viernes, 24 de febrero de 2012

21/12/2012

/Hace tiempo que no he escrito nada de ciencia ficción dura. El siguiente relato, bastante breve por cierto, es un homenaje a los clásicos cuentos "Anochecer" de Isaac Asimov (Elegido el mejor relato de ciencia ficción de la historia) y "Los 9 mil millones de nombres de Dios" de Arthur C. Clarke, además de otros guiños metidos por allí, y como su nombre lo indica, trata sin mayores pretensiones la temática del fin del mundo/ 



¿Cómo debería ser el fin del mundo? Si ocurrirá o no es un tema en el que no suelo gastar muchas cavilaciones. Lo que siempre me he preguntado es cómo será.
Y no es para menos. Yo tenía cinco años en mi primera experiencia. Eran las últimas horas de 1999, y la fiesta de año nuevo se llevaba a cabo como cualquier otra. Es poco lo que recuerdo, pero estoy seguro de que estuve atento a la ventana todo el rato. Si el mundo se acababa tenía la certeza de que la destrucción comenzaría afuera. Que del cielo llovería fuego y azufre, todo se derrumbaría, casas y edificios se vendrían al suelo, que la tierra explotaría y surgiera fuego y lava del suelo. Una imagen que debo haber sacado de esa Biblia ilustrada para niños que me regaló mi abuela, y también de mi propia abuela, una mujer súper creyente. Haciendo un poco de esfuerzo me paraba en la punta de los pies para alcanzar la ventana.
En la televisión comenzaron la cuenta regresiva, en mi casa los imitaron. Luego de los diez segundos, nada. Para mi parecía el fin del mundo ver a esos gigantes jóvenes que eran mis padres y sus amigos en ese entonces volverse locos y bulliciosos por la fiesta, pero más allá de esa impresión, y como todos pueden comprobar, no pasó nada.

Luego fue el 2006, yo había visto la película La Profecía, que habían estrenado hace poco. Comencé a aficionarme a todas las teorías apocalípticas y profecías que emitían por la tele, que por lo que entendía, se estaban cumpliendo. A mi abuela no le gustaba hablar del tema, lo encontraba demoníaco. Lo cierto era que razones no me faltaban para estar atento a la ventana el seis de junio de ese año.
Debo haber estado sentado ante la ventana toda esa tarde. El cielo había tomado colores rojizos y púrpuras, de esos que da gusto ver en la puesta de sol. Pero más allá de un cielo que dio gusto contemplar todo ese rato, este no se abrió para dar paso a un ejército de arcángeles del juicio final, ni nada por el estilo. Y en la tierra, sólo para asegurarme, nada se abrió tampoco.

Es el 2012, mi abuela ya esta muerta y yo estoy cursando mi primer año en la universidad. Ahora soy agnóstico, y consecuentemente mis sospechas ya no apuntan a un fin del mundo con connotaciones cristiano-católicas (A menos que encuentre evidencia para que así sea).
Como suele suceder me he aficionado a diversas lecturas sobre el tema. He leído casi todo lo relacionado con los mayas, aztecas, Nostredamus, el planeta X, Nibiru, cometas, alineaciones planetarias y de galaxias... etc.
Me he informado bien, claro, y se cuáles son basura y cuáles teorías son medianamente plausibles. Astronómicamente será un suceso curioso, pero no catastrófico. Nostredamus es casi infalible, así que trato de desarrollar todas las interpretaciones posibles a los dibujos que hizo sobre el tema.
Ha llegado el día, y de momento lo que más agradezco es que sea viernes y que estoy de vacaciones.
Ayudo a mi hermano menor con su última tarea del año (¿Será la última de mi vida? Me bromea el pequeño) es sobre naturaleza. Que el sol le da vida a las plantas, que las plantas producen oxígeno y alimentan a los insectos, que los animales comen insectos, que nosotros devoramos prácticamente todo…. Latoso, pero tenía que ayudarlo. Cuando terminamos prendí la tele.
Los noticieros hablan de los conflictos de siempre, Osama Bin Laden está muerto y tal parece que ningún terrorista tiene bombas nucleares. No obstante Corea del Norte todavía conserva su arsenal, y tiendo a creer que serán ellos quienes desaten la Tercera Guerra Mundial atómica. 
Quizás eso ocurra, quién sabe. Por el momento ningún Némesis, Nibiru o Hercólubus brillaban en el cielo, según los astrónomos.
Me instalé en la ventana con un par de sillas. Mi hermano se sentó junto a mí para lo que se ha convertido en un verdadero ritual.
Vigilo el frente, no hay ningún asteroide, cometa, nave espacial ni nada raro que se asome por el cielo. Menos mal, en algún lado oí que el fin del mundo se produciría a las seis de la tarde (tal y como dijeron el 6/6/2006, a las 18:00- 6+6+6- ) así que me preparo desde hace unos minutos antes para contemplar el Apocalipsis con mi hermano.
Siempre supe que viviría este día como un ser humano normal desde la cotidianeidad de mi casa. Persona común y corriente afrontando el fin del mundo, como en ese cuento de Larry Niven, “Luna inconstante” No como un científico, ni político ni alguna otra clase de persona importante o que tenga algo más que contar (Les recuerdo que recién voy en primer año) Por lo menos lo viviré, si es que pasa algo, junto a mi querido hermano.
Y para sorpresa de todos ¡Ocurrió algo! Asombroso, calamitoso, pero simple a la vez. No fue nada salido de la mente de Roland Emerich, más bien parece algo que debí leer en algún cuento de Asimov o de C. Clarke.
Es cierto lo que dicen, la realidad supera la ficción, lo cierto es que ni a mí se me había ocurrido algo tan potente.
Ya habrá tiempo para darle interpretaciones a lo ocurrido, no se si científico-racionales o místicas, quizás nadie se de el tiempo de hacerlo con el caos que inexorablemente comenzará. De hecho tiempo nos debe quedar muy poco.
Lo concreto es que, la última vez que vi al cielo, el sol se apagó.


Para los aztecas el fin del mundo ya ocurrió cuatro veces. Según ellos Nahui Ollin es el quinto sol, el último. Sus profecías indican que ésta es la última Era y que el final del quinto sol será el fin del mundo.

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