El símbolo de Praxis
Era una mañana oscura y fría de
diciembre, y el cielo amenazaba con lloviznar en cualquier minuto. Richard
Dereck caminó rápidamente a su transporte, el paraguas lo había dejado en el
asiento trasero y lo último que quería era llegar en malas condiciones a una
reunión tan importante a la que ya estaba atrasado.
El cierre centralizado desde hace
unos días que no funcionaba, así que llegando a la puerta del conductor tuvo
que escarbar rápidamente entre los bolsillos de su sobretodo para dar con la
llave y abrir la puerta. Con la mano un poco temblorosa la extrajo e intentó
encajarla en el cerrojo, pero accidentalmente resbaló entre sus dedos y cayó perdiéndose
en el empapado piso.
“Mierda” exclamó para sí, al
tiempo que se encorvaba de mala gana para dar con las escurridizas llaves.
Las primeras gotas empezaron a
caer, así que procuró mantener seca su mano derecha. Ingreso las llaves en la
cerradura y puso su pulgar derecho sobre el lector de huella digital, no sin
antes restregarlo una última vez contra sus ropas. Hecha la operación, se abrió
con un movimiento seco la puerta.
Entrando al vehículo, prendió la
radio. Mientras iniciaba la ignición, fue bombardeado con las noticias de los
avances de las bases en la Luna ,
y de los nuevos cohetes de plasma que la NASA y las agencias espaciales de China y Rusia
estaban desarrollando. Era prácticamente el único tema que cubrían las grandes
radioemisoras. Noticias que ya se sabía prácticamente de memoria. Tuvo que
esperar a que su transporte alcanzara los doscientos metro de altitud para
sintonizar algo más. Fue mientras atravesaba la capa de smog que le llegaron
las difusas señales de la radio independiente: las noticias de atentados
terroristas, el descomunal aumento de la taza de suicidios y el caos
generalizado lo acompañaron el resto del viaje. Todos temas de los que nadie
quería hablar.
Antes de salir del centro de
Nueva York e iniciar la ruta aérea a Washington, pasó por Queens a recoger a su
colega Martin.
En Queens la humedad y el chispeo
de gotas ya eran una torrencial lluvia, pero no ácida como temía. Hecho que
dedujo al ver a Martin sin impermeable, sólo con su sobretodo y un periódico
cubriendo su cabeza, moviéndose rápido por el aeródromo del edificio hasta su
vehículo.
-Clima de mierda ¿Te costó
llegar?
-Para nada.
-Tenemos tiempo, falta por lo
menos una hora- afirmó al hacer un rápido gesto con su muñeca izquierda donde
consultó su reloj.
-Quizás, pero si Brezshnev llega
antes, comienzan la reunión antes. Tú lo conoces.
-Es cierto. Odio a ese tipo.
Martin sacudió el periódico y
trató de rescatar de entremedio una hoja en particular. No muy legible, le
comentó la noticia a Dereck:
-¿Viste esto? La escuela de mi
hijo salió en el diario. Ganaron un concurso por su proyecto de preservación de
comida orgánica en viajes largos al espacio. Gente del gobierno estaba en el
jurado, dicen que lo aplicarán en próximos viajes al espacio.
-Felicitaciones ¿Tu hijo estaba
en ese proyecto?
-No, pero según él, cooperó en
algunas cosas. Por lo que me ha contado, ya no les enseñan nada más en las
escuelas, sólo ciencias, física, matemáticas, técnicas de supervivencia… todo
lo que pueda ser útil para lo que se viene.
-En otras palabras, cómo
construir un cohete. Todos hablan de lo mismo, en la radio, en la tele… ¿Qué
edad tiene Johnny? ¿Once me habías dicho?
-Cumple doce en enero. Es un
chico listo, te caería bien. Su sueño es ser capitán de alguna astronave, y
Dios sabe que tiene que conseguir ese sueño.
-No me hables de Dios, por favor.
Me basta con verlo todos los días en el cielo, rojo de furia.
Martin sabía que su colega tenía
sentimientos encontrados con esos dos elementos: Dios y el Sol, después de
todo, sus padres habían muerto en Toronto hacía veinte años. Buscando decir
algo que disipara la tensión que empezó a levantarse en el ambiente, dijo:
-Mira el lado bueno: hoy no se
ve.
En eso tenía razón. La
visibilidad era nula, el contaminado cielo de nubes negras y lluviosas no daba
tregua, pero Dereck lo prefería al cielo grisáceo de costumbre con el amenazante
sol rojo. Gracias al GPS y el piloto automático no tenía mayor problema para
movilizarse por los cielos, y de esa forma su viaje continuó raudo hasta las
oficinas de la agencia en Washington.
En tiempo record llegaron a su
destino. Las oficinas del Pentágono seguían tan resguardadas como siempre, a
pesar de que la verdadera reunión se llevaba a cabo unas calles más abajo, en
un subterráneo secreto bajo una oficina de correos.
Dereck y Martin pasaron por los
procedimientos de seguridad para ingresar de una forma tan rutinaria que se le
hicieron cortos los minutos que estuvieron siendo autorizados por los guardias.
El procedimiento ya lo conocían de memoria, cada pregunta, cada tarjeta a
mostrar, cuando levantar los brazos y cuando bajarlos.
Mientras pasaban por el estrecho
pasillo, Martin preguntó casi en susurros a su colega:
-¿Tienes alguna idea de lo que se
trata esto?
-Para nada, sólo lo que decía el memorandum. Parece estar relacionado con
una amenaza terrorista, y que es muy grave.
-Que novedad. Más vale que lo
suficientemente grave para que haya valido la pena cancelar a última hora mi
día libre con mi hijo.
Al entrar a la sala de reuniones,
el individuo que más destacaba era un hombre alto, de expresión seria,
impecable traje y corbata negra que dialogaba con individuos de igual
indumentaria y semblante. Se trataba de Brezshnev, el hombre que había
convocado la reunión bajo el sello de asunto
de seguridad internacional.
Brezhnev era probablemente el
hombre más poderoso que Dereck conocía. Si él estaba en la reunión era
verdaderamente un asunto de extrema gravedad. Martin y Dereck se sentaron en la
mesa ovalada con los demás. Una vez que llegaron los últimos convocados unos
instantes después que el dúo, tomó la palabra Brezhnev:
-Buenas tardes, caballeros. Primero
que todo, recordarles que lo que les vamos a mostrar no puede salir de esta
habitación. Este es un asunto de seguridad nacional, y cualquier filtración
podría sembrar más caos del ya existente. Segundo, gracias por haber venido tan
rápidamente a pesar de la poca anticipación. Ahora necesitaré toda su
concentración para tratar este complicado asunto. Como ya saben algunos de los
presentes, enfrentamos una amenaza sin igual, que pone en peligro no solo a
nuestra nación, sino que la supervivencia de nuestra especie. Nuestro enemigo
es liderado por un hombre sumamente peligroso, tanto por sus conocimientos como
por su falta de escrúpulos. Lo primero que haremos será contextualizar un poco.
Señor Orwell.
El individuo al que se había
dirigido, también con un impecable traje oscuro y gruesos lentes, tecleo un par
de comandos en su Ipad y generó una
amplia proyección holográfica sobre la mesa de reuniones. Las imágenes
tridimensionales fueron acompañando cada palabra emitida por Orwell, la primera
fue la de un hombre hindú, de aproximadamente cuarenta años y con bata de
laboratorio.
-Satnam Noonien Singh, científico
hindú, graduado de Oxford, sumamente brillante. Trabajó en el proyecto New Frontiers de la NASA durante tres años.
Renunció y se unió a una red terrorista conocida como Praxis de la que se cree es hoy el actual líder. Durante el tiempo
que trabajó con nosotros tuvo acceso a nuestra tecnología más avanzada, incluso
a archivos de un viejo proyecto de los años cincuenta de la NASA para destruir la Luna.
Un murmullo de asombro recorrió
entre los presentes ante la última afirmación, a lo que el funcionario debió
precisar:
-Difícil de creer, lo sé. La idea
del gobierno de la época era intimidar a la Unión Soviética. Claro que no
se llevó a cabo, primero por las dificultades técnicas: se hubieran necesitado
más de nueve mil bombas de la época, de quince mil kilotoneladas cada una para
hacerla desaparecer- fotogramas de viejos expedientes con el sello de los
Estados Unidos mostraban papeles que detallaban el lanzamiento de misiles al
satélite natural en el holograma-. Hoy en día eso es más factible con la
detonación de un reactor de fusión nuclear. Existen tres en el subsuelo de la Luna en este minuto, hemos
reforzado la seguridad en cada uno de ellos. No obstante, aún tememos que
Satnam logre desarrollar por sus propios medios un misil que cumpla con su
cometido. Inteligencia indica que esa sería la gran operación en que la red
terrorista ha enfocado todos sus esfuerzos.
-Caballeros, estamos hablando del
que potencialmente se convertiría en el atentado terrorista más grande todos
los tiempos-intervino Brezshnev, que había permanecido de pie durante toda la
exposición-. Y en el inevitable fin de la humanidad.
-Y no es una exageración- precisó
Orwell-. Como saben, la coalición internacional ha enfocado todos sus esfuerzos
en la colonización de Marte para salvar a la humanidad de la destrucción de la
tierra por las inminentes tormentas solares. Siendo la Luna una parada casi obligada
para las naves. No obstante, Praxis no apuesta sólo por destruir estos logros,
sino que también pretende acabar con la humanidad al mismo tiempo. No sólo
perderíamos todo lo que hemos logrado en los últimos años con la instalación de
bases allá arriba. Los restos del satélite natural orbitarían a la tierra los
primeros días, destruyendo las estaciones espaciales, para luego impactar
contra la superficie del planeta como una lluvia de meteoritos. La muerte de
millones de personas, la destrucción de toda nuestra infraestructura,
potenciales tsumanis y el efecto invernadero que generaría el levantamiento de
la nube de polvo y CO2 acabaría con la
vida en la tierra mucho antes de que la tormenta solar lo haga.
Sus palabras fueron rematadas con
una simulación holográfica que mostraba a cientos de asteroides destruyendo la
superficie de la tierra. La imagen semitransparente del planeta fue diluyéndose
al mismo tiempo que se veía derruida por los impactos de los asteroides
holográficos. Ya desaparecida toda proyección, de la hecatombe proyectada
restaba un sepulcral silencio instalado en la sala a raíz de las imágenes, que
fuera roto por Dereck.
-No entiendo, porqué haría esto
un hombre que hasta hace poco trabajaba con nosotros para salvar a la
humanidad.
Orwell estuvo a punto de responderle,
pero Brezhnev lo fulminó con una rápida mirada y contestó:
-El informe de inteligencia dice
que Satnam perdió el juicio. Que no toleraba la idea de que salváramos a unos
pocos y dejáramos morir a miles de millones. Pero bueno, chicos. Poco es mejor
que nada. Por lo mismo hay que detenerlo. De momento la única pista que tenemos
es este símbolo…
Accionó un botón en la pantalla
touch de su puesto y se materializó, donde antes contemplaran el fin de la Tierra , la imagen holográfica
de un viejo pergamino con un extraño símbolo en su costado izquierdo superior.
Se trataba de la silueta de un león con las patas delanteras levantadas y
rugiendo, coloreado con una tenue pigmentación verde.
