viernes, 31 de agosto de 2012

Ciencia y experimentos en la Unión Soviética


Desde los tiempos de Lenin, y hasta la disolución de la Unión Soviética, tanto la ciencia como la tecnología iban íntimamente enlazados a la ideología y a la funcionalidad práctica para el estado soviético, el cual hizo del desarrollo y el avance científico una prioridad nacional, que, no obstante, en varias oportunidades chocó con los dogmáticos principios de la ideología del socialismo científico, pasando por la censura y, en más de una oportunidad, una tergiversación de nociones científicas y racionales básicas que llevó a algunos de los experimentos y programas más increíbles.
Algunos de los casos más increíbles son:

Estalinismo: Síquicos, biología y tortura

Si algo diferencia a la ciencia ficción soviética de la norteamericana, es la forma de entender ciertas temáticas. Cuando a un individuo occidental se le habla de temas como la telepatía y la telequinesis, este los acepta, pero como ciencia ficción; en cambio un ciudadano ruso es capaz de aceptarlos como verdad.
Está dentro del folklore y varias creencias rusas la habilidad de desarrollar poderes más allá de nuestras capacidades mentales conocidas. Sin embargo, está fue una concepción que chocó con los principios del marxismo, que pregonaba la creencia en un mundo tangible y concreto. Así, hoy en día el ruso promedio cree en todo lo que no lo dejaron creer durante los setenta años de dictadura soviética. Empero, este régimen no desaprovechó la oportunidad que ofrecía la experimentación con el potencial del cerebro humano.


A partir de este criterio fue que se desarrolló la historia de Wolf Messing, telépata, hipnotista y vidente de origen polaco. Mientras residió en Berlín habría conocido a Albert Einstein y a Sigmund Freud, quienes habrían testeado sus supuestos poderes síquicos. Los resultados de tales dinámicas no fueron publicadas, y sólo se sabe lo que contó Messing en su autobiografía. En la época del Tercer Reich habría anticipado que, si Hitler se “volvía hacia oriente” perdería la guerra. Tal predicción fue suficiente para que el Führer pusiera precio a su cabeza (se dice que en realidad quería utilizar sus poderes para ganar la guerra), obligándolo a refugiarse en Moscú, donde siguió haciendo predicciones, bastante favorables para el futuro de la URSS, lo que llamó la atención de Stalin. Guiándose por su instinto, el dictador soviético se habría orientado en varias ocasiones por las adivinaciones de Messing.
Fraude o verdad, la unión soviética ganó la guerra, y Messing sería uno de los consejeros más relevantes en la cúpula de poder del kremlin hasta su muerte en 1974, una suerte de Rasputín renovado.

Fuera de esta fascinante excepción, la investigación paranormal había estado prohibida durante parte de la dictadura de Stalin porque se consideraba contraria a los principios del materialismo.
En términos prácticos, los rusos se preocuparon más de desarrollar técnicas de control mental y lavado de cerebro que les permitieran controlar a su antojo las ideas de desertores y/o enemigos del régimen. Estas técnicas las basaron en tortura, privación de alimentos, de sueño, empleo de fármacos, drogas y agentes químicos, entre otros. En esto los soviéticos se convirtieron en auténticos expertos, e incluso fue denunciado por Amnistía Internacional en informes sobre la utilización de la medicina para la tortura, así como en una publicación específica sobre la medicina en la URSS.

