Howard Percival Phillips (1923-1969) nació en Santiago de
Chile en el ceno de una familia aristócrata de ascendencia británica. Su padre
era William Phillips, un comerciante porteño descendiente de una larga tradición
de empresarios aduaneros. Se cuenta que los orígenes del clan Phillips se
remontan a la llegada de Sir Willbur Phillips a Valparaíso en 1836 desde el
puerto de Liverpool.
Fue poco antes del nacimiento de Howard que su
padre decidió vender todos sus negocios en Valparaíso para instalarse
definitivamente en una de sus propiedades en Santiago y continuar sus labores
comerciales en diversos negocios de la capital.
Desde pequeño Howard fue criado bajo el sobre-protector
cuidado de su madre y de su autoritario padre. Se cuenta que no conoció más
allá del patio del palacio donde
habitaban en Santiago Centro hasta los nueve años. Su madre lo disuadía
de juntarse con los demás niños del barrio, afirmándole que él era distinto a
ellos, que era superior y los demás no eran más que unos “negros rotos e
incultos”.
No obstante, la burbuja en que fue criado fue
rompiéndose de a poco una vez que las nuevas empresas del padre empezaron a
decaer, llegando a la quiebra absoluta para la crisis de 1929.
Mientras su padre se tornaba más distante y
autoritario al estar preocupado de sacar a flote con distintas movidas la alicaída
economía familiar, Howard jugaba indiferente a los problemas del mundo real en
el amplio patio de su casa, imaginando distintas historias que leía ávidamente
de los libros de la biblioteca de su abuelo. Se cuenta que sus favoritos eran Las
1001 noches, La Araucana ,
de Alonso de Ercilla, y Alsino. Así, mientras los demás niños jugaban en las
plazas entre sí con rombos y distintos juguetes, Howard jugaba con una espada
de madera a recrear la conquista de Arauco por parte de los españoles, a poner
altares con ofrendas al dios inca Inti, e incluso se cuenta que en una ocasión
construyó con plumas y cuerdas un par de alas con las que intentó volar, en
cuyo intento se torció una pierna dejándolo cojo de por vida e inutilizado para
el trabajo físico.
Fue para el segundo gobierno de Alessandri que
muchos de los colegas empresarios de Phillips lograron recuperarse
económicamente, a diferencia de éste, cuya mala suerte en los negocios se
mantuvo. La vergüenza social y frustración que esto conllevó finalmente lo
llevaron a la locura y obligó a internarlo en un hospital siquiátrica en 1935,
donde moriría a causa de sífilis tres años después. Ya para entonces se había
mermado casi por completo la exigua fortuna familiar.
Desde entonces su obsesiva madre pasó a ser el
centro de la vida del joven Phillips, quien se vio obligada a vender el palacio
de la familia para pagar sus deudas y mudarse a la casa de sus hermanas. El
control que ejercía sobre su hijo perduró hasta que ésta murió cuando Howard
tenía dieciocho años, hecho que lo afectaría profundamente.
Obligado a salir al mundo y ganarse la vida,
Phillips intentó inicialmente estudiar astronomía en la Universidad de Chile,
no obstante su falta de habilidades matemáticas le pasaron la cuenta a la hora
de dar los exámenes de ingreso a la carrera, en los cuales no logró sacar el
puntaje necesario. A raíz de esto habría caído en una profunda depresión, y
este fracaso pesaría en su consciencia por mucho tiempo. Finalmente entró a
trabajar en la editorial Zig Zag, gracias a un contacto conseguido por sus
tías.
Fue así como pudo cultivar profesionalmente sus
habilidades literarias, escribiendo artículos de ciencia los domingos para la
revista, y otros de historia y mitología americana para El Mercurio.
Al poco tiempo comenzó a publicar sus primeros
poemas, los cuales hicieron eco entre la crítica especializada. Esto le permitió formar parte del grupo surrealista La Mandrágora, de Braulio Arenas, y colaboró como uno de los principales redactores de la revista del mismo nombre.