-Hasta ahora sólo hemos podido
capturar a tres individuos relacionados con los actos violentistas de Praxis.
No logramos sacarles gran cosa, ni con el interrogatorio ni con las mejores
técnicas de hipnosis y lectura mental. Sabían lo justo y necesario. Vale decir,
dónde ubicar tal bomba y que su líder indiscutido es Satnam. Los tres tenían
este símbolo tatuado a la altura del corazón en el pecho. También está presente
en cartas que hemos interceptado de sus agentes terroristas- a sus palabras se
le sumaron las imágenes de dos torsos desnudos, morenos y un tanto desnutridos,
con la imagen del león verde sobre el músculo pectoral izquierdo. Los más
suspicaces alcanzaron a distinguir ciertas cicatrices aún abiertas en los
costados de los individuos, que daban cuenta de lo cruel que llegaban a
tornarse algunos interrogatorios. Claro que nadie emitió ningún comentario al
respecto-. No figura en ninguno de nuestros registros. Aunque esta organización
terrorista es bastante reciente, nuestros expertos opinan que su simbología
debe estar tomada de cierta herencia cultural. No obstante, es difícil
precisarlo dado la diversidad de nacionalidades dentro de sus miembros. Tenemos
a todos nuestros especialistas rastreando su origen. Y ustedes, caballeros,
tienen la misión de averiguar todo lo que se pueda de esta organización y
detenerlos.
La reunión no duró más de media
hora. Hacia el final se entregó distintos informes sobre la situación y lo que
sabían de Praxis a los asistentes. Junto con las serias sospechas de que
fraguaban la destrucción de la luna, también estaban los diez atentados con
bomba realizados en países de todos los continentes por la organización
terrorista. Se repartieron tareas y se dio por finalizada la reunión. Luego
cada uno se despidió y abandonó el bunker desde distintas salidas.
Poco antes de salir, Dereck se
dirigió a Brezshnev y le dijo:
-Señor, me gustaría ver los
avances que tienen los especialistas en torno al símbolo que nos mostró.
-¿El leoncito verde? No pierda el
tiempo con nimiedades, agente Dereck. Ya le asignamos trabajo para que avance
en eso- le contestó mientras guardaba unos papeles en su maletín.
-Lo sé, pero creo que podría
contribuir de otra forma también. Sospecho que deberíamos hacer más énfasis en
la ideología de este grupo subversivo para entenderlos mejor…
-¡Ja! No diga tonterías. Su única
ideología es la muerte. Si quiere hacer algo distinto, mejor contacte a comerciantes
y proveedores de tecnología balística, hacía podríamos rastrear la construcción
clandestina de cohetes.
Sus movimientos eran bastante
robóticos, al igual que su sonrisa falsa. Evidentemente buscaba cambiar el
tema.
-Pero señor…
-Mire, Dereck. Seré franco con
usted. Yo mismo seleccioné al personal que trabajaría en esta operación. Su
nombre fue el primero en sonar dadas sus excelentes aptitudes, no obstante me
disuadió un poco su, si me lo permite, triste historial familiar.
Con una frialdad que no podía
disimular, había metido el dedo en la llaga. Dereck como siempre, se mantuvo
inexpresivo.
-El hecho de que sus padres hayan
estado en Canadá espero que no intervenga en su actuar. Lo último que puede
hacer es permitir que esto se vuelva un asunto personal. Pero no se preocupe,
ninguna muerte será en vano. Ahora, hará lo que se le indicó ¿entendido?
-Sí, señor- dijo con un resignado
tono.
Esa frase ya la había escuchado
antes, ninguna muerte será en vano,
otra de las frases clichés del gobierno. Fue la peor forma que tenía el frío
hombre de gobierno para finalizar la conversación.
Poco después de ese diálogo, Martin
y Dereck viajaron a las oficinas centrales en un vehículo terrestre asignado
por la agencia. Ambos se lamentaron de que no les hubieran permitido viajar en
el auto de Dereck, pues debieron pasar al menos veinte minutos en el tráfico de
la Quinta Avenida.
Para matar el tiempo no pudieron hacer más que leer cada una de las estrambóticas
publicidades repartidas entre distintas pantallas 3D y 2D. A la par de las
marcas comerciales iban los mensajes del gobierno. En la intersección de la Quinta con General
Washington, donde el estancamiento los tuvo detenidos a lo menos cinco minutos,
contemplaron las tres repeticiones de un ruidoso y amplio spot holográfico que
formaba parte de la campaña de propaganda del gobierno. La voz relatora era
como la de un antiguo locutor de noticieros de guerra de los años cuarenta, de
alguna forma le imprimía cierta vitalidad e interés a un discurso que ya todos
se sabían de memoria:
“En diciembre de 2012 una horrible
catástrofe acabó con la vida de millones de personas en Canadá, remeciendo al
mundo entero. El pronóstico de los astrónomos fue lapidario: el sol atravesaba
por un ciclo de tormentas solares nunca antes visto. Y esto sería sólo el
principio, en treinta años más afrontaríamos una erupción tan poderosa que
acabaría con la vida en la tierra”.
“Desde entonces que la humanidad
entera se ha unido en la llamada Alianza por la supervivencia, donde los países
con la tecnología y experiencia aeroespacial necesaria tendrían la misión de
enviar refugiados a Marte, en cooperación con el resto de las naciones de la
tierra”.
“Todos nuestros hombres y mujeres,
nuestros esfuerzos y recursos, y la economía a nivel planetario están dedicados
a la investigación científica y el desarrollo de tecnología aeroespacial. Hoy,
gozamos con hazañas tecnológicas impensables hace veinte años, autos voladores,
cohetes termonucleares, bases en la luna, y nuestros primeros hombres en Marte.
Y es que el ingenio humano y el instinto por la supervivencia son imparables. Todos
ahora cooperamos por salvar a la civilización humana. Hemos avanzado mucho,
pero aún tenemos mucho camino por recorrer. Nuestros enviados nos representarán
a todos nosotros, en mente y en espíritu. Porque el espíritu humano no se
extinguirá con nada. La esperanza es lo último que se pierde”.
Este, y muchos otros del mismo
estilo, sonaban día y noche en los distintos medios. Era otro de los muchos
recursos que empleaban las autoridades para mantener la moral en una época en
que el Apocalipsis tenía una fecha clara e inminente.
Más adelante había una pantalla
gigante emitiendo un noticiero, donde confirmaban que la lotería para elegir a
diez mil ciudadanos americanos al azar para colonizar Marte, se llevaría a cabo
en seis años más. Era lo más prudente, pensó Dereck, tienen que dilatarlo lo
más posible para que la gente no pierda la esperanza tan pronto.
De vuelta en la oficina del Pentágono,
ya un poco más distendidos de la misión encomendada, el dúo se sirvió un café
en la máquina del pasillo.
-No confió en ese tal Brezhnev-
dijo Martin.
-Tú no confías en nadie- le
respondió Dereck.
-Pero estos tipos en particular
no me agradan. Se creen los dueños del mundo… y en realidad, son los dueños del
mundo. Y encima tienen su pasaje asegurado a Marte. Que poderosos se deben
sentir.
-¿Envidia, Martin?- dijo mientras
se serbia un sorbo de café.
-Es más que eso, sospecho que nos
oculta algo. Viste como se puso ese tal Orwell… Sabes, a veces no sé como
puedes seguir trabajando con la misma dedicación que siempre. Nos esconden
cosas, no nos cuentan todo, hacemos todo lo que nos dicen, y a cambio de qué.
Ni nosotros tenemos la huida asegurada de este basurero.
-Mira, Martin, -tomó un largo
sorbo antes de seguir- mientras estuve casado aprendí algo junto a mi mujer:
haz lo que ella dice, no le hagas preguntas incómodas, y la cosa funciona.
-Sí, y te funcionó por siete años
¿Y luego qué?
Hizo un gesto de no saber con
hombros y labios. Tragó lo último que quedaba de su taza de café y prosiguió:
-Es lo único que sé hacer, Martin.
Además, la paga es buena, y tenemos más oportunidad de salir de aquí a través
de este trabajo que en ningún otro. No somos Einsteins como el pequeño Johnny.
-¡Ja! Ojalá mi hijo fuera
Einstein, si vieras las notas con las que llega de la escuela. No es que sea
tonto, el chico es listo, sólo que está un poco desmotivado. Pero en cuanto se
dé cuenta de su situación… creo que entonces tendrá la motivación suficiente
para convertirse en el mejor de la escuela, y ojalá de su universidad.
-Lo será, si todos los cerebritos
de la universidad abandonan el planeta y lo dejan sólo a él en el campus.
-Ha-ha, que gracioso.
Hacia el final del día, cuando el
sol se ocultaba, los dos se fueron juntos en el mismo vehículo. Por supuesto
que Dereck conducía. Martin todavía no realizaba el curso para sacar la
licencia de un auto volador, no porque no pudiera, el también podía
perfectamente solicitarlo a la agencia como otra herramienta para sus trabajos,
pero el riesgo de accidente era mucho mayor y el curso demasiado largo para un
año tan atareado.
-Creo saber por donde comenzar
con este asunto- dijo Dereck una vez que el auto se había elevado- ¿recuerdas
al tío de mi ex mujer?
-¿Ese viejo loco? Qué puede saber
de esto.
-Es arqueólogo, recuerdas. Quizás
sepa algo del símbolo que nos mostraron. Le pregunté a Brezshnev si podía ver
lo que los especialistas tenían hasta ahora, ¿sabes qué me dijo? Que no
perdiera el tiempo en nimiedades, que me enfocara en rastrear al cohete de
Satnam. Supongo que eso no impide que visite a un viejo amigo.
Dejó de hablar en cuanto percibió
cierta música a lo lejos. Martin también lo escuchaba. El origen de dicho
sonido concordaba con su camino, de forma que lo siguieron. El vehículo avanzó,
suspendido a una distancia no mayor a los siete metros del suelo. Ya antes de
que llegaran a la fuente de la música sabían que se trataba de That´s the way de Harry Cacey. El auto que la emitía se encontraba en medio de una
multitud de manifestantes en la calle, no muy lejos del edificio de donde
venían. Los huelguistas venían con pancartas, muñecos en llamas de políticos, y
algunos ya estaban construyendo barricadas. Dada la visión panorámica que
tenían, vislumbraban a un amplio contingente policial que se acercaba
raudamente por el norte.
-¿Más desempleados?- consultó
Martin.
-Esos fueron ayer, estos son los
de siempre, hippies, fanáticos religiosos…
Sus palabras fueron interrumpidas
por una bomba Molotov que chocó contra el cristal del aerodeslizador.
Inmediatamente Dereck accionó el
limpiaparabrisas para disolver cualquier chispa. Mientras abajo, la policía se
enfrentaba a quienes lanzaron la bomba.
-¡Desgraciados!- les gritó por su
ventanilla.
-Déjalos, ya les darán su
merecido- intentó calmarlo su copiloto.
-No es la primera vez. No
cualquiera tiene un auto volador, tú lo sabes. Ellos dicen que son símbolo de
quienes colaboran con sacar a los ricos de la tierra, y me lo destruyen cada
vez que pueden. Lo he encontrado rayado, pateado, y la última vez trataron de
robarlo. Ninguno de estos inútiles sabe que funciona con reconocimiento
biométrico ¡Resentidos inútiles! ¡¡No es mi culpa que no tengan empleo!!- gritó
por la ventanilla, al tiempo que el auto se elevaba y dejaban atrás la batalla
entre policías y manifestantes.
