Corría el año 1954 cuando un ingenioso abogado y
poeta chileno, Don Jenaro Fajardo Vera, tuvo la brillante idea de registrar un
terreno entre sus propiedades, ni más ni menos que la Luna.
¿Trabas legales? Para la época ninguna, y al
alcance de una firma en la notaría, y algunos trámites más, nuestro compatriota
era el amo y señor absoluto de nuestro único satélite natural. Incluso cuenta
la leyenda que el mismísimo presidente Richard Nixon tuvo que pedirle permiso a
este abogado al fin del mundo para realizar el alunizaje del Apolo XI en su
propiedad. Realidad o no, no deja de ser una historia curiosa.
Muerto el señor Jenaro donó la Luna al pueblo de Chile. En
su testamento se puede leer:
Así, nuestro soñador y poeta se jactó de ser el
propietario del cuerpo celeste durante cuarenta y tres años. Hoy en día las
leyes de Naciones Unidas prohíben apropiarse de cualquier terreno ultraterrestre.
Pero el coqueteo de Chile con el espacio no
termina allí. Nuestro pequeño país, con su limitada capacidad y recursos tiene
más de una anécdota que retrata tanto nuestra curiosa relación con las bóvedas
celestiales como nuestra idisoincracia.
Contamos con el desierto de Atacama, el lugar
ideal para realizar lanzamientos de cohetes al espacio después del famoso Cabo
Cañaveral, y para realizar observaciones astronómicas debido a la altura del
cielo y lo despejado de este en esta parte del mundo. Lo segundo ha sido
ampliamente aprovechado por agencias como la ESO , no obstante estamos lejos tener una
lanzadera especial en el desierto.
Sin embargo, un empresario chileno de la
ficción no se quedó allí y fundó la
CAAT (Central Aeroespacial de Atacama) para la comedia de
Boris Quercia Chile Puede. Patricio Rodríguez
(interpretado por Willy Semler) era un hombre con el dinero necesario, pero en
demasía excéntrico y obsesionado por concretar su sueño de que Chile pusiera
hombres en el espacio (de ahí el título de la película) de forma que, sin el
apoyo de la NASA ,
la FACH ni
ninguna otra entidad pertinente, funda de manera casi clandestina y con un
presupuesto muy ajustado la central, impulsado por el ideal de que el
imperialismo yankee no se debía extender hasta el espacio y de que, como reza
el slogan de la entidad, “el cielo es para todos”. No obstante, como era de esperarse, todo lo que podía salir mal,
salió mal. Todos sus empleados, menos uno renuncian en el último minuto y el
cohete, cuando parece que cae en picada… da una vuelta de carnero y se
reorienta hacia arriba.
Los gages no terminan allí, finalmente la nave
logra volver a tierra, en un turbulento y atropellado retorno, con su piloto
sano y salvo (interpretado por el guionista y director Boris Quercia), pero la CAAT arde en llamas en un
incendio del que es poco probable que se hayan recuperado. Y esa fue la primera
y única aventura de Chile en el espacio.
Junto con ser una divertida e ingeniosa
comedia, además de la primera película de ciencia ficción hecha en Chile, juega
tanto con la idiosincrasia de nuestro país como con los chichés de los países
poderosos, que se juran dueños del espacio.
Nobel 200 |
La accidentada trayectoria descrita en el
lanzamiento puede asociarse como una referencia a la historia del Fasat Alfa,
el primer satélite chileno, que fue lanzado en 1995 desde una lanzadera en
Ucrania, adosado al satélite madre Sich 1. Supuestamente debía desligarse del
satélite ucraniano en determinado punto de la trayectoria, desgraciadamente
algo falló y nunca se desprendió de éste. Hubo que esperar un segundo
lanzamiento, esta vez el del Fasat Bravo en 1998, para que nuestro país contara
con un satélite de telecomunicaciones, que de una vida útil estimada en diez
años sólo logró cumplir tres. Actualmente tenemos al SSOT, también conocido
como Fasat Charlie, y hasta ahora no ha dado problemas. Tal parece que la
tercera es la vencida.
Siendo el infortunado Fasat Alfa nuestra
primera experiencia real en el espacio, no ha estado exenta de un par de
referencias en la ciencia ficción nacional, a pesar de su abortada existencia.
En Identidad Suspendida (2008), de Sergio Amira, el empleo de ésta como parte
del Novum, del universo descrito por
Amira, motivó a los editores a presentarla como “la primera novela de ciencia
ficción hecha en Chile” y en el especial de ciencia ficción de la revista
Caleuche, también fue el objeto detonante de una de las aventuras de los
extraterrestres de “Informe Meteoro”.