A pesar de estar desfavorecido económicamente,
Phillips se hizo conocido rápidamente dentro de los círculos intelectuales y
literarios de la aristocracia, llegando a formar una camada de seguidores
conocido como el “Círculo Phillips” con quienes mantenía una constante
correspondencia, además de distintas reuniones y tertulias, entre quienes se
encontraban Vicente Huidobro, Roberto Matta, Alejandro Jorodowski, Miguel
Serrano, Manuel Rojas, Hugo Correa, y su prima política Elena Aldunate.
Su prosa entrelaza el creacionismo de Huidobro
con el onirismo de Borges, delineando paisajes surrealistas como en sus
poemarios Hongos desde Wünyelfe, La épica
contienda de Trentren y Caicai, Ni por mar ni por tierra, Ngenechén, y su
alabada Poemas Creacionistas del fin del
mundo. No obstante, a su faceta de poeta se le ha de sumar su no tan
conocida faceta de cuentista.
Ya un hombre independiente, Phillips se dedicó
a recorrer la zona centro-sur y sur de Chile. Los paisajes campestres y rurales
tanto le apasionaban que eran sus escenarios favoritos para sus historias, como
en el cuento Los Sueños de la casa de la Machi y la novela corta El que merodea en la Lluvia , en la cual se
basaría Hugo Correa para escribir la novela homónima una vez muerto Phillips. Se
hospedó muy seguido en el fundo de su tío en Talca, desde donde recorrió distintas
lugares. Uno de sus destinos predilectos era la recientemente fundada Colonia
Dignidad. Se dice que de su amistad con un ermitaño colono bávaro escribiría su
famoso relato El Horror de Parral,
con reminiscencias del monstruo de Frankenstein. Los mitos mapuches y chilotes
le interesaban de sobremanera, como plasmó en muchos de sus relatos, tales como
La sombra sobre Achao, relato del
cual se inspiraría el cineasta Jorge
Olguín para filmar la película Caleuche,
el llamado del mar.
Fue un devoto de la obra de Jorge Luis Borges, a
cuyos relatos metafísicos y oníricos dedicó largos artículos y ensayos alabando
su prosa y originalidad, y que además influyeron notablemente en su obra. Su
estilo se caracterizó por elementos fantásticos y esotéricos, incurriendo muy
seguido en el horror e incluso la ciencia ficción. Además de una
sobreadjetivización que muchos consideraron innecesaria, pero que otros
alababan a la hora de construir atmósferas y transmitir emociones al lector.
También fue conocido como uno de los principales
detractores de María Luisa Bombal, a cuya literatura calificó de “escandalosa”,
“de mal gusto” y “atrevida”.
Escribió varios ensayos sobre zonas rurales
como “Primeras impresiones de mi llegada a Talca” además de otros artículos de
ciencia, astronomía e historia. Se sabe que era un admirador de las figuras de
Diego Portales y Benjamín Vicuña Mackena, hombres que, según él “le imprimieron
ese sello europeo que tanto bien le hizo a este país”. Sobre este mismo tema
llegaría a escribir: “Decir que somos los ingleses de Sudamérica no es
exagerado, nos distinguimos notablemente de nuestros demás vecinos en un
continente caracterizado por el desorden político y social, mientras que aquí
gozamos de una firme tradición y orden republicano heredado de las políticas de
don Diego Portales, además de una capital ordenada y estructurada acorde a
estándares europeos delineados por Vicuña Mackenna, el hombre que tuvo la
ambición y emprendimiento suficiente para transformarla en el París de
Sudamérica”.