La noche ya había terminado de
asentarse, pero el ambiente era iluminado por distintas fogatas, autos en
llamas y bombas Moltov que teñían de un tono rojizo la noche de Washington.
Todo amenizado por lo mejor de Harry Cacey.
****
Al tocar la puerta, una voz le
dijo “adelante”. Giró el picaporte, que estaba sin el cerrojo puesto, y entró.
Hacia el fondo de la sala de estar había un sillón a espaldas de Dereck, frente
a un ventanal que daba al patio. De su ocupante se distinguía una cabeza blanca
y una constante columna de humo que brotaba de su izquierda.
-Ray, que viejo estás.
-Estoy bien, gracias por
preguntar- le contestó el sonriente viejo con el cigarro entre sus dedos.
-Si quieres un consejo, deja de
fumar. –dicho esto, se recostó sobre la pared a la izquierda del anciano, de
forma que podía ver claramente su figura- Le hará bien a tu salud, según mis
cálculos ese es el séptimo que te fumas hoy.
-¿Cómo haz llegado a tan exacta
conclusión?- preguntó mirando hacia el vacío.
-Veo que aún tienes la cajetilla
en el bolsillo, y se ve bastante aplastada, por lo que debe estar vacía- le
respondió señalando la abultada protuberancia que se distinguía en el muslo
derecho de sus vaqueros-. Y son cerca de las ocho. A estas alturas del día
debería ser el último del paquete. Y sé de antemano que tu límite personal es
una cajetilla al día.
-Brillante deducción, querido
Watson- dijo apagando el cigarro en el cenicero- pero en este minuto un
cigarrillo más o menos da exactamente lo mismo. En unos años más todos
estaremos en la boca de un gigantesco habano… no importa, al ritmo que voy dudo
que llegue a verlo. Dudo incluso que quede alguno de mis libros para ser el
alimento de las llamas.
Dereck quiso decir algo que lo
consolara. Estaba muy acostumbrado a ver a Ray como un viejo alegre y
motivador, pero los último años habían teñido de un indeleble halo de amargura
toda su persona. Ni su eterna sonrisa podía disimularlo. Sólo atinó a decirle:
-Lamentablemente serán muchos los
que viviremos para verlo… ¿Te imaginabas que sería así?
-La verdad, yo pensé que el
destino tendría un mínimo de piedad, pero me equivoqué. Dios es a veces el más
cruel de los guionistas, sabes. No sólo sabemos cuándo será el fin, sino que
tenemos unas hermosas tres décadas de anticipación. Tres décadas para
prepararnos emocionalmente… o para volvernos locos.
-Y tres décadas para salvar a
todos los que podamos. Vamos, Ray. Aún hay esperanza de que te llamen para las
naves…
-No, señor. A mí nunca me
llamarán. Fui declarado “no esencial” sabes. No esencial- despidió una leve
risa- como en la Alemania
nazi. Me despidieron de la universidad, a mí y a casi todos mis colegas.
Cerraron los departamentos de humanidades, filosofía, sociología… los únicos
que dejaron abiertos son los de ciencias exactas. Lo único que les interesa
ahora es contribuir a la “cruzada por la supervivencia”… y mis libros, son
buenos, pero no lo suficiente. Hoy ya nadie los lee, todos sólo buscan formas
de ganar un cupo en las naves. Y a los que suban en ellas serán a premios Nóbel,
o gente como esa. Ni hablar de salir elegido en la lotería, yo no me trago ese
cuento.
-Quizás yo tampoco sea elegido,
pero no por eso me amargo. Sigo haciendo mi trabajo como siempre.
-Tú lo dijiste, tienes trabajo.
Lo tuyo aún tiene sentido para estas gentes… ahora yo haré una deducción
¿vienes por un asunto del trabajo, verdad?
-Lo sacaste por el maletín,
supongo.
Dicho esto, Dereck se dirigió a
la mesa y abrió el maletín, donde comenzó a revolver los papeles que contenía.
-Te voy a mostrar algo. Tengo una
copia en el smarthphone, de hecho es
más completa allí…
-Claro que no, sabes que me cansan
los ojos las proyecciones holográficas- le interrumpió Ray-. Sólo muéstrame lo
que tienes ahí.
Le extendió unas fotografías de
un extraño símbolo en blanco y negro. Ray sacó sus anteojos del bolsillo de su
camisa, y examinó con sumo cuidado las imágenes.
-La simbología es tu campo de
estudio, eres el tipo que más sabe de estas cosas de entre los que conozco ¿Sabes
qué es?
-Sí, es un símbolo hindú, de una
dinastía del siglo IV a. c. Pero muy desconocido… súper desconocido, ¿de dónde
sacaste estas fotos?
-Hay un loco terrorista que
amenaza con destruir las bases en la luna y el plan de supervivencia. Este
símbolo lo tenían tatuado varios de sus hombres, y también estaba en una de las
bombas de tiempo que logramos desactivar.
-Bueno, hace referencia a un
símbolo que le entregó Alejandro Magno a una familia de nobles hindúes. Los
Bajyit. Verás…
El anciano se dirigió a su
librero, de donde extrajo un viejo volumen que
depositó sobre la mesa y raudamente ojeó a medida que le hablaba a su
interlocutor.
-Cuando Alejandro llegó a la
rivera del Nilo, no disponía de las fuerzas ni apoyo suficiente para expandir
su imperio hacia la India.
Por presión de sus generales se vio obligado a postergar esa
empresa, no obstante en su paso por el subcontinente hindú entabló contacto con
un grupo de nobles que aspiraban a ganar más poder dentro de los reinos
vecinos. Él les prometió que cuando volviera a conquistar esas tierras ellos
serían los visires encargados de la administración de sus nuevos dominios. Y
este sería el escudo de su dinastía… -detuvo su grueso y arrugado índice derecho
en la página 276, cubierta en su mayor parte por una imagen que mostraba al
símbolo del León Verde en una pared de piedra- sólo existe un lugar en la
actualidad donde se puede encontrar este símbolo, un templo en Tayikistán.
La página anterior mostraba la
imagen satelital de unas ruinas en medio de una jungla asiática. Entusiasmado
Dereck consultó:
-¿Estas seguro de que no hay otro
lugar?
-Completamente, yo escribí este
libro. Y estuve en ese templo. Si piensas ir allí te advierto que el calor selvático
es infernal.
-Creo que no hará falta, ¿puedo
llevarme el libro?
-Te regalé una copia la navidad
pasada, señor consideración- contestó Ray con su usual sarcasmo.
-Excelente, gracias Ray, haz sido
de mucha ayuda. Me gustaría quedarme a conversar un poco más, pero el tiempo
apremia- dicho esto comenzó a guardar las fotografías.
-Claro, el tiempo siempre está en
contra.- Ray se dirigió nuevamente a su sofá, pero esta vez se llevó consigo
una botella de una bebida que Dereck no alcanzó a identificar y una copa.
-Otra cosa que quizás te sirva: esta
familia, de nombre Bajyit, tenía unas creencias religiosas bastante exóticas,
incluso para la zona donde se encontraban. Incorporaban ideas del budismo y del
hinduismo, tenían una concepción cíclica del tiempo, una indiferencia completa
al materialismo, y una idea de los planos espaciotemporales comparable hoy a la
teoría del multiverso. Para ellos no había diferencia entre riqueza y pobreza,
o entre la vida y la muerte… -dijo al mismo tiempo que Dereck cerraba su
maletín. Le dedicó una mirada de intriga, que el anciano respondió soltando una
leve risa- Tengo unos colegas que se entretuvieron mucho analizando sus
creencias desde el punto de vista metafísico y filosófico, me dijeron que eran
unos auténticos iluminados… Incluso hay leyendas de que llegaron a formar un
pequeño culto que subsiste hasta el día de hoy, escondido en la selva. Aunque,
hasta donde sabemos ese templo es lo único que queda de ellos, y la familia
desapareció ante de la llegada del siglo XI d.c.
-¿Todo eso sale en el libro?
-Sí- contestó sin mirarlo.
Percibiendo que el viejo caía
nuevamente en su estado de letargo, Dereck buscó reanimarlo como había hecho
mostrándole las fotos.
-… Escucha, Ray. Porque no vienes
a comer a mi casa esta noche, hace tiempo que no lo haces.
-¿Esta noche? No, gracias. Ya
tengo planes.
-Dime que no traerás otra
prostituta.
-Ojalá, la pensión ya no me
alcanza ni para eso… -rió sin mover los labios.
-¿Y el fin de semana?
-Puede ser, puede ser… yo te
llamaré.
-Ok, y por favor deja de fumar.
Dereck estaba a punto de cruzar
la puerta, a último minuto dio media vuelta, se dirigió a Ray y le quitó la
botella.
-Y también de beber.
Ya era cerca de media noche y el
viejo Ray Barcley tomaba minúsculos sorbos de coñac sumido en la oscuridad de
su departamento. Habían pasado al menos dos horas desde que se sirviera esa
copa, pero aún no la terminaba. En su mente revoloteaban demasiados
pensamientos de tiempos pasados, divagaciones sobre el significado de muchas
cosas, la fugaz alegría de que había sido útil por última vez al gobierno, y
una nostalgia ligada a una pesadumbre que le restaban toda gana de mover un
músculo de su sillón.
Desde el momento en que se cerró
la puerta de su departamento, que supo que no tendría el privilegio de volver a
abrirla. Una parte de él lamentó la partida de Richard Dereck, ex marido de su
sobrina, y a esas alturas el único amigo que le quedaba.
Otra parte de él, una que se
había forjado en esas largas horas de soledad y divagaciones eternas de su retiro
forzado, lo agradeció, pues así pudo retomar su soliloquio. Monólogos que se
habían vuelto insanamente usuales en este académico retirado.
-Lo he meditado mucho. Quiénes
son los más cobardes, aquellos que se suicidan para no ver lo que se viene, o
aquellos demasiado cobardes para suicidarse, de forma que se quedan en un
disimulado estado de shock, inertes hasta que la calamidad se les venga encima.
Quizás se aferran a la remota esperanza de que algo pase en el camino que los
salve, o simplemente son masoquistas. Yo creo que lo mejor es irse a la segura
y acabar con el suspenso de una vez por todas. Mi padre, un tipo muy sabio, que
vivió el seis de junio del sesenta y seis, mil novecientos ochenta y cuatro, y
el cambio de milenio, vivió impávido e indiferente todas esas fechas. Y es que
el siempre me dijo: el fin del mundo llega con la muerte de uno mismo.
Secó la última gota de la helada
copa. Extendió su mano izquierda hacia el cajón que tenía a su lado y extrajo
de él un revolver.
****
El viaje en el vehículo de la
agencia, mezcla de helicóptero y de auto volador, fue sumamente suave, no
obstante la leve vibración del motor dificultaba la lectura de Dereck de su tablet. Lo cual no impidió que pasara
casi todo el viaje leyendo la información recolectada.
Junto a él viajaba Eric, uno de
los miembros más jóvenes de la operación, que no ocultaba su impaciencia ante
los métodos de Dereck.
-Llegaremos en unos minutos.