Pero los excesos más extraordinarios del totalitarismo se dieron en la biología. El dictador impuso, pasando a llevar las opiniones de los expertos más competentes en dicha disciplina, las “teorías” de Lyssenko, agrónomo que rechazó aceptar la teoría cromosomática de la herencia, generalmente aceptada por los genetistas modernos. Afirmando que sus teorías se correspondían al marxismo, consiguió hablar con Stalin en 1948 y hacer prohibir la genética de poblaciones y de otros campos relativos a la investigación biológica. Esta decisión no se revirtió hasta la década de 1960. Dicha política dio lugar al “Lysenkoísmo, que lleva hasta la caricatura las concepciones deterministas y la utilización de las leyes científicas de transformación de la naturaleza, afirmando la impostura de las leyes de Mendel y proclamando la herencia de los caracteres adquiridos. Quedaba así vía libre para transformar la naturaleza de manera voluntarista. Stalin se entusiasma con estas ideas porque, combinándolas con las teorías de Pavlov sobre los reflejos condicionados, piensa que podrá crear al “hombre nuevo” que él confecciona a su gusto (concepto que no tenía nada que envidiar al del “súper-hombre ario” de Hitler). Según Stalin, la lingüística también puede participar, ya que el lenguaje puede dirigir las reacciones psíquicas de los hombres. No vacila en presentarse como un entendido en la materia cuando él mismo publica, en 1950, El marxismo y los problemas de la lingüística, obra en la cual expone sus “tésis” (1). 

Estas prácticas, cuyo fanatismo rayaba en lo absurdo, fueron caricaturizadas por George Orwell en su clásica distopía 1984, donde la dictadura del “Ingsoc” busca moldear las mentes de sus ciudadanos a través del uso de la “Neolengua” idioma artificial derivado del inglés, cuya simpleza y estructura gramatical y semántica vuelven virtualmente imposible expresar ideas subversivas como libertad o rebelión, incluso imposibles de procesar en las mentes de sus hablantes. Además, el proceso de tortura y lavado de cerebro al que es sometido el protagonista, Winston Smith, tiene poco de ficticio si se le compara con lo conseguido por la KGB, cuyos prisioneros terminaban aceptando las ideas que ponían en sus mentes, y reconocían en los juicios ser culpables de tales crímenes para poder ejecutarlos, y utilizarlos como “ejemplos” para un pueblo cada vez más intimidado.

La Unión Soviética post Stalin: Investigación paranormal

Más tarde, en 1960, con Khrushchev como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, el reportaje deSciende et Vie animó al Kremlin a volcarse a la investigación paranormal.
En dicho reportaje, se afirmaba que los norteamericanos habían llevado a cabo con éxito experimentos telepáticos a distancia, en un submarino de nombre Nautilus bajo el hielo del ártico. Tal información ha sido desmentida hasta el cansancio por los militares estadounidenses, pero con el clima de desconfianza y competencia que reinaba en la guerra fría, los comunistas no podían hacer otra cosa que imitar a sus contendores.
Los experimentos empezaron de inmediato. Ya en 1967 la URSS contaba con una veintena de laboratorios dedicados a la investigación psíquica con un presupuesto de unos 21 millones de dólares de entonces (136 millones de dólares actuales). Con la carrera espacial, Moscú trasladó los experimentos al espacio e intentó adiestrar a sus astronautas “no sólo en telepatía, sino también en precognición”, según un informe de julio de 1972 de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) de EE UU. Los espías norteamericanos recordaban que Konstantín Tsiolkovsky, padre de la astronáutica soviética, había destacado la importancia de la investigación paranormal. “En la era de los vuelos espaciales, serán necesarias las habilidades telepáticas. Mientras que el cohete transportará a los hombres hacia el conocimiento de los grandes secretos del Universo, el estudio de los fenómenos psíquicos nos puede llevar hacia el conocimiento de los misterios de la mente humana. Es precisamente la solución de este secreto la que promete los mayores logros”, había dicho.

Supuestamente, en respuesta los norteamericanos también habrían iniciado su propio programa de investigación paranormal y psíquica, información que también han desmentido (cabe mencionar que esta irónica dinámica de respuesta y encubrimiento fue relatada, en tono humorístico, en la película del 2009 The men who stare at goats).

Bajo esta política, fue que se dio el famoso caso de Nina Kulagina (1926-1990) mujer rusa que decía tener habilidades telequinéticas, las cuales llamaron la atención de las autoridades rusas y ordenaron una investigación. Existen vídeos donde dicha mujer supuestamente movería objetos con la mente, en un ambiente controlado de laboratorio. Según se dice, tenía la habilidad de influir igualmente en el plano biológico, de forma que logró controlar los ritmos del corazón de una rana e, incluso, de un ser humano.
A finales de los años setenta, un paro cardíaco que casi le costó la vida, la obligó a ir progresivamente abandonando su actividad psíquica. Supuestamente, el uso intensivo de esta fue lo que le provocó su dolencia, además de otros problemas físicos y mentales que la aquejaron hasta sus últimos días.