Respecto a nuestros astronautas en la vida
real, tenemos al piloto Klaus Von Storch (cuyo nombre da una idea que de
chileno no tiene mucho) quien ha sido un viejo postulante para ir al espacio
por medio de diversos proyectos, que incluyen a la NASA , la agencia espacial
rusa y china. No obstante, diversos motivos, entre ellos la tragedia del
transbordador espacial Columbia, han retrasado los proyectos a los que estaba
postulando, lo que reduce considerablemente sus oportunidades de ir al espacio.
Von Storch también es un estrecho colaborador
de la Agencia Chilena
del Espacio, entidad gubernamental que coordinó la creación y lanzamiento de
nuestros tres satélites. Más allá de eso, en la práctica la agencia cuenta con
poco poder y recursos, incluso estuvo a punto de ser clausurada a principios del
año 2012 al no estar en la partida presupuestaria de dicho período.
En resumidas cuentas, una suerte no muy
distinta a la CAAT
del señor Rodríguez en Chile Puede.
Tal como nos habla dicha película, las
potencias de la guerra fría se encargaron de inculcarnos la idea de que el
espacio era la última frontera, la meta de los campeones, y exclusiva de éstos.
Si traspasar la estratosfera era para los mejores, la Luna era para los dioses, el
olimpo mismo. Algo muy lejano e inalcanzable para nuestro pequeño y pobre país;
pero, como diría alguien a propósito del mundial de fútbol del ´ 62 “porque no tenemos nada, lo queremos todo”.
No nos basta con ser pasivos observadores de las grandes ligas
transestratosféricas, también nos atrevemos a soñar con llegar a dominar el
espacio y la Luna.
Y pareciera ser que el desierto de Atacama es
el lugar ideal para aquellos soñadores. Junto con sus cielos y observatorios
astronómicos, tenemos el valle de la
Luna , y otras zonas idénticas a la superficie de Marte donde
la misma NASA va a hacer sus entrenamientos y experimentos. Además, fue aquí
mismo donde tuvimos nuestra gran épica nacional analogáble a la odisea del
Apolo XI, cuando fueron rescatados treinta y tres mineros por medio de una
cápsula que, no los trajo de vuelta de allá arriba, sino que del interior de
nuestro planeta. Y la mano de la agencia espacial yankee también se hizo sentir
en esta operación.
Otra ocasión que tuvimos para figurar fue para
el impacto de la sonda Deep Impact contra el cometa Temple 1 en 2005, sonda
elaborada, entre muchas otras cosas, con quinientos kilos de cobre chileno
donado por Codelco a la NASA.
No es mucho más lo que se puede decir al respecto, pero por
lo menos, gracias a otra de las tantas riquezas que nos da Atacama, nos hicimos
la ilusión de formar parte de un gran proyecto.
Nuestra capacidad es poca, nuestros aparatejos
a menudo los construimos con chatarra y piezas viejas o sobrantes de la poca
maquinaria que alcanza a llegar de importación a este lejano rincón del
planeta, sumado a que en lugar de especialistas y técnicos competentes tenemos
a “maestros chasquillas” que lo solucionan todo con cinta aislante, clips y
mucha improvisación. Pues ni la preparación adecuada se puede dar con la
educación de este país. Pero eso no evita que lo intentemos.
Es necesario, pero poco probable, que en el
futuro desarrollemos una agencia espacial más grande, pero no por eso vamos a
dejar de soñar.
Son muchas las cosas que se pueden hacer con
los recursos y gente de este país, pero que por tantas razones, muchas creadas
por nosotros mismos, no se realizan. Si el cielo es la expresión máxima del
éxito y del desarrollo que podamos alcanzar, por lo menos tenemos la certeza de
estar siempre cerca de él gracias a proyectos como el ALMA en Atacama y Paranal,
posibles gracias a la colaboración de nuestra nación con las naciones del
primer mundo.
Según la tradición, somos un país de poetas,
aquellos que no pueden hacer menos que dejarse cautivar por las estrellas, como
el personaje de Quercia en Chile Puede,
y como Don Jenaro nos legó en su testamento.
De momento, aún no podemos viajar allá arriba,
pero podemos observar como siempre el lejano e insondable espacio, desde nuestros
privilegiados cielos en el norte de este largo país con forma de telescopio.
También publicado en:
http://anticipacion.blogspot.com/2013/01/chile-y-el-espacio.html
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