Espero que esto valga la pena- le comentó a Dereck.
-Lo valdrá, junior. Todo el mundo está analizando el modus operandi y rastreando las armas confiscadas a los
terroristas, pero hasta ahora yo soy el único que se ha preocupado por lo
esencial.
-¿El dibujito del león?- preguntó
con cierto dejo de ironía.
-Los símbolos son importantes
para estos tipos. Dan cuenta de una ideología, de su forma de pensar. Tras sus
ganas de matar tiene que haber una forma de pensar, no sólo brutalidad como
creen en la central.
-¿Y hasta ahora, qué sabes de su
forma de pensar?
-Bueno- se talló la nariz antes
de proseguir a resumir todo lo que había leído- tengo la teoría de que este
grupo tiene sus orígenes en una secta asiática antiquísima. Su filosofía parece
mezclarse con tendencias grecolatinas e hindúes. Puede que incluya otras, pero
todavía no estoy seguro…
Lo interrumpió una fuerte
sacudida de su transporte. Por unos instantes dejaron de hacer ruido los
motores y los tripulantes sintieron claramente como iban inclinándose hacia
abajo. El piloto ajustó rápidamente distintos comandos de su cabina. Conforme
pasaba el tiempo, Dereck se fue preparando para saltar y agarrar el paracaídas
que colgaba en el costado de su izquierda. A último minuto los propulsores
recobraron su potencia y el vehículo se estabilizó.
“Caballeros, lamento el episodio.
El corto circuito se debió a la tormenta electromagnética. Perdimos contacto
con la base, pero no tardaremos en llegar. Disfruten el viaje”. Se escuchó
decir al piloto desde un pequeño altavoz ubicado en el techo del vehículo.
-En fin, según creo- retomó
Dereck- su idea es la de cortar de raíz “el ciclo del sufrimiento humano” en
lugar de perpetuarlo, pues lo que hacemos, según ellos, no es más que retrazar
nuestro paso hacia el paraíso… es muy básico, lo sé, pero por algo se empieza.
-Estamos contra el tiempo, eso no
es una excusa. Nosotros aún no podemos cazar a ese truhán, y la base marciana
sigue con sus atrasos. A este paso no llegaremos ni a ver la luz del alba.
Se refería a lo que le comentaba
hace unos minutos. En cuanto se subieron al vehículo, hace unas horas, que Eric
rompió el hielo hablándole sobre el aumento del PIB destinado a la exploración
espacial, de treinta y seis a treinta y nueve por cierto anunciado por el
gobierno. Pasando por las rivalidades entre el programa Orion y el Constelation, y el papel de agencias privadas que
aumentaban su participación con la eliminación de impuestos y reglamentaciones,
entre otros incentivos que daba el gobierno. Eric era un ingeniero recién
graduado, y un fiel colaborador de la Alianza China-Rusa -Americana
por la supervivencia. Durante un largo rato Dereck debió aguantar la larga
labia de su compañero de viaje, que le reiteraba desde proyectos y cifras hasta
las mismas noticias que había escuchado en la mañana sobre la compleja
infraestructura desarrollada en la luna y el retraso en la instalación de la
base marciana. Quizás porque detectó su disconformidad, o simplemente porque se
replegó en sus intenciones comunicativas dado lo poco fluido del diálogo, Eric
terminó por guardar silencio y realizar unas llamadas por celular el resto del
viaje mientras Dereck sacaba su tablet y
leía.
El vehículo arribó y se posó
suavemente sobre la plataforma de aterrizaje del cuartel de la agencia en la
frontera de Turquía con Rusia. La diferencia de temperatura era considerable. El
clima era frío y seco, y en torno a ellos se extendía una red de montañas
interrumpida sólo por el edificio norteamericano y la pista de aterrizaje. Mientras
descendían, Eric continuó con sus preguntas.
-¿Y todo esto cómo se conecta con
Satnam? ¿Qué es lo que sabemos de él?
-No mucho, sólo fecha de
nacimiento, la ciudad donde nació, que creció en la pobreza y que estudió con
una beca del Estado por sus sobresalientes notas. Luego partió a Inglaterra.
Pero no hay evidencia de que haya visitado ese templo, tampoco sabemos dónde ni
cómo exactamente entabló contacto con Praxis.
Adentro del recinto los esperaba
el ambiente de siempre: computadoras, militares y expertos en informática
descifrando y recolectando información para las misiones desde sus estaciones
de trabajo o mapas topográficos proyectados en hologramas e imágenes
tridimensionales interactivas o touch.
No tardó en acercársele un joven
a Dereck, quien lo condujo hacia cierta proyección que mostraba el templo que
buscaban, mientras Eric comenzó a asesorar a ciertos técnicos en un asunto
sobre la red de radares.
-Pusimos vigilancia satelital
especial sobre las coordenadas que nos dio como lo solicitó, señor- prosiguió
el joven, de contextura delgada, castaño y con el uniforme castrense de colores
beige y marrón.
-En los últimos tres meses el
templo ha sido visitado por diez lugareños, dos de los cuales parecen haber
hecho una especie de peregrinación desde un ex aeródromo en Kazajstán donde
trabajan como obreros.
-¿Ex aeródromo? Cuéntame más de
ese lugar- dijo Dereck.
-Actualmente es un almacén en
manos de un privado, un tal Adrian Veidt, que arrienda el lugar para el
almacenamiento de containers y
tanques de combustible de cohetes a los chinos y los rusos.
-¿Y los demás visitantes?
-Son campesinos, no se mueven más
allá de la frontera.
-¿Qué sabemos sobre Veidt?
-Nada, señor.
-Averigua todo lo que puedas sobre
él, puede ser un alias.
-Sí, señor.
Una vez que se fue el joven,
Dereck conectó su tablet a una
pantalla 3D donde trabajó procesando ciertos datos. Largos créditos de números
y coordenadas fueron desfilando ante su atenta mirada, los cuales paralizaba a
ratos para seleccionar cifras.
Junto a él se encontraba una
funcionaria de rasgos asiáticos en su estación de trabajo que le comentó:
-Fue difícil encontrar un satélite
disponible para lo que nos pediste, sabes. Son pocos los satélites operativos
que quedan con esto de las tormentas solares, y dirigirlo a un punto perdido en
la jungla causó más de una reticencia entre los directivos.
-Sé lo que hago, tengo una corazonada-
dijo sin apartar la vista de sus números.
La mujer le dedicó unos vistazos
a su vecino de estación. Su aspecto era un tanto demacrado, las ojeras y la
arrugada camisa daban cuenta de alguien que había estado muy ocupado en el
último tiempo, no obstante conservaba ese encanto de hombre cuarentón que
siempre le llamó la atención del agente de la CIA cada vez que tenía la oportunidad de verlo.
-Si no fuera por este libro,
nunca lo hubiéramos encontrado. Por más que rastreamos no hay otra fuente de información
de ese templo ¿de dónde lo sacaste?
- …Era de un amigo- contestó con
cierta pesadumbre.
Con un gesto que oscilaba entre
la compasión y el interés, le extendió al norteamericano el grueso volumen.
-Supongo que es a ti a quien debo
devolvérselo, ya escaneamos toda la información útil.
-Te lo agradezco, Sarah.
No tardó en comprender que su
interlocutor no era un hombre dado a las conversaciones, de modo que optó por
cambiar de estrategia y ser más directa.
-Oye, Dereck, te parece que
después vayamos por un café. Se nota que te hace falta un respiro.
-Lo siento, querida. Hoy no tengo
tiempo- fue su seca respuesta.
Sin cambiar su semblante,
continuó trabajando. Estaba muy ansioso por leer un informe que le prometió
Martin que daba más pistas sobre el caso de Satnam, de modo que no estaba de
humor para distracciones. Comenzó a descargar el archivo desde la cerrada red
de inteligencia militar, sin embargo comprendió a los primeros segundos que
demoraría (la conectividad era mala dadas las tormentas solares). Un tanto
bloqueado, y tomando en cuenta el concejo de Sarah, se dirigió a la terraza con
la intención de fumar un cigarrillo mientras se descargaba el confidencial
documento. Prefirió ir sólo, pues sabía que no contaba con más de cinco minutos,
sin mencionar que no era un individuo muy dado a las relaciones sociales. Su
experiencia lo había forjado como un hombre duro y distante.
No obstante, la bocanada de aire
fresco que lo recibió afuera lo hizo cerrar los ojos unos instantes antes de
prender el encendedor. En esa parte del mundo el aire aún estaba un poco
despejado. El aire, el silencio, el espacio abierto, y esa sensación de
naturalidad, de desconexión con la locura de los problemas que lo esperaban en
la civilización, le dieron una leve sensación de paz a la que no estaba
acostumbrado. Siguió con los ojos cerrados un rato y trató de recordar un
instante mejor; cuando estaba con su mujer, cuando bromeaban sobre la
posibilidad de tener hijos. Incluso antes, cuando aún vivían sus padres, cuando
era tan joven que nada de esto pasaba todavía. Cuando uno podía levantarse en
la mañana sin estar preocupado por lo que tenía que hacer en pos de la
humanidad. Dentro de él brotó el ingenuo pensamiento de que al abrir los ojos
volvería a cualquiera de esos momentos que le traían paz. Pero no fue así, al
mirar hacia el cielo encontró una imagen muy familiar, y que se resaltaba aún
más al ser la hora del crepúsculo: era el eterno sol rojo. Un ojo intimidante
que a Dereck le causaba aversión cada vez que lo veía. Para Dereck, la
presencia del amenazante astro sobre sus cabezas no hacía más que recordarles,
a él y a todas las demás personas, de forma permanente que no les quedaba mucho
tiempo. Además de esa mañana, hace mucho tiempo, cuando su padre le dijo que
iría junto con su madre a Toronto unos días por negocios. Una despedida casi
automática que sin saberlo sería la última que le diera a sus padres. Una vieja
sensación, mezcla de culpa y tristeza, brotó de su pecho y le revolvió el
estómago.
Suspiró y con nostálgicos
recuerdos en mente, trató de olvidarlo todo, despejar su cabeza y luego dijo
para sí:
-Ay, Ray. Maldito hijo de puta.
Apagó el cigarrillo con la punta del zapato. Reunió ánimos y
nuevamente entró al complejo, donde el joven uniformado fue el primero en
acercársele, tablet en mano.
-Señor, esto es todo lo que hay
de Adrian Veidt. Maneja el almacén que le mencioné y una mina de diamantes en
África, por lo demás no hay registros de él anteriores al 2031.
-Hace sólo tres años… caballeros,
ya sabemos a dónde ir- exclamó a los demás agentes de la base.
-Y otra cosa, señor. Brezshnev
está en línea, quiere hablar con usted.
-Ah, maldita sea, qué quiere
ahora.
En una de las pantallas
principales lo esperaba la imagen del poderoso y enfurecido funcionario.
-“¡Dereck! ¡Me quiere explicar
porqué ha estado perdiendo el tiempo con informes de arqueología!”
-No he estado perdiendo el
tiempo, señor- contestó con toda la paciencia que pudo reunir-. He estado
averiguando sobre la ideología de nuestro enemigo. Ya sabe el dicho, para ganar
una batalla primero hay que conocer bien al enemigo.
