/Hace tiempo que no he escrito nada de ciencia ficción dura. El siguiente relato, bastante breve por cierto, es un homenaje a los clásicos cuentos "Anochecer" de Isaac Asimov (Elegido el mejor relato de ciencia ficción de la historia) y "Los 9 mil millones de nombres de Dios" de Arthur C. Clarke, además de otros guiños metidos por allí, y como su nombre lo indica, trata sin mayores pretensiones la temática del fin del mundo/
¿Cómo
debería ser el fin del mundo? Si ocurrirá o no es un tema en el que no suelo
gastar muchas cavilaciones. Lo que siempre me he preguntado es cómo será.
Y no es
para menos. Yo tenía cinco años en mi primera experiencia. Eran las últimas horas
de 1999, y la fiesta de año nuevo se llevaba a cabo como cualquier otra. Es
poco lo que recuerdo, pero estoy seguro de que estuve atento a la ventana todo
el rato. Si el mundo se acababa tenía la certeza de que la destrucción
comenzaría afuera. Que del cielo llovería fuego y azufre, todo se derrumbaría,
casas y edificios se vendrían al suelo, que la tierra explotaría y surgiera
fuego y lava del suelo. Una imagen que debo haber sacado de esa Biblia
ilustrada para niños que me regaló mi abuela, y también de mi propia abuela,
una mujer súper creyente. Haciendo un poco de esfuerzo me paraba en la punta de
los pies para alcanzar la ventana.
En la
televisión comenzaron la cuenta regresiva, en mi casa los imitaron. Luego de
los diez segundos, nada. Para mi parecía el fin del mundo ver a esos gigantes
jóvenes que eran mis padres y sus amigos en ese entonces volverse locos y
bulliciosos por la fiesta, pero más allá de esa impresión, y como todos pueden
comprobar, no pasó nada.
Luego
fue el 2006, yo había visto la película La Profecía , que habían estrenado hace poco. Comencé
a aficionarme a todas las teorías apocalípticas y profecías que emitían por la
tele, que por lo que entendía, se estaban cumpliendo. A mi abuela no le gustaba
hablar del tema, lo encontraba demoníaco. Lo cierto era que razones no me
faltaban para estar atento a la ventana el seis de junio de ese año.
Debo
haber estado sentado ante la ventana toda esa tarde. El cielo había tomado
colores rojizos y púrpuras, de esos que da gusto ver en la puesta de sol. Pero
más allá de un cielo que dio gusto contemplar todo ese rato, este no se abrió
para dar paso a un ejército de arcángeles del juicio final, ni nada por el
estilo. Y en la tierra, sólo para asegurarme, nada se abrió tampoco.
Es el 2012, mi abuela ya esta
muerta y yo estoy cursando mi primer año en la universidad. Ahora soy
agnóstico, y consecuentemente mis sospechas ya no apuntan a un fin del mundo
con connotaciones cristiano-católicas (A menos que encuentre evidencia para que
así sea).
Como
suele suceder me he aficionado a diversas lecturas sobre el tema. He leído casi
todo lo relacionado con los mayas, aztecas, Nostredamus, el planeta X, Nibiru,
cometas, alineaciones planetarias y de galaxias... etc.
Me he
informado bien, claro, y se cuáles son basura y cuáles teorías son medianamente
plausibles. Astronómicamente será un suceso curioso, pero no catastrófico.
Nostredamus es casi infalible, así que trato de desarrollar todas las
interpretaciones posibles a los dibujos que hizo sobre el tema.
Ha llegado
el día, y de momento lo que más agradezco es que sea viernes y que estoy de
vacaciones.
Ayudo a
mi hermano menor con su última tarea del año (¿Será la última de mi vida? Me
bromea el pequeño) es sobre naturaleza. Que el sol le da vida a las plantas, que
las plantas producen oxígeno y alimentan a los insectos, que los animales comen
insectos, que nosotros devoramos prácticamente todo…. Latoso, pero tenía que
ayudarlo. Cuando terminamos prendí la tele.
Los
noticieros hablan de los conflictos de siempre, Osama Bin Laden está muerto y
tal parece que ningún terrorista tiene bombas nucleares. No obstante Corea del
Norte todavía conserva su arsenal, y tiendo a creer que serán ellos quienes
desaten la Tercera Guerra
Mundial atómica.
Quizás eso
ocurra, quién sabe. Por el momento ningún Némesis, Nibiru o Hercólubus
brillaban en el cielo, según los astrónomos.
Me
instalé en la ventana con un par de sillas. Mi hermano se sentó junto a mí para
lo que se ha convertido en un verdadero ritual.
Vigilo
el frente, no hay ningún asteroide, cometa, nave espacial ni nada raro que se
asome por el cielo. Menos mal, en algún lado oí que el fin del mundo se
produciría a las seis de la tarde (tal y como dijeron el 6/6/2006, a las 18:00-
6+6+6- ) así que me preparo desde hace unos minutos antes para contemplar el
Apocalipsis con mi hermano.
Siempre
supe que viviría este día como un ser humano normal desde la cotidianeidad de
mi casa. Persona común y corriente afrontando el fin del mundo, como en ese
cuento de Larry Niven, “Luna inconstante” No como un científico, ni político ni
alguna otra clase de persona importante o que tenga algo más que contar (Les
recuerdo que recién voy en primer año) Por lo menos lo viviré, si es que pasa
algo, junto a mi querido hermano.
Y para
sorpresa de todos ¡Ocurrió algo! Asombroso, calamitoso, pero simple a la vez.
No fue nada salido de la mente de Roland Emerich, más bien parece algo que debí
leer en algún cuento de Asimov o de C. Clarke.
Es
cierto lo que dicen, la realidad supera la ficción, lo cierto es que ni a mí se
me había ocurrido algo tan potente.
Ya
habrá tiempo para darle interpretaciones a lo ocurrido, no se si
científico-racionales o místicas, quizás nadie se de el tiempo de hacerlo con
el caos que inexorablemente comenzará. De hecho tiempo nos debe quedar muy poco.
Lo
concreto es que, la última vez que vi al cielo, el sol se apagó.
Para los aztecas el fin del mundo ya ocurrió cuatro veces. Según ellos Nahui Ollin es el quinto sol, el último. Sus profecías indican que ésta es la última Era y que el final del quinto sol será el fin del mundo.
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