a tipos con poleras que exhiben un símbolo prácticamente igual al de patria y libertad. Y en la vereda de la izquierda, creo que he distinguido a otros con polerones que dicen “GAP” pero quizás sea otro universo.
Lo que sí tengo claro, es que haya sido con el apoyo de la CIA o de las SS, el golpe de Estado se dio igual, y el gobierno de Pinochet se sintió muy cómodo en ambas versiones. Triste que ese sea el hilo en común, pero así es.
Paso junto a un kiosco y me detengo unos instantes para tratar de descifrar las ilegibles portadas de los periódicos. No alcazo a captar nada claro, es como si las letras se movieran o como si yo tuviera dislexia. Lo que sí, hay nombres y lugares que parecen no moverse de su posición en la hoja impresa. Desisto de mi intento y sigo mi camino.
Nombres y personajes se repiten cada vez que tengo la certeza de estar viendo dos países distintos. Horst Paulmann, por ejemplo, también sale en los diarios y es muy poderoso, pero no porque sea el jefe de CencoSud, sino porque es el “SudamerikanReichFuhrer”. Algo así como el virrey del protectorado sudamericano. Y al igual que su padre es un orgulloso oficial de las SS.
Walter Rauff, Paul Schaffer, y tantos otros nombres no varían mucho sus papeles en nuestro lejano y titiritesco país.
Hay canciones que también me son muy familiares. Cuando me pongo mis audífonos y prendo la radio, alcanzo a sintonizar una señal de una emisora del otro país. Suena esa canción de Américo “Que levante la mano”, pero aquí fue escrita con otro mensaje. "Blitzkrieg Bop" de The Ramones es un himno marcial. Y esa canción “Main Sharona” también varía su letra, por ridículo que suene aquí es “Mein Fuhrer” Tal cual, con la misma melodía, eso sí.
Recorro las calles empedradas del centro de Santiago sin saber muy bien por cual realidad me estoy desplazando. Veo bandas de neonazis golpeando a un homosexual, tribus urbanas resentidas y sin un propósito claro, quizás simplemente escuadrones de las Juventudes Hitlerianas que perdieron contacto con la central en el otro universo.
Me topo con un peruano que vende joyería artesanal en una esquina. A sus pies abundan los amuletos mapuche con la esvástica. Al igual que otras docenas de culturas milenarias alrededor del globo, nuestros indígenas tienen vínculos estrechos con la cruz gamada internacional (lo más parecido que hay a la cruz roja). Le pregunto una dirección, se muestra tan confundido como yo, pero a la vez tan seguro.
Eso me agrada de los peruanos, modulan y se expresan bastante bien. Antes de dirigirme a mi destino me comenta algo que de algún modo nos lleva a conversar sobre el mundo. Descubro algo maravilloso: él también sabe. Hablamos por un rato, me contó de un Perú dominado por el imperialismo japonés, y de una Norteamérica dividida en las dos potencias del eje. Yo también le cuento algo de mi experiencia.
Nos despedimos con un incierto saludo. No nos dijimos “Cuídate” ni “Suerte” ni tonteras por el estilo que no tienen ningún sentido en este loco y entrópico universo. Pero nos separamos reconfortados por la idea de que no estamos tan solos.
Llego finalmente a mi destino. Hay una multitud en torno a él y yo me sumo a la masa de personas. Están ubicadas en torno a un castillo, un edificio del ejército con toda la pinta de ser un castillo de la Europa medieval. De color rojo y no muy alto, se extrañan construcciones así de pintorescas en nuestra ciudad. En la torre a la que todos dirigen sus miradas se asoma una sombra, de alguien, muy importante, no alcanzo a distinguir quién es, posiblemente sea el presidente, el ministro Miguel Serrano, o algún otro déspota. La multitud está feliz, pero no exultante. Celebran sin salirse de control, es una curiosa alegría controlada, creo que fingida. No veo militares cerca, así que deduzco que estas personas están aquí por su propia voluntad, sin que las obligue el gobierno.
Le pregunto a alguien y me dicen que es porque esa persona es algo así como Jesús, y que en su pasión y condición nos representa a todos nosotros. Por eso las sonrisas, nos da la certeza, o al menos la promesa de la protección de “el de arriba”.
Más tarde asociaré esa silueta con lo que vi en televisión. Las cámaras enfocaron lo mejor de su rostro. Era un alemán, pero no cualquier alemán, tenía el pelo y los ojos claros. Una majestuosidad biológica de las que no se veían desde finalizada la segunda guerra. No se percibía absolutamente ninguna contaminación de otras etnias en sus gallardos e imponentes rasgos, a diferencia de los actuales alemanes de regiones lejanas a la metrópoli, productos de las mezcolanzas de toda esta globalización del neoliberalismo germánico. Su figura, insisto, me era confusa, pero al menos sé que esta ahí. Tengo ese consuelo, sé que está ahí y que es un alemán ario.


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