-“Ya sabemos todo lo que hay que
saber ¡son terroristas, su única religión es matar! Lo que no me cabe en la
cabeza es que usted, el agente Martin, y el resto del personal bajo su cargo hayan
gastado los últimos tres meses en estudiar a un puñado de chinos inútiles”.
“¡En mis manos tengo un informe,
redactado por el agente Martin, en el que se muestra detalladamente que usted invirtió
el tiempo y los recursos de la agencia a su disposición de todo el último mes
en eso!” Exclamó blandiendo en una mano las setenta y cinco hojas de informe,
unidas sólo por un clip, escritas por Martin y dirigidas a su colega.
Desconcertado, Dereck dio un vistazo a su tablet: la descarga del documento iba
en noventa y cinco por cierto, y no obstante este tipo ya la tenía en sus
manos, y la trataba de basura.
-Mire, Brezshnev, usted no
entiende. No basta con investigar y elucubrar sobre el arma que están diseñando
estos terroristas. Si este tipo puede desarrollar algo así, no creo que sea
porque es un científico loco de caricatura, debe tener sus razones, y eso nos
dará una buena pista sobre lo que estamos enfrentando.
-“¡Pero esa arma la puede
utilizar en cualquier momento mientras usted se las da de psiquiatra! Mire,
Dereck. Sé que ha hecho su mejor esfuerzo, pero
me veo en la obligación de reasignarlo de cargo. El tiempo apremia y en
el consejo hemos decidido reorientar la estrategia y recursos de esta misión.”
Fue la gota que rebalsó el baso.
Ya intuía que algo así podía pasar, dadas las trabas que le habían puesto desde
arriba en el último tiempo, y él no se quedó callado:
-¡Es mi trabajo lo que estoy
haciendo! No me diga que he perdido el tiempo, no hecho más que trabajar para
su estúpida misión en los últimos tres meses, de las últimas cincuenta horas
sólo he dormido cuatro. Me niego a que me destine a un escritorio ahora.
Acabamos de descubrir algo importante, y voy ha llegar hasta el fondo de esto. Creo
que piensan lanzar el cohete desde un punto en Asia. En cuanto tenga más
información se lo comunicaré. Buenas tardes, señor- concluyó con toda la ironía
que pudo imprimir en su voz.
Presionó con brusquedad el botón
que cortaba la comunicación. Tras de él varias personas, entre ellas Eric, el
joven uniformado y Sarah aún lo observaban por la escena hecha. Él no les
prestó atención. Mientras, al otro lado de la línea, Brezshnev apagó el
transmisor al darse cuenta que el audio estaba cortado. En cuanto desapareció
el último ápice de estática que delineaba la silueta del agente en la pantalla,
dio un suspiro y se dirigió a Orwell.
-Si Dereck tiene razón, y piensan
lanzarlo desde alguna parte en Asia, tendríamos un espectáculo visible en buena
parte del mundo.
-No se preocupe, jefe. Acabo de
hablar con los científicos de la
Universidad de Tel Alviv-afirmó Orwell-, ya toda la red de
satélites y bombarderos de largo alcance están perfecta y secretamente
sincronizados. El escudo antimisiles es, según dicen, impenetrable. Todavía no
se ha probado, pero están confiados, y cuando llegue el proyectil, no sólo será
una satisfactoria prueba de fuego, sino que también un símbolo claro de la
inviolabilidad de la Luna.
-Tú no entiendes, en lo que se
refiere a símbolos la gente interpreta lo que quiere. Una explosión en el cielo
lo verían como señal de amenaza y de inseguridad.
-El escudo es prácticamente
infalible, señor. Sus circuitos están hechos con materiales súper conductores,
de modo que su capacidad de reacción es de milésimas de segundo. Neutralizará
cualquier proyectil que se asome a la Luna.
Si viene desde una estación espacial, la probabilidad de
detenerlo es del setenta y cinco por cierto. Si viene desde la tierra, la
probabilidad aumenta a cien por ciento.
-Ahí está el problema, Owell. Ese
misil, bomba, o lo que sea no debe ser visto por nadie, y no debe explotar ni
en la Luna , ni
el espacio, ni en ningún otro lado. Praxis no es la única organización
terrorista en el mundo. Hay más, y si se llega a saber que un arma de esta
magnitud fue desarrollada, y detonada, eso será señal suficiente para ellos.
Señal de debilidad, y una motivación mayor para seguir con sus atentados. Si lo
de Canadá en 2012 fue el símbolo que dio inicio a la era de la Alianza por la
supervivencia, esto se convertiría en un símbolo de subversión.
Orwell intuía hacia donde
apuntaba la verdadera preocupación de su jefe. Sólo atinó a preguntar:
-… ¿Ellos también lo saben,
señor?
-… Esperemos que no. Ni ellos, ni
Dereck.
****
Aún no era mediodía, y el cielo
kajano se encontraba cubierto de nubes. Sobre la tierra no se veía más que
terreno baldío y una carretera que lo atravesaba con una bifurcación que daba
hacia una inconmensurable pista de aterrizaje, con distintos y aislados
galpones en su superficie.
La carretera, y un galpón en
particular, al centro del recinto y con una forma más agrandada, ocupaban la
visión de Richard Dereck, quien se encontraba parapetado tras una zanja natural
con sus prismáticos electrónicos. Él y otros siete agentes especiales se encontraban
ocultos, entre arbustos y dentro de chatarra de cohetes sobre la pista de
asfalto, vigilando las actividades del supuesto almacén.
Hasta donde sabía el complejo era
actualmente un almacén donde Rusia depositaba recursos y materiales para sus
cohetes. Si las sospechas del agente eran ciertas, de alguna forma el
terrorista Satnam se las había arreglado para controlar el aeródromo y
construir con el material que almacenaba su misil, a espaldas de las
autoridades rusas.
La monotonía y silencio de la
carretera fue interrumpida por un camión de carga que el agente Dereck rastreó
desde ciento cincuenta metros de donde se encontraba. Siguiendo el movimiento
del vehículo con sus prismáticos, tal como esperaba, se dirigió al aeródromo.
Una vez que los guardias dieron la autorización, cruzó las rejas hasta el
galpón principal.
Su concentración se vio
interrumpida por una difusa señal que llegaba al aparato intercomunicador
ubicado en su oreja.
Ajustando un poco la señal, la
estática dio paso a una voz familiar.
-Martin, veo que sigues ahí.
-Como siempre, camarada. Supe lo
que pasó en la base de Turquía. Te informo que cuelgas de un hilo muy delgado, amigo.
Más vale que descubras algo.
-Lo haré, note preocupes. Por
cierto, tenías razón.
-Por supuesto que la tenía… ¿en
qué si se puede saber?- bromeó Martin.
-Sobre Brezshnev, él y los demás
miembros del directorio, nos están ocultando algo. Es raro que se opongan tanto
a esta operación… así que, ¿No te dieron tu día libre, Martin?
-No, y todo indica que tampoco
podré tomarme mis vacaciones, ni este año, ni el que sigue… de todas formas, no
tendría a donde ir. ¿Te acuerdas de esa cabaña en las montañas rocallosas?
-Como olvidarla, me atrevería a
decir que el lugar más precioso de América.
-Lo era, al menos. Hablé con el
cuidador, hay alerta ambiental, y el bosque ya casi no existe, por culpa de la
industria que se instaló allí. Ya sabes que desde que desde que perdió sentido
el cuidar el planeta que las normas ambientales se han ido al demonio y las
industrias más contaminantes se han hecho multimillonarias.
-Una verdadera lástima… ¿qué dijo
tu hijo?
-Ese niño, lo tuvimos que cambiar
de escuela. Vieras tú los problemas que ha dado, más tarde te contaré.
Detectando la angustia en su voz,
Dereck optó por cambiar el tema.
-Escucha, comunica a la central
que hasta ahora sólo ha ingresado un vehículo, sin más novedades. Se los diría
yo mismo, pero tengo problemas para contactarme directamente con ellos.
-Entendido, amigo.
Cortada la comunicación, intentó
dirigirse a los demás agentes repartidos en el territorio. Las dificultades en
las comunicaciones lo atribuyó a las tormentas electromagnéticas que
interferían las señales. Insistió y buscó un canal disponible.
“Bravo uno, aquí Bravo cinco ¿me
copia?... Bravo siete, aquí Bravo cinco ¿puede escucharme?... aló ¿Bravo tres?”
Los binoculares comenzaron a dar
problemas también, hasta progresivamente deformar la imagen con toda la
estática que surgió.
-Carajo ¿ahora qué?
Los soltó y llevó sus manos al
equipo transmisor en los bolsillos pectorales de su traje de espionaje. Enredado
con pequeños botones, no tardó en comprobar que todas las señales estaban
bloqueadas. Casi al mismo tiempo percibió unos pasos acercarse tras él. Al
voltearse, lo único que alcanzó a distinguir fue a una pala dirigirse en picada
sobre su cráneo, tumbándolo contra el piso.
Sus atacantes (por lo menos tres,
por los pies que logró contar) se dieron cuenta que el golpe no lo había dejado
inconsciente, de forma que inmediatamente se lanzaron a patearlo y zarandearlo.
La golpiza fue suficiente para
dejar knock out a Dereck unos
minutos. Cuando recuperó la consciencia, apreció con una visión un tanto
borrosa que estaba siendo arrastrado por un piso de cemento por dos hombres que
lo sujetaban del cuello de la camisa. Había sido entrenado para resistir el
dolor, y también para desarrollar una memoria fotográfica, cualidades que debía
poner práctica en ese instante mientras sus captores seguían pensando que
estaba atontado por los golpes. Dedujo que se encontraba en el interior del
aeródromo principal, de modo que con toda la lucidez que pudo reunir, intentó
capturar todas las señales sensoriales que pudiera al tener la visión limitada
al piso.
Si por fuera todo era quietud y
un aparente abandono, por dentro las instalaciones bullían de actividad. Individuos
de diversas etnias, todos con un semblante serio, pero decidido, algunos
armados y otros con facha de obreros, se movían de un lado a otro preparando
todo para el lanzamiento. Dereck al levantar un poco la frente pudo distinguir
una gran mescolanza de computadoras antiguas, del siglo pasado, con
equipamientos nuevos. Todo en un caos aparentemente coordinado. La ruinosidad y
antigüedad de la mayoría del equipamiento contrastaba con lo que había al
centro del complejo: allí estaba la famosa obra maestra de su anfitrión.
Veintitrés metros de longitud, diámetro de dos metros, dos cohetes más pequeños
en su base, y una coraza dorada, a primera vista de una sola pieza, que relucía
con la poca luz que se filtraba por los tragaluces.
Obviamente Satnam quería dotar de
un toque de divinidad a su proyecto, idea que reforzó Dereck una vez que los
guardias lo soltaron en un cuarto oscuro a un costado del recinto. Su mentón
golpeó fuerte contra el piso en cuanto dejaron de sujetarlo por la nuca.
Cerraron unas cortinas tras de sí, que eran lo único que separaba al mundo
tecnologizado de allá afuera, con ese pequeño cuarto, iluminado por velas, de
paredes revestidas de cortinas y en la pared opuesta a la entrada una estatua
de Shiva, con pequeñas velas de un par de centímetros en tres de sus brazos.
Delante de la estatua, Dereck distinguió una silueta. Aún un tanto aturdido,
demoró unos instantes en enfocarla y deducir que se trataba de una persona a
espaldas de él y sentada con las piernas cruzadas.
