sábado, 23 de febrero de 2013

El totalitarismo y el sexo



Cuenta el mito, que en un principio Dios creo al hombre. Dispuso ante él un mundo y una bolsa de testosterona, cual bolsa de oro, con la que se le ofrecían dos posibles caminos: uno era llevar una sana vida sexual con una mujer, y la otra la violencia. El resto es historia.
Una parábola como la anterior no se aleja mucho de los móviles político-sexuales que tuvieron muchos de los grandes procesos del siglo veinte. No hay que ser un genio para darse cuenta que, en la práctica, todas las ideologías totalitarias no fueron más que una excusa inventada por el ser humano para matar gente, con intenciones y resultados dispares.
Recuerdo que fue cuando leí la novela “Mala Onda” de Alberto Fuguet, donde una excéntrica profesora de lenguaje, un tanto obsesionada con el sexo en su dimensión más analítica, llegaría a comentar, a propósito de una vieja película alemana, que “el nazismo no hizo más que canalizar los deseos sexuales reprimidos del pueblo alemán”. De ahí en adelante que al ver a un general obsesionado con la guerra, no dejo de pensar en la escasa, frustrada o simplemente nula vida íntima que debe mantener en tiempos de paz. Tal y como Stanley Kubrick contó astutamente en uno de sus primeros éxitos: Dr Strangelvoe, or how I learned to stop worrying and love de bomb. Donde la premisa era bastante sutil: un general trastornado con la idea de proteger sus “preciosos fluidos corporales” de los rusos, inicia la tercera guerra mundial. Siendo los misiles nucleares nada más que la sustitución freudiana que realizan los militares del miembro fálico (quedó para la posteridad la famosa escena en que el texano mayor T. J. Kong se lanzaba junto con el misil, riendo y agitando su sombrero, cual vaquero domando a su caballo, o, porqué no, a su mujer), y el hongo nuclear otra forma de representar el orgasmo.

domingo, 17 de febrero de 2013

El símbolo de Praxis

Relato distópico de mi autoría, con algunos guiños a los clásicos de la ciencia ficción. Es un poco más largo de lo que acostumbro hacer, pero en fin. Bienvenidos al 2032:


El símbolo de Praxis


Era una mañana oscura y fría de diciembre, y el cielo amenazaba con lloviznar en cualquier minuto. Richard Dereck caminó rápidamente a su transporte, el paraguas lo había dejado en el asiento trasero y lo último que quería era llegar en malas condiciones a una reunión tan importante a la que ya estaba atrasado.
El cierre centralizado desde hace unos días que no funcionaba, así que llegando a la puerta del conductor tuvo que escarbar rápidamente entre los bolsillos de su sobretodo para dar con la llave y abrir la puerta. Con la mano un poco temblorosa la extrajo e intentó encajarla en el cerrojo, pero accidentalmente resbaló entre sus dedos y cayó perdiéndose en el empapado piso.
“Mierda” exclamó para sí, al tiempo que se encorvaba de mala gana para dar con las escurridizas llaves.
Las primeras gotas empezaron a caer, así que procuró mantener seca su mano derecha. Ingreso las llaves en la cerradura y puso su pulgar derecho sobre el lector de huella digital, no sin antes restregarlo una última vez contra sus ropas. Hecha la operación, se abrió con un movimiento seco la puerta.
Entrando al vehículo, prendió la radio. Mientras iniciaba la ignición, fue bombardeado con las noticias de los avances de las bases en la Luna, y de los nuevos cohetes de plasma que la NASA y las agencias espaciales de China y Rusia estaban desarrollando. Era prácticamente el único tema que cubrían las grandes radioemisoras. Noticias que ya se sabía prácticamente de memoria. Tuvo que esperar a que su transporte alcanzara los doscientos metro de altitud para sintonizar algo más. Fue mientras atravesaba la capa de smog que le llegaron las difusas señales de la radio independiente: las noticias de atentados terroristas, el descomunal aumento de la taza de suicidios y el caos generalizado lo acompañaron el resto del viaje. Todos temas de los que nadie quería hablar.