El hijo secreto de Valentina Tereshkova

Pero los soviéticos no se limitaron a realizar sólo experimentos síquicos en el espacio. Un caso que destaca por su hermetismo y morbo es el de la cosmonauta Valentina Tereshkova, primera mujer en ir al espacio. Con su marido, también cosmonauta, habría compartido varias misiones en el espacio, incluso una donde se les obligó a tener un segundo hijo, a fines de 1971, en una “experiencia de laboratorio” (o como diría la esposa de Winston en la novela de George Orwell “nuestro deber con el partido”).
Aunque la versión oficial dice que sólo habría tenido un hijo, en una visita a Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular, la cosmonauta habría tenido una serie de confidencias con las edecanes que la escoltaban (entre ellas la mismísima Gladys Marín) donde les habría revelado una estremecedora historia: “Nos cruzamos como animales de laboratorio (…) Querían ver qué efectos podían tener las radiaciones y las extremas tensiones a las que son sometidos los cosmonautas en el espacio… Qué pasaba con su descendencia… Y hasta llegué a tener un segundo hijo…Una criatura absolutamente deforme” reveló, entre sollozos.
Dio a entender que ese hijo, varón, no pudo sobrevivir, y que fue borrado de todos los registros soviéticos.  La fecundación en estado de ingravidez presentó todos los males que temían los médicos rusos, zanjando la duda de cuáles serían los riesgos de futuros partos en el espacio. No obstante, también existen rumores de que se han continuado con las “experiencias sexuales” entre parejas de astronautas en el espacio, tanto en el programa espacial de la URSS como el de Estados Unidos (2).

Transplantes de cabezas

En la década de los ´50, el científico ruso Vladimir Demikhov sorprendió al mundo transplantando la cabeza de un perro a otro. El animal de dos cabezas sobrevivió por un mes al transplante. Este logró sería sólo el primero de muchos experimentos que continuaron los rusos durante diez años, con perros y simios.
Si bien el programa fomentó el avance de la cirugía y de los transplantes de órganos, de la mano del doctor Demikhon, el objetivo de los soviéticos era desarrollar el arma perfecta.
Se estudió la posibilidad de utilizar monos, pero terminaron por escoger a los perros por ser más manejables y tranquilos. Eligieron a la raza Collie por ser considerada la más inteligente. De esta forma, había nacido el proyecto Kollie СЖЛ-5k. Los archivos fueros clasificados y, aunque el proyecto terminó en 1969, no salieron a la luz hasta 1991.
Un antecedente importante de este proyecto, son los trabajos del científico Sergei Brukhonenko, quien en 1928 afirmó haber cortado la cabeza de un perro y conseguir que esta siguiera viva por 190 horas. En esa época ya se manejaba evidencia de que una cabeza cercenada mantenía “cierta actividad” relacionada con la vida durante unos segundos después de ser cortada. Brukhonenko se dedicó a extender ese tiempo.
La cabeza podía responder a ruidos y luces o incluso a estímulos táctiles. Para ello utilizó una máquina que bombeaba sangre oxigenada al cerebro y retiraba la sangre venosa. Su bomba, que mantenía fresca y oxigenada la sangre, era vital para el proyecto Kollie СЖЛ-5k.

El proyecto fue finalmente cerrado por varias razones. Entre ellas, la crueldad que suponía, y que los rusos habían explorado todas las posibilidades y límites de las técnicas de transplantes, sin llegar, claro está, al cáliz aún inalcanzable de la neurocirugía: el transplante de cerebro.
Algunos dudan de los verdaderos logros del proyecto descritos en los documentos entregados por los rusos, argumentando que puede tratarse de otra campaña soviética de la época para alardear de su superioridad científica frente a Estados Unidos. Real o no, la idea de una cirugía bicefálica fue el plato fuerte de la trama de The X-files: I want to believe, donde el meollo del misterio eran cirujanos rusos herederos de estas investigaciones, quienes buscaban repetir la experiencia, pero esta vez en humanos, para extender la vida de su líder.