La atmósfera era pesada, y estaba
imbuida de un extraño olor que Dereck no pudo identificar. Mareado y a punto de
volver a quedar inconsciente, la silueta irrumpió el silencio:
-¿Tienes idea de dónde estas?
La voz era profunda y hablaba un
inglés con un acento neutro. Sonaba lo suficientemente amena para demandar una
respuesta más o menos inteligente.
-Supongo… que en tu mini capilla.
-Te equivocas. No es mío este
lugar, es de todos los presentes, sin importar la religión.
Hizo una pausa para extraer unas
nueces de un canasto a su izquierda.
-La estatua es sólo una
representación, tienes que ver más allá del ídolo y saborear el concepto
detrás. Destruir para crear, crear para destruir… destruir para liberar.
Mientras hablaba, el apaleado
agente intentó acomodarse, pero en la posición en que estaba y con las manos
inutilizadas no pudo hacer más que retorcerse inútilmente en el piso. Lo único
que consiguió fue desviar su campo visual hacia la pared derecha. En lugar de
cortinas se entreveían unos borrosos grafittis en un idioma ininteligible, no
obstante, Dereck distinguió algunas frases en inglés como “Apocalipsis” y “Nirvana now”.
-Mis manos están atadas.
-Siempre lo han estado… -la
silueta, con la luz entrecortando su figura, volteo la vista hacia su derecha-
en ese mural escribimos nuestros testimonios. Lo que sentimos, lo que sabemos.
El hombre se incorporó. Dereck
calculó su estatura en más de un metro ochenta. La iluminación era poca, pero
pudo apreciar que se trataba de un individuo delgado, aunque fornido, de ropas
delgadas y sedosas. En su mano derecha llevaba un cuchillo, y en la izquierda
otro objeto un poco más pequeño que no pudo reconocer.
Se le acercó pausadamente. Dereck
temía lo peor. Lo agarró por lo hombros, lo puso boca abajo, y con el cuchillo
cortó sus ataduras.
-Está abierto para que
cualquiera… deje el suyo- afirmó ofreciéndole un plumón de pizarra.
Miró al hindú con evidente
recelo, luego de unos instantes de reticencia le aceptó el plumón y lo dejó que
lo ayudara a levantarse. Satnam retrocedió unos pasos en cuanto Dereck estuvo
de pie ante el muro.
Pasados unos segundos sin saber
qué hacer, el americano volteó la cabeza a su interlocutor.
-Por favor, insisto. Lo primero
que se le ocurra- se apresuró a decir Satnam.
Dereck suspiró y con el pulso
titubeante garabateó en la pared: “Que toda esta mierda se acabe”. Satnam se
acercó y movió afirmativamente la cabeza.
-Muy bien. Me imagino que usted
no desearía estar aquí.
-Es mi trabajo, qué quiere que
haga- contestó secamente su visitante.
-Siempre podemos elegir.
-¿Puedo elegir irme de aquí,
entonces?
-Me temo que eso tendrá que
esperar un poco… acompáñeme.
El hindú lo condujo afuera de la
habitación. En cuanto Dereck puso un pie afuera dos gorilas armados se
aprestaron a cada lado suyo. Ya con más luz pudo apreciar que Satnam tenía una
larga y canosa cabellera, distinto al pelo intensamente negro que Dereck
recordara de las fotografías de la
NASA ; un rostro bien afeitado y unas gruesas cejas. Uno de
sus hombres le acercó un viejo sobretodo, con manchas de aceite y lápices en
los bolsillos, que se puso sobre su camisa y pantalones de delgadas telas.
-Hace frío en estas partes de
Asia, verdad- comentó.
Posteriormente, un hombre anglosajón
se le acercó y le contó en una lengua que Dereck no pudo identificar algo que
el respondió dándole órdenes al mensajero y otros dos individuos en la misma
lengua, los cuales inmediatamente partieron a acatar las instrucciones. Luego
se dirigió a su rehén.
-Respecto a usted, tendrá que
esperar en la bodega mientras terminamos de solucionar este problema.
Una mirada a los gorilas bastó
para que estos se llevaran a Dereck a donde había indicado su líder.
Fue arrojado con la misma
brusquedad con la que fue arrastrado por el patio al interior de un cuarto
oscuro. Escuchó el sonido de un suich
que iluminó el cuarto tenuemente, seguido de un portazo metálico. Sumido en el
silencio, limpió la sangre de su rostro con sus mangas. Tanteó las extremidades
más adoloridas. Por lo visto ninguna fractura. Le habían quitado todo su
equipo, sus bolsillos estaban vacíos, y el chaleco había desaparecido. Reunió
fuerzas para, a duras penas, ponerse de pie, y vislumbrar su actual entorno.
Durante un par de horas, el
secuestrado agente norteamericano aguardó en la bodega, de diez metros de largo
por siete de ancho, e iluminada por una pequeña, pero poderosa bombilla a dos
metros del piso. En su interior no había más que cajas de madera muy bien
selladas, y miles de papeles en chino y francés que, como dedujo Dereck por el
formato, se trataban de facturas de equipos muy costosos. Recorrió
meticulosamente el lugar, con una ligera cojera en la pierna derecha. Por más
que lo intentó no encontró una salida, salvo, eso sí, al menos dos cámaras
camufladas. No cabía duda de que lo debían estar viendo, pero lo que lo
inquietaba aún más era si el resto de los comandos de la misión corrían la
misma suerte que él.
La única salida era la puerta de
metal por la que lo hicieron entrar, y claramente no sería fácil salir por ahí,
seguramente los mismos gorilas seguían haciendo guardia tras ésta. Otra cosa
que descubrió fue una puerta camuflada en la pared opuesta, no obstante no
tardó en descubrir que sólo se abría por fuera. De modo que optó por matar el
tiempo revolviendo entre los papeles. Tenía la esperanza de encontrar algún
equipo de primeros auxilios para sanar sus heridas.
Sólo localizó una caja vacía,
cuyo contenido, para su sorpresa, eran dibujos de niños y artículos escolares.
Pensó en la posibilidad de que tuviera hijos alguno de los terroristas, incluso
el mismo Satnam, aunque eso no saliera en ninguna investigación. Esto le
corroboraba algo que en la agencia no quería reconocer: estas personas si
tenían alma.
Dos objetos llamaron
poderosamente su atención: un viejo libro de ciencias de tercer grado. Tan antiguo
que aún incluía a Mercurio y Plutón entre los planetas del sistema solar. Otro
era más reciente: un dibujo hecho con crayones que mostraba burda, pero
claramente, a muchas personas (caricaturas de cinco trazos cada una) tomadas de
la mano, y un sol enorme y rojo tras ellas. Detrás del papel se leía: “Día de
los mártires de Québec” y como bajada “hoy recordamos a todas las víctimas de
la tragedia de Canadá”. Fechado a fines de diciembre del año antepasado. Eso le
permitía inferir dos cosas: quien quiera que fuera dueño de la caja, era poco
probable que tuviera dos hijos con tanta diferencia de edad, así que lo más
seguro fuera que le gustara guardar cosas viejas, al parecer con cierto valor
sentimental. No era mucho, pero era un avance que daba más cuenta de humanidad
entre quienes fraguaban la aniquilación de la humanidad.
El dibujo terminó apoderándose de
sus cavilaciones. Era bastante irónico, las personas sonrientes parecían
felices, pero transmitían una alegría triste y falsa ante la presencia del enorme
sol tras ellos y lo que éste significó. Por un segundo, Dereck se imaginó las
risas de esos niños jugando, hasta que miraron hacia el cielo y vieron lo que
se les venía encima. “Roza lo macabro” pensó.
-Conmovedor ¿no?- escuchó a alguien decir.
Tras él se encontraba el
científico hindú. Había entrado por la puerta camuflada, lo que le pareció
curioso a Dereck fue que emitiera tan poco ruido, de forma que no lo sintió
entrar.
-Ese niño era un potencial
Picaso. Lástima que un Picaso ya no tiene cabida en este mundo- Satnam comenzó
a pasearse tranquilamente por el lugar, parecía tener todo el tiempo del
mundo-… Aún recuerdo cuando comenzó todo esto. Fue a fines de 2012 ¿recuerdas?
En ese entonces yo me encontraba iniciando mi doctorado en Londres. El clima
que se respiraba, en laboratorios, y en las calles era de tranquilidad, hasta
que un día prendí la tele y vi la noticia. El principio del fin… la primera
gran tormenta solar. Una enorme eyección de masa coronal que acabó con la vida
de millones de personas en Canadá y Alaska. Además de desintegrar casi por
completo el planeta Mercurio. La aurora boreal más grande de todos los tiempos…
y el inicio de la política mundial de la supervivencia.
“El pronóstico de los astrónomos
fue claro: en treinta años vendría una segunda llamarada, que destruiría a
Venus y la Tierra. Desde
entonces que todos nuestros esfuerzos están enfocados en los programas
espaciales y la colonización de Marte. Ya han pasado veinte años desde eso, y
el mundo se cae a pedazos, harto de un suspenso que no da para más…”
Estudió a su anfitrión con
cuidado. A lo largo de sus palabras demostró una lucidez y cordura
reconocibles, quizás un poco excéntrico, pero no más que otros genios. Dereck
prefirió dejarlo hablar hasta estar bien seguro de que se trataba de un
individuo estable.
-¿Qué ocurrió con el resto de mis
hombres?- fue lo primero que le preguntó.
-Están bien, no se preocupe.
Están en otra bodega. Es virtualmente imposible que escapen.
-¿Los siete en el mismo lugar? ¿Por
qué a mí me tiene apartado?
-Es una buena pregunta- contestó
con una sonrisa en el rostro- porque usted es distinto a ellos. Hasta ahora ha
sido el único que se atrevió a investigar un poco más. Guiarse por el León
Verde fue bastante astuto.
-¿Cómo sabe que…?
-Digamos que tengo amigos en todas
partes.
Dicho esto, agarró una larga
llave con la que hizo palanca para abrir una caja. Escarbó dentro de ella y
extrajo un modelo a escala de una nave espacial con la bandera norteamericana.
-Ve esto, es el Odisea IV, actualmente se encuentra viajando a Marte para fundar la
primera colonia en el planeta rojo. Una maravilla de la tecnología.
Súperconductores antigravedad, propulsor termonuclear, reactor de fusión de
helio-3, como diría la propaganda de la Alianza , “cosas impensadas hace sólo dos décadas”
igual que el auto volador en que usted llegó a este país.
Quería que supiera que lo estaba
vigilando, o simplemente buscaba presumir. Dereck mantuvo una expresión neutra,
pero atenta todo el tiempo.
-La tecnología ya estaba hace tiempo,
pero eran otras las prioridades de los gobiernos y las economías antes…
-¿A dónde quiere llegar? Todavía
no me dice porqué estoy aquí- interrumpió Dereck.
-Paciencia. Verá, yo sé que usted
es un hombre razonable, y es capaz de comprender lo que de verdad estamos
haciendo aquí. Lo que voy a contarle le costará creerlo, incluso puede que me
tache de mentiroso, o de loco.
Hizo una pausa que aprovechó para
escrutar con la mirada al agente, que se mantenía impávido y de expresión
escéptica.
