Anteriormente me
preguntaba por qué los analistas insistían en buscar mensajes escondidos, de
corte político y social, en las caricaturas más populares. Pero indagando en la
historia del cómic, uno descubre que la respuesta es simple: ese era el
propósito original del noveno arte. Fue allá por el siglo diecinueve que los
europeos comenzaron mofándose de la nobleza y el poder en general,
retratándolos en trazos que exageraban sus rasgos y atribuciones. Por supuesto
que después derivarían en personajes autónomos de sus fuentes de inspiración, y
contarían historias que, poco a poco, se fueron alejando de la sátira política.
Y ese fue el comienzo de las caricaturas.
Claro que la forma en
que se cuenta toda historia tiene implícita cierta ideología, que se deja
entrever en la resolución de una trama, y el actuar de sus personajes. No por
nada Aristóteles diría “El Hombre es un animal político”. De ahí que podamos
ver a epítetos republicanos en Rorschack y El Comediante de Watchmen, y, por
supuesto, en el icónico Superman, emblema por excelencia del patriotismo
americano.
Pero estos análisis
también se pueden realizar en Chile, país históricamente dividido, y a la vez
gozoso de una rica tradición historietista. El diálogo entre ambos fenómenos es
parte ineludible de su historia.
Tomemos a los cómics
más clásicos del inconsciente colectivo: Condorito y Mampato. De vertientes
ideológicas opuestas.