Represión y consecuencias

La investigación científica que era particularmente prohibida era aquella vista como “ideológicamente incorrecta”, porque tendía a contradecir las tesis del materialismo histórico-marxista. Esto en general abarcaba a las disciplinas humanísticas, pero a veces también se extendía a otras, como la genética. En diferentes momentos de la historia soviética, varias áreas de investigación que fueron oficialmente declaradas como “pseudociencia burguesa” basándose en prejuicios ideológicos, habiendo sido los casos más notables y dañinos los de la genética y de la cibernética. Su prohibición le terminó causando un serio daño a la ciencia soviética en general. Los científicos rusos nunca ganaron un Premio Nobel de Medicina y fisiología o un premio Turing (otorgado a quienes contribuyan al desarrollo de las ciencias de la computación). Por otro lado, sólo obtuvieron 7 Nobel en Física a lo largo de toda su historia (1922-1991) Este fue uno de los factores que resultaron en el notable atraso histórico soviético en algunos importantes campos de la ciencia, como la computación, la microelectrónica y la biotecnología (3).



Así, aún con todos los excesos y atrasos que consiguieron los rusos con el comunismo, no deja de ser loable los grandes logros que tuvieron con recursos mucho menores a los del bloque occidental, destacando avances en física, aeronáutica y astronomía.

Aunque la investigación bajo un régimen totalitario ponga un incentivo bastante poderoso a las mentes y trabajadores que empeñan sus vidas en dichos proyectos, sólo termina forjando una atmósfera de fanatismo, con un espacio propicio para que se den las investigaciones más delirantes, morbosas, extremas e inhumanas.

La unión soviética no fue el único caso en que una ideología totalitaria moldeó el desarrollo de la ciencia, basta con recordar los archirecordados (y odiados) experimentos nazis, donde sus nociones de la superioridad de la raza aria, y algunas de las ideas de Nietzsche del súper-hombre (ideas no muy distintas del “Nuevo hombre socialista”), llevaron a toda una generación de médicos y antropólogos a cometer los experimentos genéticos más crueles que se podían imaginar, para “mejorar la raza” y expandir su prototipo de “súper-hombre ario”. Un buen ejemplo es el tristemente conocido caso del doctor Joseph Mengele, “El ángel de la muerte”, y sus experimentos con gemelos en Auschwitz.

No por nada el premio nobel de medicina, Alexis Carrel (1873-1944), llegaría a afirmar, en pleno período de entre guerras, con el surgimiento de los totalitarismos, que su época era una época ideológica. En la que, en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, se intenta manipular la realidad ajustándola a la coherencia de un esquema prefabricado por la inteligencia: "Y, así, el triunfo de las ideologías consagra la ruina de la civilización" (4).

Romper las reglas de la ética, contrario a lo que supusieron tanto nazis como comunistas, no siempre será garantía de victoria, pues la libertad, de pensamiento y colaboración, que ofreció el capitalismo terminó siendo lo más fructífero. Si los rusos fueron los primeros en enviar un ser humano al espacio, los norteamericanos fueron los primeros en enviar uno a la luna.



Bibliografía

(1)   Bernstein, Serge (1996), Los regímenes políticos del siglo XX, Editorial Ariel, S.A. p. 153
(2)   Taufic, Camilo (2009), Un extraterrestre en La Moneda, Editorial Planeta.
(3) Investigación reprimida en la Unión Soviética Recuperado el 31 de agosto de 2012 de: http://es.wikipedia.org/wiki/Investigaci%C3%B3n_reprimida_en_la_Uni%C3%B3n_Sovi%C3%A9tica
(4) C. A. Carrel, (1953) Rifessioni sulla condotta della vita, Bompiani, Milán, p. 34.


Artículo también disponible en: http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/index.html?i=p&c=1836

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