-Claro que será difícil dado que
empezamos con el pie izquierdo. Disculpe a mis hombres, pero usted sabe que no
podemos cometer errores. Por lo visto usted es un hombre resistente. Supongo
que querrá comer algo para reponer fuerzas.
Le entregó el modelo a escala en sus
manos y dio medio vuelta en dirección a la puerta oculta.
-Mis hombres lo acompañarán.
Conserve el modelo- La puerta hizo un leve sonido electrónico, y tan rápido
como se abrió, se cerró, desapareciendo Satnam tras ella. Instantes después se
abrió la entrada principal, donde asomaron los guardias que lo condujeron
afuera de la bodega.
Lo hicieron descender hasta un
túnel donde había un sistema de rieles con carros de minería. A bordo de este
los tres se transportaron hasta el siguiente galpón. En el trayecto Dereck
meditó que esta red debía conectar todos los galpones, y estar recubierta de
alguna aleación que evitara la detección por radar, pues no figuraba en ninguno
de los fotogramas tomados por los satélites. Tampoco estaban en los planos que
les proporcionaran los rusos, por lo que debían de ser de construcción
reciente.
Una vez que llegaron, subieron a
una amplia habitación con dos largas mesas de madera. Al parecer era el casino
del lugar, había media docena de hombres comiendo a lo largo de la mesa. Los
guardias que lo escoltaron lo hicieron sentarse en un extremo de esta y le
sirvieron un plato con un curioso engrudo distinto al que Dereck había probado
antes. Aún con el modelo a escala en sus manos, lo puso a un lado, y contempló
con cierto recelo el plato. Comió pausadamente y con cierta duda, ante el temor
de que tuviera alguna clase de droga. Mientras lo hacía, el hombre de aspecto
anglosajón llegó con una vieja radio que ubicó al centro de la mesa. Se sentó
con los demás comensales y sintonizó una estación de noticias en inglés. Varios
se acercaron al aparato para escuchar mejor. Dereck tomó nota mental de eso:
habían más hombres en el recinto que hablaban inglés.
La emisora resultó ser una de las
independientes. La locutora leyó algunas cifras estremecedoras: más del setenta
por ciento de la población del planeta estaba bajo el umbral de la pobreza, los
desempleados llegaban a un cuarto de la población, y los suicidios alcanzaban
ya los noventa millones al año en todo el mundo. En el ámbito ambiental, uno
que hace mucho había pasado a segundo plano, el hoyo en la capa de ozono sobre
el polo norte seguía creciendo exponencialmente, y de hielo ya no quedaba casi
nada. Ni hablar de los estragos generados por el cambio climático.
Los radioescuchas de la mesa
parecían estar comentando entre sí lo que oían, no obstante susurraban muy bajo
como para que Dereck alcanzara a distinguir palabra alguna. El hombre
anglosajón se dio cuenta que el agente intentaba espiar su conversación, de
modo que respondió su vistazo con una inquisidora y amenazante mirada. Bajó la vista y se dedicó a terminar su plato.
Luego, aún con los guardias vigilándolo a cada lado, tomó la nave y se puso a
apreciar sus detalles.
En eso estaba cuando volvió a
aparecer Satnam. Esta vez lucía más cansado que la última vez.
-Siento la demora. Pero debe
entender que en este minuto estamos en una fase crítica de nuestra operación, y
no me puedo desconectar mucho tiempo de nuestras faenas.
-¿Ya tienen listo su cohete?-
preguntó Dereck.
-En eso estamos. Es en verdad un
trabajo de relojería, usted ni se imagina. Entonces, dónde nos quedamos la
última vez… Veo que estaba observando la nave que le di.
-Es súper detallado este modelo-
afirmó, decidido a seguirle el juego e intentar hacer de ese un diálogo ameno-
Y la de verdad también es una maravilla, la vi en las noticias el otro día.
-Gracias, yo mismo ayudé a
diseñarla.
A partir de ese punto, Dereck
apreció que la voz de Satnam adquirió el mismo tono nostálgico que tomó hace
una hora en la bodega. Sin dejarse impresionar por la inteligencia de su
captor, le prestó atención a lo que tenía que decirle.
-Como todos los hombres de
ciencia, me sumé a la cruzada. Enfoqué años de mi vida en la investigación y el
desarrollo de nuevas naves, nuevos cohetes, nuevas formas de propulsión… creí
que hacía lo correcto. Usaba mi inteligencia y mis esfuerzos en lo único que
valía la pena en ese minuto. Hasta que un día descubrí la verdad.
Hizo una pausa que aprovechó para
sacar un pequeño emisor holográfico, de esos del tamaño de la base de una vela
y que funcionaba con voz, pero Satnam sólo presionó un pequeño botón físico en
su base, y luego continuó trabajándolo con los comandos tridimensionales.
-Como le he dicho, tengo amigos
en todas partes. Muchos de ellos en observatorios astronómicos. La ciencia es
un rubro donde finalmente todos terminamos en contacto, en especial en estos
tiempos… ¿cuánto se supone que le queda al planeta tierra? ¿Diez años?
-Once años y seis meses, según el
último reporte astronómico- contestó.
-Claro, dentro de once años se
acabará la tierra.
La pequeña proyección de botones
holográficos dio paso a una proyección del sistema solar de medio metro de
largo.
-Este es nuestro sol en la
actualidad.
La imagen del Sol se amplió,
acaparando buena parte de la proyección la estrella roja, con distintos
gráficos y cifras.
-Los astrónomos dicen que es un
ciclo de tormentas solares por lo que está atravesando, común dentro de la vida
de una estrella. No obstante, aspectos como la temperatura, el calor, y la
rotación de la estrella no calzan con dicho diagnóstico. No lo aburriré con las
cifras, sólo le diré que sí encajan con otro fenómeno muy familiar para la
astronomía.
El hindú presionó un pequeño
botón en el borde inferior del marco holográfico. Al hacerlo, se abrió una
ventana en el escritorio virtual que mostraba un pequeño video de seis segundos
de duración. Se trataba de una enorme explosión en medio del espacio, y abajo,
con letras mayúsculas, la palabra “SUPERNOVA”.
-¿Una supernova?- inquirió Dereck.
-Correcto, en algo no les han
mentido. Sí, el sol dio todo un giro en su actividad que ningún astrónomo pudo
anticipar. Un giro fatal, y alcanzará al planeta Tierra en once años más. Sólo
que llegará más allá de donde le han dicho a la gente. A Marte, y luego al
resto de los planetas del sistema solar, tragándolo todo a su paso.
Dereck entendió que el científico
hablaba en serio. Aún con dudas sobre si creerle del todo o no, preguntó:
-Entonces… ¿nos han mentido todo
este tiempo?
-Correcto.
-No lo entiendo, ¿con qué objeto?
Si todos vamos a morir, qué sentido tiene engañar a la gente con otra historia.
-Tiene mucho sentido. Con la
historia de una tormenta solar, la gente aún tiene esperanza de sobrevivir en
el planeta Marte. En cambio, si les decimos que hay una súpernova, todo se va
al demonio.
-Pero y todos los esfuerzos
dedicados a la investigación y conquista de…
-Patrañas, si fijaron como meta a
Marte es porque saben que no es posible viajar afuera del sistema solar, que
sería la verdadera solución, con la tecnología actual. Al menos no a tiempo. Lo
que sí, esto tiene un doble propósito: el primero, es el que le expliqué,
relacionado con la psicología de masas. Tenemos tres décadas antes del fin del
mundo, sería una locura tratar de contener a todas las personas durante ese
tiempo sin un propósito que las mantenga ocupadas y les de esperanza. Y el
segundo, y más vergonzoso de los propósitos: darle a unos pocos más tiempo de
vida. Si mis cálculos no fallan, luego de la Tierra , la capa exterior del sol alcanzará a
Marte en diez años. Tiempo extra para quienes lleguen al planeta rojo en
calidad de supervivientes. Todos ellos, adivine quienes: en la práctica sólo
los más ricos y poderosos de la tierra. Incluso dudo que metan a científicos y
premios nóbeles de distintas ramas como prometieron en esas naves, ahora esto
se trata de darle unas últimas vacaciones pagadas a las mismas gentes de
siempre: políticos, millonarios y corruptos.
-Pero… esto es una locura, si lo
que me dice es cierto, algo tendrían que hacer después. Si tienen diez años,
pueden aprovecharlos haciendo más investigaciones, más experimentos, tiene que
haber un plan para después…
-Señor Dereck, no hay plan para
después. Entiéndalo, al ritmo que avanza la ciencia, aún con todos los recursos
de la humanidad destinados a ella, es imposible que se desarrolle una nave que
permita viajar más allá de Marte a tiempo.
-… No le creo ¿Porqué hacer todo
esto por sólo diez años más de vida?
-Diez años de vida siguen siendo
vida, señor Dereck. Además, piénselo. Es más fácil tener controladas a las
masas cuando hay esperanza, cuando existe un propósito. Treinta años de desesperanza
serían un caos mayor al que existe ahora. De esa forma nos exprimen, nos sacan
la última gota de nuestras condenadas almas para aplazar su propia condena unos
años más- exclamó cerrando el puño y golpeándolo contra la mesa.
-Esto lo debería saber algún
astrónomo…
-Ellos controlan los grandes
observatorios, controlan todos los centros con el equipo necesario para hacer
el análisis de la actividad solar que los llevará a la conclusión que le he
dicho. Ellos también controlan los medios de comunicación. Nos tienen
trabajando como idiotas. Engañados con la falsa promesa de la esperanza, de un
mundo mejor y a salvo de este infierno que le tocará a una elite de elegidos
conquistar… pero nada de eso es cierto. Y si se sabe, todo se vendrá abajo.
-Entonces… por eso quiere
destruir la Luna.
-No soy el único que sabe esto,
señor Dereck. Tengo colegas que también lo saben, repartidos por distintas
partes del mundo. Varios ya han intentado hablar, pero hombres como usted los
detienen antes de que puedan expandir su mensaje. Y quienes alcanzan a
escucharlos, simplemente los ignoran. El hombre no quiere creer en la verdad,
no cuando no le conviene. No es capaz de creer en la desesperanza, pues iría
contra su naturaleza. Por eso prefiere agachar la cabeza y seguir en la rutina
que le han dado desde arriba, haciendo oídos sordos a quien viene con la
verdad. Es por eso que optamos por el terrorismo, es la única forma de darle un
mensaje a la gente, y a sus jefes- señaló a Dereck con su dedo índice- también:
por más que traten de ocultarlo, la destrucción se avecina. Y peor que morir en
el fuego solar que se abalanzará sobre nosotros será morir así como estamos, de
rodillas ante unos pocos que aún se salen con la suya.
“Este tipo es un resentido” pensó
Dereck, pero era en cierta forma convincente. Desvió la mirada hacia los
comensales de la izquierda. Aparentaban no escuchar, excepto el hombre anglosajón,
quien mantenía la misma mirada de hace unos minutos.
Con un Satnam notablemente
excitado, Dereck sólo atinó a decir:
-Destruirá la esperanza de
millones de personas.
-Pero les abriré los ojos. Si
luego de eso saben toda la verdad, o si luego de eso me recuerdan como el hijo
de puta que mató a la humanidad, es irrelevante. Ya nada cambiará el hecho de
que no hay forma de escapar del Apocalipsis. Y vivirán sus últimos días de vida
como corresponde: sus últimos días de vida, revelándose contra la autoridad que
los mantuvo sumisos y engañados durante tanto tiempo.