Decía sentirse británico, país al cual amaba
profundamente y del cual agradecía la basta influencia que históricamente había
ejercido en la sociedad chilena “(….) contamos con el puerto de Valparaíso,
otrora motor de nuestro comercio y joya de las costas de estas latitudes,
forjado al alero de inmigrantes británicos de los cuales orgullosamente
desciendo. Además de las grandes riquezas del norte, como el salitre y el cobre
en el sur, explotadas en gran medida por empresarios de mi misma ascendencia. No
obstante, la modernidad se encargó de privarnos de estas fuentes de riquezas,
con el salitre alemán por un lado y la desmembración del continente para la
creación del canal de Panamá, llevándose la prosperidad y casi consecuentemente
la influencia de nuestros guías europeos. Hasta ahora la modernidad ha hecho
poco bien en lo que se refiere a la salud espiritual y estilística de esta
nación, pero su esencia, afortunadamente, se mantiene. Somos casi literalmente
una isla en este bárbaro continente, guarnecidos por la imponente y blanca
cordillera al este, habitada por gigantes en su interior según mi amigo Miguel,
por el basto mar pacífico al oeste, el ignoto continente blanco al sur y el
desolador desierto hacia el norte. Todas estas características nos tienen
aislados de los demás países, de nuestros bohemios y desordenados vecinos
argentinos, y de los desabridos bárbaros nacidos de los escombros del difunto
imperio inca; lo que ha dado paso a una impecable y necesaria influencia de la
cultura europea, así como el surgimiento de una raza distinta a la de los demás
sudamericanos, como opinaría el doctor Nicolás Palacios. Descendientes del
pueblo araucano, el ejército más temido de América, además de los
conquistadores del imperio más grande de todos los tiempos, junto a la notable
influencia alemana en las zonas sur del país, e inglesa en muchas otras
regiones. Esta singular mezcla fue el caldo de cultivo ideal para nuestra raza
sin igual”.
En esta misa línea, se ha especulado mucho que
su postura política era de derecha. Sus historias dan cuenta de una concepción
clasista y racista de la sociedad chilena, donde los héroes de sus relatos son
a menudo jóvenes aristócratas de apellido vasco o inglés, mientras que los
elementos malignos suelen ser delincuentes morenos, pobres y analfabetos. No
obstante, la ausencia de cartas o manifiestos explícitos que den cuenta de esas
ideas desestiman estas posibles convicciones ideológicas, en especial tomando
en cuenta su breve matrimonio con la escritora comunista Marta Gossens, de
quién se separaría al cabo de año y medio de matrimonio.
Fue a partir de esta ruptura que Phillips se
volcó nuevamente a sus hábitos de misántropo, pero al mismo tiempo incurrió en
su etapa más prolífica como escritor, produciendo clásicos como La llamada del Caleuche, Las ballenas de la isla Mocha, El Fuego del fin del Mundo, La Isla Friendship y La ciudad de los Césares, enmarcados en
su ciclo de Los mitos del Caleuche.
Debido a que no se le conoce una vida bohemia
propiamente tal (casi una regla para los poetas de su tiempo), así como ninguna
amante a parte de la señora Gossens, se comenzó a hablar, por las mismas épocas
que surgían los rumores del lesbianismo de Gabriela Mistral, que Phillips fuera
homosexual. Dados estos rumores que lo acompañaron hasta el fin de sus días,
además de una vida solitaria e infeliz, se le atribuyó en sus últimos días el
apodo de “El poeta maldito”.
Eterno candidato al premio nacional de
literatura, este nunca se le otorgó por sus enemistades ideológicas con ciertos
miembros del jurado, además de considerársele a nivel masivo como “Clasista,
racista y misógino” creencia que prevaleció en el canon literario nacional
relegando gran parte de su obra al olvido.
Con poco dinero, terminó por abandonar
Santiago, ciudad que según él estaba en clara decadencia, “los palacios estilo francés
y los callejones a la usanza de Londres y París, con nombres que honran a sus
respectivos referentes, están en claro declive, en desmedro de los
deshumanizados y totalizantes edificios modernos de oficinas. Islas anacrónicas
como el Santa Lucia y el barrio Concha y
Toro ya no bastan para sobrellevar el nuevo y agitado estilo de vida que se
impone en nuestra capital. Del Santiago antiguo queda cada vez menos”.
Murió a los cuarenta y seis años, a causa de un
cáncer al hígado en su casa de Quillota en 1969, pocos días antes de las
elecciones presidenciales.
Otras obras notables son El color de la
Amatista , Quien llama en los hielos, y En las montañas de la Antártica , escrita en
colaboración con su colega Miguel Serrano.
También disponible en:
http://chileniaucronica.blogspot.com/2013/01/vida-y-obra-de-howard-phillips-el-poeta.html
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