-Pero los condenarás al martirio
de la lluvia de meteoritos.
-¿Eso le dijeron?
El hindú accionó otro botón y
activó una proyección holográfica que mostraba a la Luna despedazándose.
-Yo nunca dejo nada al azar,
señor Dereck. Mis cálculos indican que la explosión será lo suficientemente
fuerte para desmoronar por completo nuestro satélite. Dada la onda expansiva,
los restos deberían ser atraídos por el campo magnético de la tierra hacia los
polos. Siendo la mayor parte del material atraído hacia el norte. Si no
impactan contra el ártico a lo mucho
llegarán a… Canadá- hizo una pausa en la que dedicó una mirada burlona a su
interlocutor- y como ambos sabemos, no hay mucha gente allí que se queje ni de
la lluvia ácida ni de meteoritos. El resto de los fragmentos debería
desintegrarse al atravesar las capas atmosféricas.
-¿Por qué debería creerle todo
eso?
-Si no cree en los cálculos de
una computadora, entonces en qué creer- dicho esto, presionó un botón y la
imagen tridimensional desapareció.
-No soy científico, lo reconozco,
pero en verdad no sé si sea prudente fiarme de su discursito anarquista.
-Créame que lo entiendo. Debe ser
difícil para alguien que le costó tanto desafiar a sus superiores para seguir
una pista, guiado por su instinto. Ahora le pido que haga lo mismo…
Harto de que se ufanara de su
supuesta omnipresencia, Dereck se levantó de la mesa.
-No me diga lo que tengo que
hacer, y deje de fingir que me conoce. Usted no me conoce y no lo sabe todo.
-Sé que sus padres murieron
trágicamente, y que lo quiera o no, eso aún lo afecta. Sobre todo porque ahora
sabe que sí murieron en vano…
-¡Basta! ¡Cállese terrorista
maldito!
Dicho esto lo agarró con ambas
manos de su camisa, dispuesto a golpearlo. No duró más de unos instantes en esa
posición, pues raudamente el hombre anglosajón llegó y lo empujó a un lado.
Forcejearon unos instantes, segundos en que las extremidades de Dereck fueron
progresivamente perdiendo movilidad y fuerza hasta desembocar en una sensación
de decaimiento y somnolencia. Sus movimientos se hicieron cada vez más torpes
hasta finalmente caer semi-inconsciente sobre su plato vacío.
Cuando volvió en sí, se
encontraba en un rincón del subterráneo bajo el galpón principal. Estaba sobre
un montón de cojines, aparentemente durmió cómodo.
Se incorporó como si se
recuperara de una resaca. Había poca luz, pero ajustando la vista distinguió
una curiosa escena. En el rincón opuesto, un hombre latino, de raza andina,
rezaba ante la gastada estatua de un ídolo que Dereck desconocía. Algo en la
oscuridad de la rendija que ocupaba el lugar al que correspondían los ojos,
bajo un fruncido entrecejo y una amplia frente, llamaba poderosamente su
atención. Le producía inquietud, pero al mismo tiempo le relajaba su confundida
cabeza, de forma que pudo dejar fluir sus ideas y divagar un buen rato. Estaba
a punto de sentarse a orar junto al hombre latino cuando llegó Satnam y lo hizo
subir.
-Veo que le gustó la estatua-
dijo Satnam.
-Es bonita, parecía de oro.
-Es el dios Inti, una deidad del
pueblo quechua en Sudamérica.
Entraron a un ascensor que los
llevó a la planta principal.
-Entonces si estaba drogada la
comida- afirmó Dereck, aún atontado.
-Técnicamente, sí. Se trata de
una enzima especial que reacciona cuando bajan los niveles de dopamina, y suben
los de testosterona, y otras conocidas como “hormonas del estrés”, produciendo
más dopamina y algunos analgésicos. Es una droga diseñada para sedar a la gente
cuando se pone violenta, situación que tuve el acierto de prevenir. En caso
contrario, no actúa.
-Que inteligente… -opinó con un
evidente tono de desgano.
Ya en la superficie, y con las
piernas adoloridas, tuvo que hacer un gran esfuerzo para subir la escalera que
los llevaba a la plataforma desde donde observaban el cohete. Su captor lo
esperó pacientemente antes de comenzar a hablar.
-Yo nunca conocí a mis padres,
sabes. Mi vida fue bastante difícil. Y no obstante, llegaron a mis oídos, desde
muy temprana edad, insistentes leyendas de que por mis venas corre un ancestral
linaje. No les hice caso. Hasta que supe que todo esto era una gran mentira, y
me volqué nuevamente en las tradiciones de mi pueblo, que en ese entonces me
parecían tan lejanas…
“Soy el último heredero de la
casa de los Bajyit, y como tal estoy destinado a hacer lo correcto, vale decir,
acabar con el ciclo pasional y materialista del género humano. Me costó aceptar
que eso era lo que tenía que hacer en un principio…. Pero bueno, aquí me
tienes”.
El tono mesiánico con el que se
expresaba tenía cierta humildad reconocible. Aunque a esas alturas un
científico loco con aires de mesías no le hubiera molestado a Dereck. Este
contempló con mucha curiosidad el cohete. Tenía conectado distintos cables y
tubos a maquinas del galpón, además de tener grabado en la parte superior el
símbolo del León Verde, y debajo de este, el nombre “Fawkes 1”
-La forma del propulsor es
bastante curiosa- dijo Dereck- no la había visto antes.
-Es un propulsor fotónico, lo
diseñé mientras trabajaba para los norteamericanos. Prometedora tecnología,
lamentablemente los seres humanos no sobreviviríamos un vieja con ella. Es
capaz de alcanzar un 0.2 de la velocidad de la luz. Llegará a la luna en sólo
unos segundos.
-Asombroso ¿Y el nombre, “Fawkes 1” ?
-Me alegra que pregunte. Es en
referencia a Guy Fawkes- explicó Satnam- en el siglo XVII se hizo conocido por
fraguar la llamada “conspiración de la pólvora”. La idea era volar el
parlamento inglés con docenas de barriles de pólvora ocultos bajo éste. Su
explosión sería un símbolo del fin del poder de la monarquía y de su iglesia, y
el inicio de una nueva era de libertad religiosa. Lamentablemente lo detuvieron
in fraganti y lo ejecutaron.
-¿La Luna será tu parlamento?
-Correcto.
El hindú se acercó hacia una
maquina semejante a una caja fuerte. Posó su mano sobre una placa de
reconocimiento de huellas, y una pequeña compuerta se abrió. De su interior extrajo
un curioso control remoto y un par de gruesos lentes oscuros, similares a los
usados en minería.
-Está listo. Todo es cuestión de
presionar este botón.
Dereck no ocultó su incredulidad
ante lo que le contaba en esta ocasión Satnam, lo cual se reflejó en su mirada.
La destrucción del único satélite natural de la tierra estaba al alcance de un
botón, y el fin de todas las esperanzas para la humanidad también. No
comprendía que estaba esperando Satnam, parecía tan pausado y meditativo.
-Para que mi país alcanzara la
independencia tuvieron que morir muchas personas, - prosiguió Satnam- la idea
de la libertad hizo que se levantaran durante décadas miles de hombres que se
propusieron a morir de pie antes que vivir de rodillas. Muchas no vieron su
sueño realizarse. Al final, los hombres sólo somos carne de cañón, y lo único
bueno de eso, es que demuestra que un ideal es independiente a los humanos,
totalmente inmortal… A veces, aunque no lo sepamos, nuestra muerte puede ser el
símbolo de algo, como este cohete, así que dime- le ofreció el suich con su
mano izquierda- ¿soy tan malo como te dijeron?
Dereck no supo qué decir. Estaba sumamente
confundido, al igual que cansado, y ya no sabía qué pensar, ni siquiera qué
hacer. En unas pocas horas había visto como todo en lo que creía se derrumbaba,
y ahora este tipo le ofrecía tomar una decisión por toda la raza humana. No
sabía si jugaba con él, o si en verdad buscaba un nuevo adepto.
-Da lo mismo lo que pase, en un
tiempo más ni usted, ni yo, ni nadie quedará con vida, sin importar lo que
hagamos- insistió el hindú, y puso el control en sus manos-. Los eventos
seguirán el curso que conocemos. Lo que sí, podemos escoger cómo será nuestra
muerte…
Se escuchó un lejano sonido de
helicópteros que los distrajo de su coloquio. Sorpresivamente, los cristales
del complejo se rompieron, y junto con la lluvia de cristales llegaron docenas
de comandos armados que en pocos minutos se tomaron el edificio por completo.
Uno de ellos estaba justo arriba de sus cabezas, descendió raudamente en una
cuerda, y disparó a quemarropa contra Satnam. El científico hindú cayó muerto
contra el piso de metal. Luego, el solado ascendió tan rápido como llegó por su
cuerda, y otro comando se abalanzó contra el sorprendido Dereck, aplastándolo
contra el piso, a unos centímetros del desangrado cuerpo de Satnam y con el
control aún en su mano. A punta de pistola comenzó a interrogarlo. Débil como
estaba, casi por inercia fue que el agente norteamericano alzo la voz para
defenderse:
-¡Mi nombre es Richard Upton
Dereck! Soy agente de la CIA
¡No dispare!
Un resplandor rojo proveniente de
un dispositivo en la cabeza del comando comenzó a recorrer su rostro.
-Vine en misión secreta a espiar
este complejo, me tienen secuestrado desde hace horas, ¡suélteme ya!
“¡Silencio o disparo!” fue la
categórica respuesta del soldado.
Aún desde la incómoda posición en
que estaba, pudo distinguir como los comandos masacraban uno por uno a todos
los hombres de Satnam que salían armados desde el subterráneo a defenderse.
Todos fueron neutralizados como moscas en sólo unos segundos. La única
excepción fue el hombre anglosajón, que salió de sorpresa con un lanzallamas
que disparó sin piedad contra los invasores. Acción que realizó con una
expresión de locura en el rostro que quedaría grabada en la retina de Dereck.
El soldado que tenía reducido a
Dereck llevó su mano derecha al aparato en su oreja, mientras seguía apuntando
a Dereck con la ametralladora en la mano izquierda. Al parecer recibía órdenes
importantes. Lo siguiente que hizo fue poner el altavoz.
-“¿Dereck, eres tú?”- escuchó
emitir difusamente al aparato.
-Brezshnev…
-“Dereck, cualquier cosa que te
haya contado este hombre es mentira”.
- …Tú eres quien me ha mentido
todo este tiempo, maldito imbécil- dicho esto escupió una tanda de sangre por
la boca. El golpe del comando le había abierto ciertas heridas de la boca que
le dejaran de la golpiza anterior los hombres de Satnam.
-“Dereck, hablaremos esto en la
central. Tienes que entender que todo esto lo hicimos para darle un regalo a la
humanidad: la vida. ¡Extendimos en diez años más su vida!”
-Diez años más, diez años menos…
qué diferencia hay.
Dicho esto, presionó el botón del
control. Una alarma sonó. Una compuerta en el techo, sobre el cohete, se abrió,
y antes de que se dieran cuenta, el galpón entero se inundó de luz cegándolos a
todos.
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